Ficha Branded to Kill

7.17 - Total: 4

  • No la has puntuado
  • No has insertado crítica
  • No has insertado curiosidades
  • No has insertado ningun error


Críticas de Branded to Kill (1)




Mad Warrior

  • 13 Nov 2021

7



Seijun Suzuki llega cual apisonadora con un objetivo en mente: desgajar todos y cada uno de los convencionalismos del cine negro hasta convertirlo en otra cosa distinta.
Y los resultados son impredecibles.

Tiempos de cambio se aproximaban para él, y bastante tormentosos. La experimental ópera de acción llena de coloridos excesos que fue ¨Tokyo Drifter¨ no sentó bien al presidente de Nikkatsu, Kyusaku Hori, quien veía en sus últimas películas un descontrol creativo peligroso para la taquilla, pese al prestigio que se ganaron entre críticos y estudiantes de cine; ¨Fighting Elegy¨ fue el proyecto ¨de castigo¨ que le asignaron, y, tras completarlo a su modo, otro cayó en sus manos, pero esta vez siéndole entregado un presupuesto mucho menor.
Al ser rechazado el primer borrador, Suzuki acordó desarrollar esta obra, que sin saberlo sería su testamento, junto al grupo Goryu Hachiro, formado por ocho colegas guionistas; y pese a las restricciones que la productora le había impuesto, aquél, en una valiente muestra de integridad artística, les manda al Diablo y organiza como le viene en gana el cúmulo de ideas que se han arrojado sobre el libreto. Nace así ¨Marcado para Matar¨, quintaesencia de la absurda concepción sobre el cine negro que Nikkatsu lleva ofreciendo desde hace casi una década al público; de hecho su inicio se corresponde, en engañosa apariencia, con todas sus claves.

Entramos en la historia como entra Hanada, un duro asesino a sueldo catalogado como el 3.º más letal del Mundo; contratos en sofisticados clubs, sórdidas infidelidades y disparos entre las tinieblas de la noche con los resplandecientes neones de testigos, todo impregnado de espesa neblina. Con la inspiración literaria de Donald Westlake y Gavin T. Lyall, Suzuki tantea en efecto los códigos del ¨noir¨ más clásico y deja que su operador Kazue Nagatsuka capture su esencia a través de una fotografía en blanco y negro de plena dureza y elegancia, pero códigos ya subvertidos desde los mismos títulos de crédito...
Lo que erróneamente podríamos bautizar como argumento viene dividido en tres actos por la naturaleza de las situaciones y el lugar que ocupa el tal Hanada en ellas: el 1.º se centra en la sangrienta contienda en la que él se enzarza, junto a un taxista que también ejerció su mismo oficio, para proteger a un poderoso cliente de misteriosa identidad. A estas alturas de trama los jefes de Nikkatsu aún podían respirar tranquilos; el director demuestra un excelente manejo de la intriga y filma la acción como un Siegel o un Fuller cualquiera, haciendo hincapié en el nihilismo de una violencia feroz directa a las entrañas.

¿Pero a qué nos va a conducir esto? Pues no hay respuesta. La audacia visual de una puesta en escena que rompe esquemas en cuanto a la profundidad del espacio, percepción del tiempo y técnica de los encuadres y planos es vital para entender a qué coordenadas de juego intransferibles desea atenerse Suzuki, y entonces todo se tuerce, se retuerce y se burla de nosotros y del género que estaba practicando con un guiño malicioso. La película, cual figura origami, se va abriendo a su modo, adoptando precisamente el carácter de pieza artística más que de estricta obra cinematográfica sujeta a inquebrantables normas de estudio.
El 2.º acto se inicia con la aparición de una (supuesta) ¨femme fatale¨ llamada Misako, cuyo encuentro con Hanada en mitad de una solitaria carretera y bajo una tempestad (secuencia memorable que sin presentar detalles románticos cautiva por la belleza y la furia de su puesta en escena y la interacción de ambos), los atará hacia una enfermiza fascinación como si de unos modernos Eros y Thanatos se tratasen. Pues al igual que sucede en las obras de Yoshida, Suzuki se presta a elaborar a su pintoresco catálogo de personajes basando su caracterización en las símbologías y no en estereotipadas descripciones de trazo grueso.

Eros. Hanada encarnado por un Jo Shishido en la cúspide de su mística comprensión con Suzuki, con quien lleva trabajando varios años; a sus órdenes hace pedazos una vez más la imagen de héroe rudo que se ha ganado gracias a trepidantes ¨thrillers¨ de acción. Hanada es la pulsión de la vida, un ser con ambición (la de superarse como asesino), métodico en su profesión pero desviado por lo anormal de una personalidad excéntrica cuyo mayor fetiche es el arroz y su aroma (¡!) y cuyo matrimonio con la zorra inquieta de Mami no es más que una ridícula farsa.
Con este anti-héroe, perversa y divertida versión del Parker de Westlake, el cineasta celebra sin tapujos la fuerza y el ego masculinos, la posesión de la carne y el deseo sexual salvaje. Pero al mismo tiempo celebra la muerte con ese Thanatos que es la suicida Misako, encarnada por la hermosa actriz mitad india, mitad nipona, Vasanthidevi Sheth (conocida como Annu Mari).

