Ficha El rito


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Críticas de El rito (1)




Mad Warrior

  • 7 May 2021

7



Cuatro individuos, tres actores y un juez; cuatro paredes, un proceso, que desnuda las almas a través de una crueldad ¨kafkiana¨.
Ingmar Bergman nos encierra en su rito de verdades, castigos y expiación...nos ahoga, nos vapulea.

Como otros muchos grandes directores acostumbrados a elaborar sus proezas en el mundo del cine, el maestro sueco también halló en la humildad y comodidad del medio televisivo algunas buenas oportunidades de transmitir su arte, y acogiéndose a ello desde su etapa temprana; porque gran parte de esta producción destinada a la pequeña pantalla le servía de laboratorio para la creación de formas breves, condensadas, depuradas y de una intensidad y audacia en cierto modo experimentales. Obras que no son necesariamente desconocidas, al menos para sus fervientes seguidores, pero sí bastante infravaloradas.
Entre dos trabajos mayores y tan memorables como ¨La Vergüenza¨ y ¨Pasión¨, que cierra definitivamente y a todo color el decenio más creativo del director, emerge ¨El Rito¨ para la televisión sueca, y demuestra lo que tal experiencia puede aportar a éste: un plus de intensidad y penetración en la disección de los comportamientos, así como un modo de agotar los resortes de una situación reducida a su expresión más simple. En esta ocasión se radicaliza el tema del proceso contra el arte inaugurado once años antes en ¨El Rostro¨; en éstos films la noción misma de espectáculo y de representación será perpetuamente interrogada.

Como locura devoradora, ilusión irreductible, cara a cara entre el deseo y la muerte, engañosa apariencia, versatilidad de lo visible, ambigüedad del sentido, prueba última de la verdad. Aquí un juez de instrucción examina y se enfrenta a un grupo de artistas que son sospechosos de cometer actos obscenos e indecentes en sus funciones; regresa Bergman así a sus análisis sobre el universo del teatro, partiendo desde la fascinante superficie hasta escarbar en sus entrañas, y lo hace adoptando un formato abiertamente teatral y minimalista apoyado en la sensacional labor de su operador Sven Nykvist para modelar las atmósferas.
En interiores claustrofóbicos el juez Abrahamson se dispone a interrogar a Sebastian y al matrimonio Hans y Thea, triángulo amoroso sobre el cual se construyen y desarrollan las más inestables emociones y las más venenosas interacciones, lo que atañe en general a todos los actores. Eso observamos: a actores que hacen de actores que hacen de actores, y la presencia de este trío alcanza connotaciones mefistofélicas, misteriosas y deliberadamente simbólicas; el director acabaría por declarar que aquí divide su personalidad en ellos, practicando un juego de emociones, egos y psicologías masoquista y enfermizo. ¿Se puede haber desnudado Bergman con tanta vehemencia como en ¨El Rito¨? Difícil de determinar...

-Anders Ek es Sebastian, el anárquico, libertino, infantil, caprichoso, brutal pero realmente creativo y dueño de su mundo hasta el desprecio de un dios, el Eros ¨bergmaniano¨, ese manipulador hedónico y cínico vividor en cuyos rasgos a él gusta de retratarse, el Bergman con respecto a su vida privada, todo turbulencia, y sus amantes y mujeres, cuyo amor idealizaba en sus detalles de sufrimiento y dolor.
-Gunnar Björnstrand es Hans, el paciente, disciplinado, lacónico, sensato, invadido por el tormento interior, el Bergman director que adora a sus actrices y que precisa la dependencia femenina en su oasis de soledad. Como él admitía y así se refleja en el film: al ser el individuo un desastre en la vida real (Sebastian) es necesario convertirse en un genio en la profesión mostrándose en su espectro contrario (Hans).
-Entre estas dos dimensiones una figura femenina, la de una inopinadamente sensual Ingrid Thulin en la piel de Thea, diferente de la eccematosa y patética Marta de ¨Los Comulgantes¨ pero asociada en su vulnerabilidad y rechazo (también de Björnstrand); en ella se expone una insoportable sensibilidad, aspiraciones emocionales que no corresponden con lo terrenal, estallido de ansiedad neurótica y misterio. Es el Bergman que se oculta en su estigmatización, fragilidad, dramatismo y el juego de apariencias absoluto; así Thea no recuerda su nombre, tartamudea, finge y cambia de estado de ánimo sin orden ni concierto.

Y estas tres personalidades, que en todo momento chocan, no pueden existir sin la presencia de la otra; el juez, cuarto en discordia, aporta una psicología más oscura y agria: surge el Bergman del remordimiento y el horror, el horror a la humillación, el dolor, la soledad y en especial la muerte, que de algún modo se representa en el trío de actores (carentes de toda sensación de miedo o culpa), quienes a lo largo de un clímax desasosegante y cuasionírico se transforman en sacerdotes del Infierno para condenar a ese juez que exuda vileza.
Remarcable, trascendiendo el acto ficticio ante la pantalla, el que éste sea interpretado por Erik Hell.

Y, en una inversión de indentidades malévola y retorcida, el mismísimo director se atreve a aparecer como padre confesor cuyo aspecto recuerda más a la Muerte de ¨El Séptimo Sello¨ (la escena, realmente apabullante, recuerda a las charlas que ésta sostenía con Antonius Block). Y el rito que da nombre a la obra sirve para, por medio de una representación grotesca que evoca a las tragedias griegas donde los rostros se ocultan y se erigen los símbolos dominantes y narcisistas (Hans y Sebastian) y la fascinación por la sensualidad caótica y lujuriosa (Thea), ejecutar la parte emocional del miedo, la culpa y la vergüenza (Abrahamson).
El director nos hace saber que siempre ha procurado aplastar sus remordimientos escudándose tras su carácter de pura carencia, sin embargo rodeado de neurosis y temores que hace por ocultar desesperadamente (de ahí la presencia de las máscaras en el rito). Íntima y compleja introspección del ser, el artista, el ¨yo¨ y su reflejo no muy diferentes de la que se planteaba en ¨El Rostro¨, ¨Como en un Espejo¨ o ¨Persona¨ (y que volvería a darse, otra vez a través de la televisión, en ¨Tras el Ensayo¨) y experiencia de choque de una realidad multiperspectiva interior, precisa en su austera puesta en escena de esferas asfixiantes donde la ausencia de aire coincide con la fuerte presencia de la muerte.

Quizás nos encontremos ante una de las mejores muestras del llamado teatro de cámara filmado...
aunque a su autor le acabase costando varias denuncias de los espectadores por su contenido explícito.



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