Ficha Tiempo de Silencio


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Críticas de Tiempo de Silencio (1)




Mad Warrior

  • 22 Apr 2022

6



Mi profesor de literatura admitió sin reparos que el libro más difícil que podía mandarnos a leer era el ¨Tiempo de Silencio¨ de Luis Martín Ribera, y que atrevernos a hacerlo supondría una prueba de fuego a nuestras capacidades.

¨Es muy cansino, charlatán y pretencioso, pero es terrible, te come por dentro, lo pasas mal, y a veces hasta te diviertes...como meter en un pozo de agua sucia a Valle-Inclán, Pío Baroja y Marcel Proust, ahí es nada, decía¨. La única novela firmada por el también científico y ensayista de origen marroquí significó toda una revolución en la España de los 60, más por su riqueza de recursos estilísticos que por su complejidad argumental; barroca y realista, picaresca y retórica y tan culta a niveles excesivos como irónica y burlesca. Nada fácil adaptar un texto de tal complejidad donde se presentaba un marco social tan espinoso como la España de la posguerra.
Vicente Aranda, que viene de hacer su aplaudido policíaco-¨quinqui¨ ¨Fanny ¨Pelopaja¨ ¨, va por fin a hacer realidad un sueño que lleva madurando veinte años, desde que leyó el libro por primera vez, sin que ningún productor tuviera el valor de ayudarle en el proyecto; junto a Antonio Rabinad condensa y adapta el inabarcable universo de Martín, dejando una enorme cantidad de recursos y temas por el camino que, de otra forma, perderían encanto y credibilidad en pantalla. El protagonista no es un héroe y tiene el rostro de un joven Imanol Arias en su primera colaboración con el cineasta; él es Pedro, álter-ego del autor y científico que, si bien parece esmerarse en su descubrimiento de una cura contra el cáncer, ya hace tiempo que se rindió y resignó a su precaria situación...

Nos situamos en época mientras Aranda ya nos retuerce el estómago durante unos primeros minutos de explícita crueldad animal y crudo retrato social; época donde España sufre la pobreza y los estragos de una Guerra Civil lejana que ha dejado a la patria quebrada por la mitad: a un lado un microcosmos atestado de la pretenciosidad y la frivolidad que airean orgullosos los burgueses intelectualoides tan liberales y en contacto con la cultura extranjera; al otro un agujero lleno de los despojos sociales más marginales cuyas vidas se guían por la violencia, la traición y la depravación hasta límites insospechados...
Aranda y el genio Josep Rosell recrean esto con todo lujo de detalles, mientras Juan Amorós captura los colores y olores que emana este ambiente corrupto y sórdido de candilejas y chabolas, impregnando la pantalla y ahogándonos en mugre, humedad, moho, alcohol, sexo y calor sofocante. Pedro es un espectador que observa la vida con la misma indiferencia analítica con la que mira por su microscopio, y los seres humanos que circulan a su alrededor son el perfecto reflejo de esos ratones que contagian su cáncer a otros y entre ellos; lo mejor de ¨Tiempo de Silencio¨ es su absoluta objetividad para con los personajes y la perspectiva.

Como Martín, Aranda no hace distinciones ni concesiones: a los burgueses de clase alta los ridiculiza y les deja humillarse a sí mismos en su redundante palabrería y en los altaneros modales con los que interactúan; las fuerzas del orden y políticas evidencian una gran falta de comprensión y una total incompetencia; los del estrato social más bajo son bestias anormales que actúan desde la inconsciencia. Y es que aquí sobresale una enorme carencia de dignidad, ética y moral, pues no hay hombre ni mujer que la posea; todos se regocijan en su maldad, torpeza, odio, interés, hipocresía y egoísmo.
Pedro, en su viaje de descubrimiento vital (que no despegará narrativamente hasta esa memorable e indigesta secuencia del aborto practicado en casa de los parientes de su ayudante Amador, y para lo cual hay que esperar más de la cuenta...), es incapaz de enfrentar los males que desde otro plano de realidad amenazan con desbaratar la comodidad de su hermético mundo de probetas y batas blancas. Enfrenta de un modo pésimo (incluso más que en el libro) tanto la muerte como el amor, brindado con excesiva pasión por esa Dorita que, al estar encarnada por la sensual Victoria Abril, adquiere una dimensión mayor que su homólogo literario, llegando a ser el único personaje digno de merecer nuestra compasión.

Juan Echanove como Matías no, claro, porque aparece desdibujado desde la burla, para convertirse en un trasunto patético y charlatán de esos típicos intelectuales burgueses de la época, tan hinchados con su retórica y su léxico de universitarios privilegiados y disfrutando de contactos con las más altas esferas; le sirve a Aranda, además, para seguir jugando con las obsesiones y los complejos sexuales (así, Charo López aparecerá dando vida a su madre y, al mismo tiempo, bajo el estrambótico maquillaje de una prostituta de barrio).
Destacan más los actores cuyos personajes se mueven en el ¨otro lado¨: Joaquín Hinojosa dando una presencia imponente a ese ¨Cartucho¨ que amenaza a cada segundo la vida de Pedro (y de todo el que se le ponga por delante), o un Paco Rabal soberbio que se trae algo de su Azarías de ¨Los Santos Inocentes¨ para dar vida al indeseable ¨Muecas¨, sin despreciar a un sólido Juan José Otegui en su rol de inspector obstinado y persistente. Son personajes que acorralan a Pedro desde su aparición, y esa sensación trasciende la pantalla y se abalanza sobre el espectador, hasta verse encerrado junto a él en la celda; y no queda nada al final. Silencio y resignación...

Porque poco más puede hacer Pedro en una sociedad donde la voz de los de abajo no es escuchada por los de arriba, un lugar de perdedores y cobardes sin remedio, de seres humanos que han degenerado en animales cancerosos...
Al igual que la novela, el film aburre y abruma tanto como fascina, asfixia y provoca apatía y repudio...pero a veces una imagen no vale más que mil palabras, ya que no alcanza la riqueza que sí alcanzó Martín en el texto. Se hace eco de ello; será nominada en los Goya pero es una decepción en taquilla...



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