La colisión de sus mundos, a raíz de un encargo a Hanada que sale mal, empieza a desestabilizar su realidad hasta límites angustiantes, y así se plasmarán en pantalla.
Dejaremos así una sociedad japonesa de fríos rascacielos, obsesión por el consumismo y corrupción empresarial para adentrarnos en los resquicios de un oscuro universo paralelo.

Resquicio por el que se cuelan unas mariposas que sugieren una libertad trágicamente aprisionada, y así se sentirá Hanada. A partir de aquí nos abandonamos por entero a los pliegues de una realidad de ilógicas transferencias que sólo rinde cuentas a sí misma; y al contrario que ¨Tokyo Drifter¨ o ¨La Puerta de la Carne¨ (regidas por una estructura lineal), esta obra bloquea de forma deliberada cualquier tipo de interpretación o respuesta para satisfacer la incertidumbre, y nos deslizamos sobre la estela espectral de un sueño, pues así construye Suzuki la estructura de su obra, obedeciendo las modulaciones del arte y la imaginación y no la de las leyes narrativas.
Ahora el dicharachero absurdo de ¨Carmen de Kawachi¨ se torna en oscuridad gótica dejándonos indefensos ante esta experiencia inédita de sensaciones mórbidas, tensión psicosexual, crueldad sádica y vibrantes imágenes de gran potencia onírica que emergen como de forma espontánea. Ayudado en la dirección artística no por Takeo Kimura sino por Motozo Kawahara, el maestro sutiliza los entornos y se acoge a los principios estéticos del modernismo europeo y las rupturas ¨avant-garde¨, pero desde un enfoque claramente irreverente y paródico, y demostrando que no precisa de los excesos del color para sorprendernos e impregnarnos en sus embriagadoras y estilizadas atmósferas.

En ellas los seres se mueven, danzan, copulan y mueren como si fueran pintados por Edgar Degas en este lienzo de áspero blanco y negro; en el caso de Hanada, presa de la angustia y la debilidad frente a la fuerza femenina y el deseo de muerte de Misako, seremos testigos de su paulatina descomposición emocional y psicológica. A este punto, en el que la realidad ya se ha confundido totalmente con el absurdo, se introduce el ¨Asesino n.º 1¨, lo que abre el 3.er acto a un duelo cara a cara entre él y Hanada, puesto al límite al igual que el espectador; si había el más mínimo atisbo de narrativa por fin se termina de romper, y la ilógica prosigue su descenso a los infiernos.
Sólo hay sensaciones e impulsos. Hanada y su enemigo, que tiene a Misako en su poder (esto lo veremos proyectado a través de una cámara, ganando importancia la perspectiva de la ficción, la de una relidad quizás inventada), practican un honorable y aberrante pacto de muerte, y Suzuki les enfrenta en un clima de opresión preñado de afilado humor negro a la vez que llega al cenit de su gusto por lo extravagante (expuesto de maravilla durante esas secuencias donde los personajes han de permanecer literalmente atados con tal de no quebrar su acuerdo) y su manipulación del tiempo, el ritmo y el espacio.

Al igual que lo apreciamos durante el clímax, librado en un escenario en penumbra, de puesta en escena sofisticada y magnífica iluminación, donde volvemos a las esencias del ¨noir¨; un ring solitario y dos hombres dispuestos a combatir, ese ¨N.º 1¨ haciendo uso de sus despiadadas técnicas y un Hanada desquiciado que se pretende pleno de serenidad. Los segundos se hacen horas, la ausencia de aire coincide con la ausencia de esperanza, la locura modula la atmósfera; Suzuki, Nagatsuka y el compositor Naozumi Yamamoto se recrean en los tonos más sombríos del blanco y negro para componer una sinfonía de sangre, sudor, crueldad, fatalidad y paranoia.
En efecto, una experiencia inédita que nos atraviesa los sentidos y que descoloca las bases del cine negro como nunca jamás se había hecho. La sensual bailarina Mariko Ogawa y el impagable Koji Nanbara acompañan a un Shishido desatado y al borde del ataque demostrando cada uno un talento innato para la libertad de improvisación.

Sin embargo, ninguna de las virtudes de la película pudieron satisfacer a Hori, pese a la buena respuesta que obtuvo (como siempre) de los críticos y el joven público compuesto por estudiantes; tan decepcionado y furioso quedó aquél que acabó despidiendo al pobre Suzuki. Se desataría entonces una tormenta sin precedentes donde tomaron parte esos mismos estudiantes, colegas del estudio y otros directores; incluso el veterano Heinosuke Gosho, presidente entonces de la Directors Guild of Japan, salió en su defensa.
El cineasta fue presa del escándalo al anteponerse a Nikkatsu y demandarles una cifra millonaria en un pleito arduo y realmente complicado, algo que ningún director (nipón) había hecho. Esto, pese a salir victorioso, le marcaría de forma cruel, quedando exiliado de la industria del cine durante toda una década, si bien se acomodó en la televisión como director y actor. Pero hoy en día su obra de discordia y catástrofe ya es parte vital de la Historia del cine japonés moderno, y su huella aún perdura...

en todo su inagotable, incoherente y extrañamente hipnótico absurdo.



Me gusta (1) Reportar

Críticas: 1


Escribir crítica