Ni Dios ni Amo

Por Javier Bocadulce

Despertar bruscamente dentro de un ataúd puede ser un problema, sobre todo si estás vivo; si no te entra el pánico, probablemente sea porque estás muerto. En ese caso, los problemas pueden ser otros.

El protagonista, Martín, en pocas palabras, halla como por embrujo, una salida muy rápida del ataúd en el que se encuentra encerrado, y se siente libre y vivo; pero el que será su guía "espiritual" - en realidad, una presencia maléfica que le obligará a cometer un desmán tras otro -, se plantará ante él bajo la forma de vigilante del cementerio, para llegar ambos a una especie de acuerdo: Martín está muerto, sí; pero tendrá una nueva oportunidad, y podrá visitar a su familia, siempre y cuando se comprometa a matar diariamente a una persona...un día concedido por cada muerte. Ahora bien, su familia jamás podrá reconocerle, pues al eliminar a cada víctima, él mismo aparece bajo un aspecto distinto cada vez, el de otro condenado a morir prestamente.

Así, a lo largo de la novela, Francisco Baeza nos muestra una historia sobrenatural que ejerce como marco para realzar un azote no sólo contra todo tipo de convenciones sociales y actitudes de gremio o jerárquicas; como el mejor Quevedo, sin renunciar a la broma macabra, no pierde la ocasión de fustigar el comportamiento de las clases privilegiadas en las que debiera asentarse el bienestar de la colectividad: banqueros, altos funcionarios, clase política, empresarial...

Desde otro punto de vista, será el mantel sobre el que desplegar las implicaciones morales en las decisiones que delimitan nuestro destino, dentro de una historia de supuestos resucitados, desvaídos muertos o presuntos vivos, acompañando la acción con la presencia de un guía perverso que se burla de cada elección, y se encoge de hombros, como si con él no fuera la cosa, sin olvidar su seña de identidad: la amenaza sibilina. La implicación del protagonista en la encerrona demoníaca le llevará a ser testigo de la manifestación de los más bajos instintos, y compartirlos; pues, esgrimiendo su ateísmo convencido, se convertirá en ejecutor impasible de almas sin futuro en la mayoría de las ocasiones, hasta fusionarse con su guía a modo de repugnante sombra.

Con un estilo sobrio y un ritmo muy acertado, Baeza nos muestra un mosaico de pretendida realidad malsana, con cuyos protagonistas se esfuerza en hacernos coincidir. Bestialidad y humor ácido en un raro cóctel que origina una sorprendente explosión de brillantez y originalidad, aderezado de un lenguaje muy nítido y sin florituras, pero sin mediocridades que, junto a una suave dosificación de la intriga, consigue que el lector sonría, cómplice, ante planteamientos políticamente incorrectos.

En definitiva, una lectura recomendable y amena.


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