Ficha Los Músicos de Gion


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Críticas de Los Músicos de Gion (1)




Mad Warrior

  • 28 Feb 2021

6



En efecto, todo. Maquillajes, caros kimonos, elegantes maneras que esconden una sucia verdad. En el fondo, una casa de geishas es un prostíbulo, maquillado.
Mizoguchi se empeña en hacernos regresar a esta realidad, desde su más íntimo interior.

1.953, este señor alcanza la gloria; la crítica internacional le reconoce y es recompensado en muchos festivales, como el de Venencia, donde recoge el León de Oro por ¨Cuentos de la Luna Pálida¨, que representa la quintaesencia de su búsqueda y una seguridad estética total, puesta al servicio del rechazo a toda forma de opresión. En ese momento, la presencia del ocupante americano provoca disturbios y se exige la marcha de las tropas; la evolución de las costumbres no cambia los sistemas de esclavitud inscritos en la sociedad, pues el capitalismo los ha reproducido de forma hipócrita durante la posguerra.
Su colega de Daiei, Masaichi Nagata, constata que los films sobre la prostitución seducen al público nacional mientras que las producciones históricas atraen al internacional, así que le pide trabajar en ambas tendencias. Tomando una novela de su fiel colaborador Matsutaro Kawaguchi se prepara para una especie de reinterpretación de su clásico ¨Las Hermanas de Gion¨ trasladada a la época actual y que privilegia un papel: el de las patronas del burdel. Como en aquélla, ésta empieza en Gion (barrio rojo de Kyoto que tanto frecuentó el director en su juventud), y lo hace con una unión, la de Miyoharu y Eiko.

La primera una geisha devota y obediente, la segunda una joven que ha huido del acoso de su tío con un propósito que es el resorte del argumento: su deseo de convertirse en geisha como lo fue su ya fallecida madre. Nueva oportunidad de Mizoguchi para despertar la compasión en el espectador sobre un tema irritante; como bien defendía Kumiko en ¨Mujeres de la Noche¨ la mujer no tiene por qué sucumbir a la bajeza de la prostitución para salir de la pobreza, a todas luces el camino más sencillo. Por lo tanto, el punto de partida planteado por Kawaguchi resultaría ridículo (¿por qué una niña de 16 años querría convertirse en geisha?) de no encontrar una justificación razonable.
Y es la terrible ignorancia provocada por su inocencia. Para huir de su miseria familiar, Eiko se encomienda a Miyoharu, amiga de su difunta madre y transmutada en sustituta emocional de ésta, para seguir sus pasos, pues el hombre en su familia (un padre inútil y enfermo, un tío violento y abusivo) es una figura repulsiva (ninguna sorpresa teniendo en cuenta quién dirige esta obra). De este modo el cineasta nos vuelve a introducir en las intimidades del lupanar, esta vez desde la perspectiva de las geishas, haciendo hincapié en sus exquisitas maneras, sus aprendizajes, su culturización, etc..

En definitiva para adquirir la suficiente distinción que las distancie de las prostitutas habituales, pero como bien nos enseñó Hideo Gosha en su fascinante ¨Yohkiroh¨ la diferencia entre unas y otras reside en los oropeles con los que disfrazar la realidad y esconderse bajo apariencias. Un mundo donde incluso se las arrebata su verdadera identidad y donde será fácil adivinar la reacción de la ingenua Eiko (ahora ¨Miyoei¨); en una muestra de esta dulce inocencia, apela a una trabajadora del burdel sobre los derechos que poseen las geishas basándose en la nueva Constitución impuesta por los ocupantes.
Sus compañeras se ríen de ella y no sin razón: una cosa es lo que los políticos escriban en un pedazo de papel y otra es la cruda realidad que se vive en la calle. Un conflicto con dos importantes clientes desata el melodrama pero cambia el punto de vista con respecto a la historia de Omocha y Umekichi: ahora, aunque los padres siguen siendo incapaces de salvar a sus hijos y los hombres continúan siendo depravados, ávidos y brutales, es la patrona la que tira de los hilos, una esclavista moderna implacable e insensible; sin este personaje, frío, odioso y también ávido (de dinero, prestigio y clientela) no hay crédito ni oportunidades para las trabajadoras.

La trama, arropada por una violencia a menudo atroz (memorable el ataque de Eiko para salvarse de ser violada, filmado desde una conveniente distancia) y una increíble fluidez gracias a la labor de Mitsuzo Miyata al montaje, irá mostrando el dilema de la joven maiko (aprendiz de geisha), que se niega a venderse y empuja a hacerlo a quien actúa como su madre y protectora, y con quien forma una pareja enamorada oponiéndose al principio y luego satisfaciendo el chantaje de la patrona. No es tanto la violencia masculina lo que las subyuga y ata como ese agente de la opresión que es el dinero.
La hermosa Michiyo Kogure, que ya demostró su valía para el director en ¨El Destino de la señora Yuki¨, comparte protagonismo con una Ayako Wakao de 20 años en su primer papel realmente importante y en su primera colaboración con aquél, quien no tardaría (como todos) en quedar fascinado por su vitalidad e inmensa belleza. Muy buenos Eitaro Shindo, Seizaburo Kawazu, Kanji Koshiba e Ichiro Sugai, reflejando la habitual debilidad y brutalidad masculina de las películas de Mizoguchi; no obstante en esta ocasión los personajes masculinos me resultan más interesantes que los femeninos (apelar a mi compasión sobre unas mujeres que desempeñan tal profesión por voluntad propia es algo imposible...).

Menos dura que ¨Las Hermanas de Gion, esta versión también termina con una decisión desesperada por sobrevivir, si bien no precisa el alegato final de aquélla, el cual definía a la perfección la condición de los hombres y las mujeres según el director, pues es la patrona la que amenaza la libertad de éstas.
Este tema regresará, desprovisto de compasión y endureciendo su discurso, en ¨La Mujer Crucificada¨, ambos regulares títulos que no hacen sino allanar el camino para culminar en ¨La Calle de la Vergüenza¨, la más perfecta de esta serie de obras de Mizoguchi ambientadas en el mundo de la prostitución y la esclavitud femenina.



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