Ficha A Wife Confesses


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Críticas de A Wife Confesses (1)




Mad Warrior

  • 31 Dec 2021

9



Hay una mujer, indefensa, incomprendida por todos, cuyo único objetivo existencial parecer ser el eterno sufrimiento, y por culpa enteramente de un hombre...
Al otro lado una sociedad cínica y depredadora se alza contra ella, sólo con un deseo en mente: aniquilarla. ¿Quién ganará?

Desde que en 1.959 protagonizara su segundo largometraje, ¨Aozora Musume¨, Yasuzo Masumura tardaría muchísimo en separarse de Ayako Wakao, y no sólo su magnética belleza era una de las grandes razones; poco a poco el cineasta la haría intervenir en algunos de sus más memorables títulos y pasaría de ser la estrella juvenil de moda de la Daiei para convertirse en una de las más arrolladoras actrices de su generación. Tras participar en la muy regular epopeya histórica ¨A Lustful Man¨, vuelve a ponerse a sus órdenes para la adaptación de otra novela, esta vez del autor y prestigioso abogado Masaya Maruyama.
¨Tsuma wa Kokuhaku Suru¨ será la 2.ª y mejor entrega de lo que podríamos llamar la Pentalogía de las Esposas del director (desde ¨The Most Valuable Wife¨ hasta ¨La Esposa del dr. Hanaoka¨). Con el futuro colaborador de Kurosawa, Masato Ide, al guión, este relato se inicia con un hombre anónimo en primer plano, aguardando impaciente, hasta que sujeta su cámara y empieza a filmar la llegada de un coche a la puerta de los juzgados; y esta mirada, la del ojo escrutador y fisgón, es clave para entender los acontecimientos venideros. Tras el revuelo que se forma en la entrada, el estrado de los jueces es enfocado desde el punto de vista del acusado (otra mirada vital) y empieza realmente la película...

El acusado es en este caso una mujer (Ayako), y el cargo es el asesinato del marido (Ryokichi); Masumura supera la euforia inicial para sumergirse en los procederes y vicisitudes del denso drama judicial, influenciado como siempre por el estilo y discurso de Kazan, Ray, Lumet o Clouzot (sin caer en el error de vendernos un simple remedo de ¨La Ley del Silencio¨, ¨Llamad a Cualquier Puerta¨, ¨Doce Hombres sin Piedad¨ o ¨La Verdad¨). Los hechos se centrarán alrededor de este turbio proceso, que a la vez se irá desgajando yendo atrás y adelante en el tiempo como sucedía en ¨Rasho-mon¨, con cada testigo y acusado ofreciendo su punto de vista personal.
Primero aceptamos la palabra del fiscal, fría y determinante, y poco a poco vamos conociendo a Ayako; en mitad de una escalada de alta montaña un accidente la ha forzado a deshacerse de su marido, pero Masumura es lo suficientemente inteligente para mantener a este personaje en el anonimato durante un tiempo, hasta sacudirnos con la verdad; su visión actúa como el cuchillo que ella utiliza para cortar la cuerda que le unía a aquél, y así raja las tan estrechas ataduras existentes entre las tradiciones absurdas de su sociedad y los ideales modernos.

Esa mujer resulta ser una pobre desgraciada que en las condiciones más miserables acepta ser esposa de un importante profesor universitario de medicina aficionado al alpinismo, pero lo que hace en realidad es someterse a la tiranía de un ser monstruoso que representa la versión más corrupta del marido clásico japonés; y al negarse a interpretar el papel de la esposa tradicional (sumisa, paciente, silenciosa) es fulminada por todos los que la rodean.
Tanto los de fuera (el policía, la criada, el veterano escalador) como los de dentro (Rie, el fiscal Kasai). A su lado permanece Osamu, joven alumno de Ryokichi, sospechoso de su crimen y por el que la primera profesa verdadero amor, levantando las sospechas y celos de su prometida Rie.

Como en el ¨Escándalo¨ de Kurosawa, Masumura se detiene de manera intermitente en las reacciones de unos reporteros repelentes y oportunistas que logran influenciar con sus sucias mentiras al resto de la sociedad.
El cineasta nos absorbe así en las entrañas de una atmósfera amarga, viscosa y asfixiante, con la intención de que adoptemos la mirada, desgarrada y perdida, de su protagonista, quien halla en el joven Osamu una vía de escape a su angustia emocional y psicológica, dos amantes inconfesos cuya mitad propia (Ryokichi por un lado, Rie por otro) les consume y envenena. El amor, como en muchas de sus obras, es el resorte del engaño, la traición y la muerte.

Un maravilloso sueño que se desvanece al descubrir Ayako que no es la protagonista de una novela romántica con final feliz, sino la de una historia de cine negro preñada de melancolía y fatalidad, quizás ingeniosa variación de la de ¨Perdición¨ o ¨El Proceso Paradine¨, si bien Masumura desarrolla el suspense con su propio estilo y visión (completamente en defensa de la mujer, cual Mizoguchi) y una destreza única para atraparnos en la espiral de lágrimas, celos, traiciones, amenazas y odios que alimenta la intriga hasta el mismísimo final, donde se logra elevar la tensión a niveles desesperantes.
Ayako Wakao, cuyo álter-ego homónimo se debate entre la inocente y dulce Yuko de ¨Aozora Musume¨ y la hábil manipuladora y pérfida Otsuya de la futura ¨Irezumi¨, hará gala de auténtica maestría interpretativa, pero es durante el epílogo cuando logra una actuación sobrecogedora (atentos a la mirada que se lanza en el espejo, aceptando su destino, capaz de quebrarnos el alma). No hay suficientes elogios para esta gran mujer, a quien acompañan los siempre buenos Haruko Maguchi y Hiroshi Kawaguchi, un Eitaro Ozawa en el papel más odioso de su carrera, con diferencia, y esos magníficamente veraces Hideo Takamatsu y Jun Negami, cara a cara en un duelo brutal como el fiscal y el abogado defensor.

Pocas veces se ha proclamado tan a viva voz y con tanta fuerza la defensa de una mujer cuando el mundo entero desea darle la espalda; como sus mentores y como ya había demostrado, Masumura hace del cine un arma de concienciación poderosa y demoledora, y su película hace pedazos las tradiciones del país y lo conduce a una necesaria etapa de modernidad. Pero la mirada de Ayako quedará impregnada en el espejo para siempre.
He de insistir en esa mirada última, porque les desgarrará hasta los intestinos; las palabras de Rie no podrían ejemplificar mejor la gran incomprensión de los hombres hacia los sentimientos de la mujer en su tan estéril y cruel sociedad: ¨Ella fue la única que realmente amó a alguien¨. 20.ª obra del director que descubro, y aún me falta la respiración...



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