Ficha Shall We Dance?


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Críticas de Shall We Dance? (1)




Mad Warrior

  • 6 Mar 2021

8



Me lo recomendó el médico. Es lo primero que podrías decir, el inconveniente es que lo dice todo el mundo, porque no se puede decir la verdad, porque acabas siendo el blanco de las recelosas miradas y los malos pensamientos de los demás.
Pero, ¿qué importa si el baile es la pasión de uno?

Cada uno tiene sus preferencias de cine, e ir en contra de ellas es difícil; pero muy de vez en cuando hay alguna película que llega porque sí, y si bien se da de tortas con dichas preferencias logra hechizarte hasta en lo más hondo, sin que se pueda explicar cómo...es el encanto, la magia del cine. Esto me sucedió hace tiempo con ¨Shall we Dance?¨, emitida una noche en televisión y aceptada a regañadientes sólo por los actores que aparecían y el hombre que la dirigía, Masayuki Suo, iniciado en el negocio de las turbias ¨pinku eiga¨ y poco a poco ganando prestigio hasta ser uno de esos constantes galardonados y exitosos en su tierra.
Responsable de la reciente ¨Talking the Pictures¨, a mediados de los 90 realizó la que fue y sigue siendo su obra más ambiciosa y, por ende, la más reconocida. Tras salir victorioso en los Premios de la Academia de Japón (los Oscars nipones) gracias a la genial ¨Shiko Funjatta¨, cambia el mundo del sumo por el de la danza y se descuelga con un cariñoso tributo en toda regla al cine que trata esta disciplina: el musical. Desde los créditos iniciales sus intenciones quedan claras. Una cita de Shakespeare da pie a un alegato del protagonista de esta historia, Shohei Sugiyama.

Éste afirma la incapacidad de las parejas dentro de la sociedad japonesa para atreverse a algo más que cumplir la hiératica y estoica tradición de la unión matrimonial, y todo esto ante un enorme salón donde un gran número de hombres y mujeres (que no son japoneses, claro) bailan colmados de alegría, despreocupados. Pareciera que se trata de un film realizado por un cineasta extranjero (sí, americano) bajo un punto de vista superficial. No obstante la visión de Suo es estrictamente japonesa, y también mordaz y amarga como la que más.
Shohei, nuestro protagonista, representa el estereotipo de asalariado nipón, serio, taciturno, lacónico y cuya vida parece ser toda una patética mascarada. Con una esposa sumisa y callada (Masako) y una hija (Chikage) conformando en una humilde casa un núcleo de incomunicación e insatisfacción aceptada con resignación. Esta vida consiste en aparentar ser normal para pasar desapercibido dentro de esta capitalista, fría, conservadora y mustia sociedad y luego desaparecer silenciosamente sin dejar rastro.
El director deja al descubierto entonces un remedio contra tan corrosivo hastío, y este cristaliza en forma de inocente gesto: el del protagonista observando atento a una bella profesora de baile algo melancólica en el ventanal de su clase desde el tren en el que sube todos los días para hacer el trayecto de casa al trabajo y viceversa.

Eso es suficiente para que el clima cambie de manera radical. Acompañamos a Shohei en su búsqueda de un aliciente para sentirse vivo (aunque sea a costa de la duda de arrojar su fortuna al retrete), y sin olvidar la recalcitrante calumnia de los otros, permaneciendo en secreto este nuevo placer; contra el frío y oscuro mundo exterior, la clase de Mai y Tamako resulta ser un refugio cálido y alegre. Como acostumbra el cineasta, se permite mucho tiempo para todos sus personajes, construyendo tipologías (la esforzada madre soltera, el chico acomplejado con su físico, el tímido del que todos se burlan, el padre insatisfecho) deliberadamente simplificadas mediante un proceso de decantación que las revela en toda su complejidad.
De ahí que nos sea tan fácil simpatizar con estos individuos que perdidos en sus vidas reales han renacido impulsados por el movimiento de la danza. Suo nos atrapa en una atmósfera deliciosamente entrañable que, con la mítica ¨El Rey y Yo¨ de principal inspiración, homenajea sin miedo al cine hollywoodiense de la era de oro, a sus musicales y a sus comedias románticas ligeras y sofisticadas, exhalando el perfume del cine de Stanley Donen, George Cukor, Mark Sandrich o Vicente Minnelli, y siendo lo suficientemente ingenioso para no caer en excesos sentimentales. No se mantiene al mismo nivel la subtrama de las sospechas de Masako y el detective; un farragoso añadido fuera de lugar, mal expuesto y mal desarrollado, sobre todo teniendo en cuenta que ésta, insípida hasta el vómito, aparece de manera esporádica para luego desaparecer media hora.

Y si bien se empatiza con todos los personajes (incluso Shohei, que en realidad resulta ser un hipócrita egoísta), con el de Mai ni es fácil ni se desea llevar a cabo, por su carácter repulsivo inicial y por su nada interesante historia que se nos revela hacia el tramo final; Masako y Toyoko, incluso la profesora Tamako, deberían gozar de un mejor desarrollo psicológico y emocional. Pero tan fácil es olvidar los hándicaps de ¨Shall we Dance?¨ como quedar hipnotizado por sus virtudes técnicas, por mucho que no pase de ser una comedia romántica; la música, las coreografías, el diseño artístico, la fotografía, todo transpira elegancia en un vals visual y sonoro perfectamente cohesionado.
Con respecto al elenco uno se deleita con los geniales y esforzados Eri Watanabe, Hiromasa Taguchi, Reiko Kusamura o la veterana Kyoko Kagawa. Koji Yakusho, totalmente irreconocible (sobre todo para el espectador acostumbrado a verle en ásperos dramas y ¨thrillers¨, como un servidor), nunca estuvo tan apuesto y divertido en su habitualmente sobria actuación. Pero si alguien se merece toda la atención es sin duda ese monumental Naoto Takenaka, versátil actor y un humorista experto en crear pintorescos personajes-tipo; y es que verle contoneándose con esa peluca y su falsa identidad creada para huir de la realidad es impagable.

A todo esto la película fue de las más taquilleras y premiadas en Japón en el momento, tanto que el baile de salón, muy olvidado y desfasado allí, pasó a ser el ¨boom¨ del momento tras su estreno. Porque viendo a Yakusho y Tamiyo Kusakari bailando al son del tema que da título a la obra le hace a uno imaginarse la misma situación con Cary Grant e Irene Dunne.
Esto es: la elegancia y la distinción hollywoodiense son la clave de Suo, quien después de esto, y ya casado con Tamiyo Kusakari, se apartaría tristemente durante una década de la dirección. Y hagan el favor. Olvídense del repelente y artificioso ¨remake¨ americano horriblemente dirigido por Peter Chelsom con Gere ni llegándole a la suela de los zapatos de baile a Yakusho y esa Jennifer López que debería replantearse seriamente lo de dejar la profesión cinematográfica.

Eso es, háganse un favor y vean esta delicia atemporal.



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