La Mujer de Negro

Por Javier Bocadulce

El protagonista, Arthur Kipps, racionalista de aparente tranquilidad, se ve forzado a rememorar los sucesos nunca del todo olvidados de su juventud, auspiciado por el jocoso encuentro con nietos y otros familiares, en torno al calor de una chimenea.

Aunque Arthur rechaza participar en el juego de los relatos macabros, decide por su cuenta poner por escrito su real y terrible experiencia. Y lo hace en un intento de conjurar tanto pesar, arrastrado a lo largo de los años transcurridos desde el momento en que su trabajo como inexperto abogado en un bufete londinense, le puso a tiro escapar durante unos días de la espesa bruma de la capital británica, aprovechando el encargo de su jefe, el señor Bentley, de poner en orden la documentación de la señora Drablow, clienta del bufete, recién fallecida en las cercanías de una población rural.

La anciana habitaba la mansión de Eel Marsh, en las afueras, junto a unas brumosas marismas. La bruma allí es diferente, como más natural y asumible en un principio; pero no sólo es atmosférica…se convierte en un receptáculo de silencios y secretos en torno a la vida de la anciana y los extraños sucesos vinculados a su existencia y a los alrededores de la casa.

Arthur se topará recurrentemente con una figura femenina, oscura, de aspecto sombrío, muda y cadavérica: El fantasma indignado y vengativo de una mujer que perdió trágicamente a su hijo, años atrás. El hecho motivó que, desde la muerte de la mujer de negro, su fantasma se asociara con la discontinua visión de un espectral carruaje tirado por un pony, en cuyo interior – el del carruaje, por supuesto – albergaba a un niño. Todos – pony, carruaje, niño y cochero – terminan internándose en las marismas y hundiéndose sin remisión en ellas, el paso precisamente a las tierras donde se ubica Eel Marsh, provisional residencia de Arthur durante la ejecución de su encargo.

Las personas que la situación pone al servicio de Arthur, cumplen con rigor su cometido, si bien con el retraimiento propio de quienes, a pesar de su deseo de agradar, muestran un temor inexpresivo y reverente hacia algo que parece flotar como una amenaza en el aire, ante lo que sólo caben el silencio y la resignación.

Son, por tanto, la indefinición del peligro, las circunstancias atmosféricas y el paisaje británico rural, los ingredientes que Susan Hill empuña para reconstruir genialmente un genuino estilo del terror clásico, en los años 90; pero entiendo que le ha faltado contundencia, no logra poner los pelos de punta pues huye con descaro de lo truculento, algo que le habría venido que ni pintado a una atmósfera inquietante tan bien lograda. El terror desembarca a través de la sutileza: el fantasma de la mujer de negro se cobra una vida infantil cada vez que alguien se topa o ve a lo lejos el carruaje fantasmal hundiéndose en las marismas…

Tal vez Susan se haya recreado en el uso de lo paisajístico para influir sobre el ánimo de los mismos personajes, en un intento más poético que inquietante. Susan describe, no obstante, con maestría los neblinosos y grises paisajes de su país, casi contagia la sensación de la humedad y los estremecimientos de frío en el ánimo del lector. Aun así, en sus postreras páginas, la autora derrocha con tino su habilidad para intrigar, sentenciando al protagonista con un revés no por intuido y temido por él, menos efectista y logrado. De modo que cierra, para mí, la novela con un notable. Lástima no poder ponerle un sobresaliente porque, sin duda, Susan lo podría haber logrado.


Comentarios (2)



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alex-soad-mdt-9
#1

esta bueno.


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Max_evans
#2

Por una vez (y sin que sirva de precedentes, me ha gustado más la película que el libro en que se basa. Creo que a la novela le falta desarrollo y ahondar más en los personajes, porque quedan un tanto desdibujados. Eso sí, el final del libro es mucho menos complaciente con el lector...


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