Ficha The Ditch


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Críticas de The Ditch (1)




Mad Warrior

  • 3 Jan 2022

9



Al principio de ¨Los Bajos Fondos¨, Kurosawa nos mostraba a unas personas que toman por un vertedero de basura la fosa que desvela un mundo ya desaparecido, un reino de la miseria en cuyos recovecos se apiña una comunidad, la de los miserables, el del pueblo vil de Japón.

Tres años antes Kaneto Shindo ya abrió esta fosa y la observó cuidadosamente en ¨Dobu¨, nueva producción de su compañía independiente Kindai Eiga Kyokai, que fundó junto al actor Taiji Tonoyama y el conocido realizador Kozaburo Yoshimura, contando en 1.954 con sólo cuatro de años de vida y pocos beneficios monetarios debido a la competencia con los grandes estudios y los temas tan controvertidos que abordaban. Después de adaptar un relato de Guy de Maupassant en ¨Life of a Woman¨, vuelve a contratar a su grupo de actores fetiche para una historia que desde hace tiempo ansía contar.
Él mismo investigaría en las barracas y otras comunidades ¨burakumin¨ de Yokohama para recrear con la mayor autenticidad esta situación, a la que rápidamente somos lanzados. El plano se abre sobre la zanja que da nombre a la película; el humo de las fábricas ha generado una espesa neblina que cubre el entorno, y los vastos y mustios campos de fango y maleza se extienden hasta un río lleno de porquería. Sirviéndose de un trabajo espléndido de la fotografía en blanco y negro de Takeo Ito, Shindo modela bien esta atmósfera cuyos hedores penetran en los pulmones y nos impiden respirar.

Esta zanja es una de las muchas que se han abierto en la tierra tras el paso de la 2.ª Guerra Mundial, y que han precipitado al país a una era de pobreza extrema y caótica ruina donde somos incapaces de apreciar el más mínimo atisbo de prosperidad por la llamada recuperación económica; aquí las chimeneas se alzan como gigantes sobre la tierra que la contaminan con sus gases y las gentes deambulan sin rumbo fijo mientras no dejan de sucederse las huelgas de trabajadores. Como en ¨Memorias de un Inquilino¨, Shindo se centra en relatar la vida cotidiana de los habitantes de un grupo de chabolas entre la orilla de una ciénaga (el pasado) y las vías del ferrocarril (el futuro); un lugar que en realidad no está situado en ninguna parte.
Al principio les veremos correr tras un tren para recoger el carbón que cae en las vías. Ya está todo dicho; la pretensión de la mirada del director, como la de cualquier neorrealista, es retratar la decadencia sin concesiones. Cohabitan ahí toda una galería de pintorescos personajes, magníficamente descritos y caracterizados : ruines, soñadores, valientes, mentirosos, jugadores, fanáticos religiosos, familias unidas en la desgracia y la precariedad, todos bajo el control de un hospedero tiránico. Shindo se esmerará en hacernos partícipes de las numerosas historias que atañen a todos y cada uno de estos individuos de orígenes truncados.

Entre las más interesantes encontramos la protagonizada por los trabajadores, que exigen mejores condiciones en la fábrica (revelando los ideales comunistas y comprometidos del cineasta), o la de esos jóvenes que deciden regresar al seno del hogar tras largo tiempo; éstos, despreciados por los padres a su llegada, reflejan un hecho significativo del momento: el que se queda ha de hacerse a la indigencia y acostumbrarse a pasar frío y hambre; el que se va acaba corrompido por los vicios, la violencia y los malos hábitos de la ciudad. Los hijos acaban convertidos en yakuzas, las hijas en concubinas.
Pero el director no tarda en añadir la pieza que le falta a su engranaje para hacer girar los acontecimientos de la trama; y es Tsuru, una pobre deficiente mental que se defiende contra los avatares de la existencia con energía y fuerza. Nobuko Otowa nos deja sin aliento en la interpretación más compleja y dura de toda su carrera como esta mujer cuyo febril peregrinaje incluye haber ejercido la prostitución en Manchuria y haber sido maltratada en una fábrica hasta acabar mendigando por un pedazo de pan en los pantanos. La secuencia en la que los habitantes rodean a la protagonista para oir intrigados sus correrías denota el poder y el carisma de la que poco tarda en hacerse con el protagonismo absoluto, y cuyo punto de vista adoptaremos enteramente.

