Ficha Los Blandings ya tienen Casa


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Críticas de Los Blandings ya tienen Casa (1)




Mad Warrior

  • 6 Mar 2021

7



Esto canta inocentemente James Blandings mientras se ducha, una bonita mañana como otra cualquiera, sin poder imaginar que un tiempo después deseará pronunciar esas mismas palabras cuando cometa la probablemente mayor metedura de pata de su vida.
Y merece la pena acompañarle.

Hacía pocos años que la 2.ª Guerra Mundial había acabado con una gran victoria por parte de EE.UU., cuya economía afronta inflaciones, transiciones y huelgas pero poco a poco emerge en el Globo con un punto de vista estrictamente capitalista, y mientras se reconstruía Europa gracias al Plan Marshall de Harry Truman y empezaban las primeras señales de la Guerra Fría con la U.R.S.S., las gentes las pasaban muy negras para asegurarse un futuro decente en tan desencantada sociedad. Puede ser ese sr. Blandings el perfecto ejemplo de tal sufrimiento para el ciudadano norteamericano de clase media y media-baja allá en los años 40.
Tal personaje, tan simpático y mojigato, fue sin duda el trasunto del autor y editor Eric F. Hodgins cuando se embarcó junto a su esposa Catherine en la compra de una casa a finales de la década anterior en Connecticut con la que pasó mil y una penalidades (y viéndose obligado a vender más tarde) que acabarían inspirando un artículo humorístico y más tarde su novela ¨Mr. Blandings builds his Dream House¨, éxito de ventas por su estilo divertido, fresco y mordaz, además de estar acompañado con las ilustraciones de William Steig. Y David Selznick tenía mucho ojo como para dejar escapar la oportunidad de una beneficiosa adaptación cinematográfica.

La garantía para una buena taquilla la tenía en un dúo que ya había demostrado cuan lucrativo era trabajar juntos: Cary Grant y Myrna Loy (aunque previamente se pensara en Irene Dunne). Como a modo de burla del neorrealismo, la voz de aquel gran Melvyn Douglas disfrazado del abogado Bill Cole nos invita a recorrer el Manhattan de 1.948 con un sentido de la narración especialmente satírico; de los rascacielos y las aglomeraciones nos introducimos en casa de los Blandings, típica familia americana y medio acomodada con un marido, una esposa (Muriel), dos hijas a cual más irritante (Joan y Betsy) e incluso una criada negra (qué mal visto estaría una cosa así en la actualidad, por favor...).
En estos minutos sin música Henry C. Potter despliega su destreza en el terreno humorístico y a base de graciosas sutilezas (cuando la comedia se permitía ser sutil) nos hace partícipes de las vicisitudes de una familia numerosa y las incomodidades presentes en el matrimonio (impagable cuando Jim intenta afeitarse pero se lo impide la mujer con el vapor de la ducha); todo destila simpatía en el guión de Norman Panama y Melvin Frank y un humor afilado lanzado directamente contra la mala situación socio-económica de la sociedad estadounidense (y lo mejor es que se hace a través de las nada inocentes y muy concienciadas hijas del protagonista, adelantadas como pocas).

Personalmente prefiero ver al bueno de Grant metido en líos donde suele acabar perdiendo los nervios, y el propuesto aquí resulta ser uno de los grandes: el anhelo de decir adiós a la asfixiante vida urbana y saborear las delicias del campo, las esperanzas de poseer una finca en las afueras donde se respire aire puro y aburguesarse tranquilamente. Todas esas cosas las desean nuestros protagonistas...y como podemos ver el destino está en su contra y no se lo concederá; el destino o bien una sociedad chupóptera que se alimenta de dichas ilusiones para saciar su insaciable codicia.
Todo esto recuerda en la distancia a lo visto en ¨Aquí durmió George Washington¨, que Will Keighley dirigiera unos años antes; y puede que Potter no posea un talento tan llamativo como el de Ernst Lubitsch, Preston Sturges o quizás Walter Lang, pero su manera de radiografiar las penurias de nuestros protagonistas y la excesiva avidez de aquellos que les estafan (como bien se dice, ¨Estos tipos saben reconocer a un tonto¨) es rabiosamente mordaz, y siempre adornada de un humor ligero. De tal forma que los desastrosos hechos, narrados por el dicharachero Cole, se reciben con una amplia sonrisa, desde las chapuzas organizadas por los obreros a los peligrosos roces matrimoniales entre Jim y Muriel.

No se profundizará, por desgracia, en estas últimas situaciones para que esto no termine pareciendo un melodrama de John Stahl (aunque sí se hubiera agradecido). Al fin y al cabo, pese a la acumulación de deudas, la corrosión de la dignidad y el estrés psicológico por los que pasan los protagonistas y quizás todos aquellos incautos que algún día de sus vidas hayan pensado en comprar y reformar una casa, queda la satisfacción final, porque lo que pretende contar Potter es una historia fresca y luminosa (seguramente todo lo contrario a lo vivido por el sr. Hodgins).
En efecto, Grant, haciendo gala de su talante y enorme carisma, se compenetra a la perfección con la divertida y a veces no menos desesperante Loy, dúo de magníficos actores por los que en estos tiempos cualquiera mataría por tener. A su lado ese Melvyn Douglas haciendo las veces de trovador que se acaba llevando las mejores frases con total naturalidad, y otros buenos secundarios como Harry Shannon, Stanley Andrews y Reginald Denny, sin olvidar a esa genial y perspicaz Louise Beavers en el papel de Gussie. Todo esto, más la música de Leigh Harline y el buen ritmo que se logra en el metraje gracias a la labor de Harry Marker, tenía el éxito asegurado.

Divertida pieza de artesanía de aquellos tiempos sólo recordada por los verdaderos amantes del cine clásico, así como los de las obras de Potter. No tiene precio (aunque sí para su personaje) ver las diversas expresiones de pánico de Grant mientras avanza la película.
En un inesperado ejercicio de ingenio metalingüístico final, éste romperá la ¨cuarta pared¨ y nos invitará a su preciosa morada mientras lee (que ojo tiene el director) el libro en el cual se inspira la película. ¿Pues quién no querría ir?



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