Ficha I am Keiko


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Críticas de I am Keiko (1)




Mad Warrior

  • 11 Jan 2022

5



Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Me llamo Keiko...y esta es la historia de mi vida, una vida que se delimita entre una fase de mi existencia ya caduca e irreconocible y otra que se divisa difusa e imprecisa. Aquí estoy, intentando comprender y atesorar el espacio de tiempo de estas fases sin comprender nada realmente¨.

¿Qué es el tiempo? Una unidad de medida. Algo insignificante. La enclaustración de toda una concatenación de sucesos observados desde el silencio y la lejanía por un ente (nosotros mismos) que los conecta sin que de ello quede constancia en el espacio interior de ninguno de los seres pertinentes. Un día tiene 24 horas, y esas 24 horas 1.440 minutos, 86.400 segundos, y todo y nada sucede en ese segundo: la vida y la muerte, el día y la noche, el blanco y el negro; mientras nosotros abrimos los ojos alguien los cierra.
Pues quizás nunca haya sido medido el tiempo tan concienzuda y milimétricamente frente a una cámara como ocurre en ¨I am Keiko¨. Pocos años quedaban para que el subversivo Sion Sono atravesara la barrera de lo minimalista y alcanzara el éxito comercial a principios del nuevo siglo con ¨El Club del Suicidio¨, pero antes del milagro nos dejaría una serie de personales obras de una libertad narrativa y visual tan inconmensurable reacias a ser consideradas en cualquier clasificación, como la que nos ocupa, donde por primera vez (a excepción de ¨The Room¨) el director se aparta de la cámara y deja el absoluto protagonismo a otra persona. Ella es Keiko.

La claqueta de Sono chasquea y ahí está, una joven de precioso rostro con la mirada perdida en el infinito, una mirada penetrante sostenida en primer plano durante 4 minutos y 50 segundos con la que la actriz atraviesa la pantalla y alcanza nuestro inconsciente. La ¨cuarta pared¨ se rompe sin necesidad de proferir ni una sola palabra; una lágrima empieza a brotar mientras voces familiares de fondo, el cantar de los pájaros y el movimiento exterior de la ciudad rompe el desasosegante silencio. El cúmulo de sentimientos que Keiko nos transmite a través de su rostro es tan grande que no puede explicarse con palabras.
Se presenta. Keiko Suzuki, es camarera y se debate entre dos hechos determinantes: uno es la muerte de su padre a causa de un cáncer, el otro es su 22.º cumpleaños (concepto ya usado en ¨I am Sion Sono!¨). Séneca afirmó ¨En tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro; el presente es brevísimo, el futuro dudoso y el pasado cierto¨. A lo que asistimos es a la contención de la propia vida de Keiko mientras se mantiene a la espera de que sus 21 años finalicen en tres semanas, deseando tener constancia de una forma obsesiva de cada hora, minuto y segundo que acontece en ese espacio de tiempo que se le escapa, que discurre inexorablemente contra todas las fuerzas del universo.

Lo que entendemos por estructura y esquema no tiene cabida en este video-diario. La estructura de ¨I am Keiko¨ se rige por los códigos y normas que subyacen a la propia mente y sentimientos de Keiko, atrapada en un entorno de colores vivos tan agobiante como magnético que resulta del todo abstracto, abstracto a nuestros ojos pero acogedor para ella (entorno que nos presenta a un Sono influenciado por la estética europea, con ecos de Suzuki y la que se proponía en ¨La Naranja Mecánica¨, su película favorita). Mientras el tiempo se halla congelado en ese espacio interior sugerente y hermético la vida prosigue en el exterior, el Mundo continúa moviéndose como si nada...
Observamos a la chica, que desnuda su alma ante nosotros con sinceras confesiones, de cotidianas nimiedades (qué comió para cenar o qué vio desde el balcón de su apartamento) o de dolorosos y nostálgicos recuerdos que se abalanzan sobre su tediosa, melancólica y dudosa existencia. Confesiones a las que asisten los peces de Keiko, los huesos de su padre, que ella robó del crematorio, y sus preciados enseres. En un momento dado, y para romper la sensación de monotonía y angustia, inicia un divertido show pretendiéndose una presentadora de noticias...las noticias de su día a día.

Pero este entretenimiento que ha protagonizado tras diversas pelucas y maquillajes finaliza de forma abrupta al aparecer de nuevo sin disfraces esgrimiendo una mirada que nos atraviesa directamente el corazón con la cual advierte ¨Esta soy yo, Keiko, y nada puede cambiarme por mucho que me oculte tras una máscara de despreocupación y vanos juegos...¿qué os parece?¨. Arrastrado por la inquietud interior de la muchacha, Sono la seguirá hacia su liberación (ella debe abandonar el apartamento y asimilar ese mundo exterior que ignorante sigue su curso). Se rompe la atmósfera y la propia película.
Afrontar la pérdida, el hastío, la incomunicación, la soledad, la marginación y la tristeza parece ser el objetivo de Keiko, quien deambula por el escenario, ya abierto, con espíritu infantil y valiente, midiendo el tiempo que consume sus pasos hasta mezclarse con la inmensidad natural a la que antes se mostraba reacia y temerosa; de todas formas todo son horas, minutos y segundos, y atesorarlos como la desaparición de la existencia no produce sino un corrosivo malestar, así que mejor hacerlo como el nacimiento de algo nuevo y revitalizador.

Sono (cuyo sosegado y elegante estilo se disocia de sus primeros trabajos, en los que todo era locura y desenfreno) y su protagonista desafían nuestra lógica, nuestra consciencia, nuestros sentimientos y sobre todo nuestra paciencia. Casi una nueva versión del ¨Ako¨ de Teshigahara y deudora de ¨Le Mystère Komiko¨ de Marker, este intimista experimento visual no es para cualquier estómago; desespera, cautiva y enternece con la misma intensidad.
Al final formamos parte de él sin proponérnoslo. Seguimos a Keiko contando con ella sus pasos por la ciudad hasta llegar a ese precioso paraje nevado en el que creará un gran contraste con su vestido y su paraguas rojo. Sus pasos son los nuestros, y también sus segundos; cuando ya todo termine empezaremos entonces a contar nuestros propios pasos...



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