Final explicado de “También la lluvia” (2010): la lucha más allá de la pantalla


6 Balas Van Damme Samson Gaul con pistola

La historia de También la lluvia (También la lluvia, 2010), dirigida por Icíar Bollaín, se despliega como un potente juego de espejos entre cine, política y activismo. Lo que empieza siendo el rodaje de una película sobre los abusos de Karra Elejalde como Cristóbal Colón, acaba convirtiéndose en un relato sobre el presente: el saqueo del agua en Bolivia, la lucha indígena y el coste moral de hacer arte en tierra ajena.

En apenas dos actos, la ficción histórica y el drama contemporáneo se entrelazan con una precisión que desconcierta. Y cuando llega el final, las máscaras se caen: ¿quiénes son los verdaderos conquistadores hoy?

También la lluvia rodaje película Colón Bolivia

Un rodaje marcado por la desigualdad

El productor Luís Tosar como Costa y el director Gael García Bernal como Sebastián aterrizan en Cochabamba con una idea clara: filmar una película épica sobre el primer viaje de Colón y el levantamiento indígena de Hatuey, todo con bajo presupuesto y mano de obra barata. Su pragmatismo raya la explotación.

Contratan a Daniel, un carismático líder local, para interpretar a Hatuey, sin saber que fuera del set es una figura clave en las protestas contra la privatización del agua. Su hija, Belén, también participa en la película. Todo parece fluir… hasta que la realidad interrumpe el guion.

Cuando la ficción se ve superada por la revuelta

La tensión aumenta a medida que la lucha por el agua se intensifica en las calles. Costa intenta sobornar a Daniel para que se aparte del conflicto, pero este usa el dinero para apoyar la causa. El contraste entre el discurso progresista del guion y la actitud explotadora del equipo se vuelve cada vez más incómodo.

Sebastián sigue obsesionado con terminar su película, incluso cuando la ciudad se sumerge en el caos. Pero Costa empieza a ver las grietas en su ética, sobre todo tras ver cómo Daniel es golpeado y arrestado.

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Final explicado de "También la lluvia"

En el tramo final, Costa debe tomar una decisión: seguir filmando o implicarse de verdad. Teresa, la esposa de Daniel, le ruega que busque a Belén, herida en una protesta. Al principio duda, pero finalmente accede, abandonando el set para ayudarla.

Lo que sigue es un viaje cargado de obstáculos por una Cochabamba en llamas. Costa presencia la devastación causada por los disturbios. Al encontrar a Belén, logra llevarla al hospital, salvándole la vida, aunque la niña queda con secuelas permanentes. Su pierna, como la ciudad, nunca volverá a ser la misma.

De regreso, Daniel le entrega una pequeña botella con agua boliviana: un gesto silencioso pero poderoso, cargado de significado. El agua, ese bien por el que se ha luchado, pasa de símbolo a ofrenda. El filme, probablemente, nunca se terminará como se planeó.

Entre el cine y la conciencia

La película concluye con una paradoja: los cineastas querían denunciar los abusos del pasado, pero estaban ciegos ante los del presente. La evolución de Costa —de productor explotador a aliado incómodo— simboliza el despertar de una conciencia adormecida.

Y mientras Sebastián se queda atrás, aferrado a su proyecto artístico, Costa se redime con acciones tangibles. La historia de Hatuey y la rebelión indígena, que iban a representar como un drama de época, cobra vida en las calles de Bolivia con nuevas caras, nuevos colonizadores y nuevos héroes.



Un espejo incómodo para el espectador

La violencia colonial ya no solo se cuenta: se repite. También la lluvia deja claro que la historia no es una simple narrativa del pasado, sino un ciclo que se actualiza. El agua, como el oro antaño, se convierte en el bien que los poderosos quieren arrebatar.

Es imposible no pensar en otras películas donde el metacine sirve para exponer contradicciones, como La cordillera de los sueños o El abrazo de la serpiente. Pero pocas lo hacen con tanta fuerza simbólica como esta.

Cierre: la herida que deja el agua

También la lluvia termina donde todo empezó: con la lucha por un recurso vital. Pero esta vez, quienes miran ya no pueden fingir neutralidad. El cine denuncia, sí, pero también puede ser cómplice.

Como si de una ironía histórica se tratase, los mismos que pretendían hablar del genocidio indígena reproducen formas de explotación en su propio presente. Y al final, una simple botella de agua logra ser más poderosa que cualquier guion.
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También la Lluvia

de Icíar Bollaín

Ficha Críticas

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