En un ignorado gesto de unificación, Tsuru es capaz de congregar por medio de la palabra a todos los vecinos como una auténtica comunidad en un instante eterno; inocente, melancólica, a ratos divertida, de vez en cuando histérica, la luz interior de la mujer vendrá a marcar el camino de las oscuras vidas del resto de personajes, sin que ellos siquiera lo atisben. También es, como nos dejó claro Mizoguchi, el ejemplo de la imposibilidad de la mujer de prosperar, de salir adelante, en una tierra dominada por la lujuria, la violencia y la codicia, en general por la maligna condición humana, y en concreto por la maldad de los hombres.
Si Oharu se dejaba explotar al ser consciente de su naturaleza sensual que le impedía resistirse a los hombres, Tsuru es explotada por su condición inferior; Shindo nos vapulea la conciencia y el estómago durante este pasaje de la historia, el más sombrío y perturbador, referente a la vuelta a la prostitución de la chica. Su objetivo es observar hasta qué abismos puede empujar el ser humano a sus semejantes y a qué grado de perversidad puede descender cuando está atrapado por su codicia y el deseo de supervivencia; Tsuru también es empujada, vendida como geisha por Pin y Toku, sin embargo su inestabilidad mental choca con las normas del esclavista. Pero la degeneración total llega cuando ésta ha de desempeñar el oficio en la calle...

Quizás nunca nadie en la Historia del cine haya filmado un ejercicio de prostitución tan trágico que se aproxime al aquí propuesto por el cineasta. Maquillada en exceso como si se tratase de una actriz de farsa popular, Tsuru pasea de aquí para allá para captar clientes que huyen aterrados a su imagen dantesca; la exposición a estos hechos, que roza lo desgarrador con un sentido deliberado del patetismo, produce una sensación de gran incomodidad, de desaliento y de náusea. En mitad de la noche, bajo la lluvia, hundiéndose en el barro, despreciada, humillada, incluso arrojada por un vil cliente de su coche, Tsuru representa a toda una generación de mujeres incapaces de ganarse la vida al ser incapaces de fingir quienes no son ocultándose por el deseo lujurioso de los hombres.
No resultaba difícil sacar a la Osen de ¨Los Bajos Fondos¨ de sus ilusiones y sueños, pero este gesto es imposible en Tsuru, condenada por su discapacidad y rechazada por desfigurar alegremente el mundo que la rodea y asumir desde una óptica torcida lo más horrible de la inmoralidad humana (esto permite a Shindo de vez en cuando abrir una brecha en la realidad en la que aparecen figuras y espectros del recuerdo que elevan las formas del film a la más pura abstracción).

Y si a corrupción, desesperación y codicia nos referimos, nada lo ejemplifica mejor que ese momento en el que vemos a los vecinos perdiendo la razón y enfrentándose como bestias por la caja de caudales que Teru roba al proxeneta y que acaba perdida en el bancal, tramo febril rodado a un ritmo endiablado donde el realizador deja ver su particular sentido del humor (tan negro como las aguas fangosas en las que se meten los protagonistas). Pero está claro que todo el peso dramático recae en Tsuru, cuyo conflicto con los anteriores y después con unas prostitutas de la zona finaliza en un instante de horror catártico.
Shindo hace gala, y como nunca, de su estilo moderno y audaz y aun filmando en campo abierto logra, por medio de una rápida sucesión de planos cortos y generales, una tensión desasosegante al interpenetrar en la psique de la mujer mientras la secuencia está dominada por un sentimiento de caos absoluto; será la única vez que veremos intervenir a las fuerzas del orden, y el nipón denuncia su incompetencia haciéndoles responsables del crimen contra ella, la víctima por excelencia a todos los niveles. No extraña que esta ausencia de esperanza y salvación derive en una escena de duelo donde todos llorarán alrededor de la muerta (que recuerda a la vista en la anterior ¨Epítome¨, con Ginko en el lugar de Tsuru), gesto de unificación que se vuelve a repetir, después de todo el cinismo, la crueldad y la brutalidad observadas.

Al final son las víctimas de la violencia (de la guerra y de la sociedad) las únicas cuya fuerza y bondad de espíritu es suficiente para reparar las heridas sociales y unir de nuevo al pueblo; en un espacio cerrado y mugriento, con todos los vecinos rompiendo a llorar al unísono ante el cadáver de Tsuru...Shindo nos atraviesa los sentidos a lo largo de una secuencia de expiación y desnudez emocional y psicológica conmovedora elevando el grado de realismo por medio de la intensidad, un tanto teatralizada y sentimental, del melodrama.
La fuerza de sus evocadoras imágenes, la elaborada creación de atmósferas (ese clima agobiante de sudor, barro, alcohol y humo que todo lo invade), su despiadada visión de la realidad, su demoledor discurso y el gran talento de sus actores (donde por encima de todos destaca la espectacular Otowa) hacen de ¨La Zanja¨ una experiencia arrolladora, no pocas veces dolorosa, emocionante, angustiosa y hasta insoportable. Shindo, que como Gosho, Shimizu y Mizoguchi sabe capturar a la perfección la esencia de la miseria humana a través de un grandioso humanismo, nos enrosca en los viscosos resquicios de un mundo de monstruos y perdedores, de viciosos y salvajes, de ludópatas y muñecas rotas, y ese no es otro que el mundo real.

¿Y al final queda algún atisbo de esperanza? Sólo resta esperar que la intensa luz del alma de Tsuru guíe las vidas de los miembros de la comunidad hacia un futuro mejor.
La niña reza en el improvisado altar, y afuera el Sol ilumina el triste paisaje...pero parece que nunca haya brillado tan intensamente...



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