A un productor avispado llamado Federico Teti se le ocurrió a partir del éxito del “Ulises” de Kirk Douglas crear un émulo de serie B de “Las Argonáuticas” de Apolonio de Rodas pero no desde el punto de vista del bastante incompetente héroe Jasón - sé lo que digo: he leído “Las Argonáuticas” y la “Medea” de Eurípides: Jasón es un peazo calzonazos de la hostia, así de claro - sino desde el del secundario Hércules, que en el poema abandona la nave a media acción para buscar a Hilas, su amigo desaparecido. Se preparó una producción de presupuesto medio-bajo, en color y en el formato panorámico francés Dyaliscope.

Y para interpretar a Hércules se eligió a un apuesto cargador de camiones que había trabajado con Ed Wood: Steve Reeves, ex-Míster Universo y con el tiempo, el mejor culturista de la historia. Con tanto talento para actuar como un ladrillo pero con una presencia imponente en pantalla, Reeves se abriría paso hacia la fama mundial a base de trabajo y músculos.

Como protagonista femenina se eligió a la bella – y malograda, al igual que Reeves - croata-italiana Sylvia Koscina, actriz de considerable talento. Entre los secundarios destacan dos actrices: Gianna Maria Canale, a la que vimos en “Los vampiros” y Luciana Paluzzi, carismática actriz recordad sobretodo como malvada chica Bond. Entre los actores, Ivo Garrani, que poco después haría “La muerte vino del espacio” y muchas otras pelis de género fantástico. Dirige y escribe Pietro Francisci, experto en péplums, y en el equipo técnico tenemos a Mario Bava en fotografía, FX e iluminación.

El guion está lleno de agujeros (demasiadas elipsis y libertades, sobre todo al inicio) pero en otros aspectos técnicos no está nada mal para ser una película de bajo presupuesto: bello diseño de escenarios y atrezzo, buen vestuario y música bastante pegadiza con elementos electrónicos. Los FX son regulares.

Una agradable película de aventuras de capa (o sandalia) y espada con toques de comedia (a cargo del veterano Gian Paolo Rosmino como Asclepio), sin más, que gozó de un éxito mundial casi desproporcionado, pues el espabilado Joseph E. Levine compró los derechos de la película y gracias a una muy buena campaña publicitaria logró una gran acogida en EE.UU. y de paso el despegue de su productora Embassy, que llegaría a ser con el tiempo uno de los grandes estudios independientes de Hollywood, sobretodo desde finales de los 60 a mediados de los 80.

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