Late Night


Ficha Endless Desire


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Críticas de Endless Desire (1)




Mad Warrior

  • 24 May 2021

7



Al igual que sucedería en un “western”, veremos cómo un ferrocarril, símbolo de la modernidad, atraviesa una tierra diezmada y destrozada por la guerra.
En su interior, cinco individuos esperan para reunirse más tarde y poner en marcha su plan, claro y estudiado: hacerse con una gran fortuna.

Pero desde el primer momento en que les vemos cruzarse en esa estación de Hiroshima, donde aprieta un calor sofocante, somos conscientes de que su empresa acarreará problemas y acabará descarrilando, al estar todos dominados por un deseo iterminable, a la más absoluta de las catástrofes. Estos son los protagonistas de la tercera obra del aún joven Shohei Imamura, a quien le fue encargada después de compensar a Nikkatsu con el mediocre melodrama “La Estación Nishi-Ginza”; escribe el guión a partir de una novela del gran autor Shinji Fujiwara (de quien adaptará “Intento de Asesinato”).
Los productores le obligan a suavizar el tono y añadir pinceladas de comedia y romance para rendir bien en taquilla, haciendo revisar el libreto a Hisashi Yamanochi, pero su impronta no sólo es palpable con respecto a la inmediatez documental con que muestra el escenario donde tendrán lugar los hechos, esa Shinmachi de los suburbios en cuyas estrechas y sucias calles cohabitan hacinados pobres y privilegiados, sino en cómo radiografía las personalidades, inquietudes y manías y subraya los rasgos animales de ese grupo de anónimos criminales desesperados por encontrar un alijo de morfina enterrado en el lugar años atrás por un oficial.

Un farmacéutico, un vendedor, un profesor, un yakuza y la supuesta hermana de dicho oficial, todos ellos, ladrones que le ayudaron en cada robo, acaban unidos en un momento en que el país está viviendo una rápida recuperación económica, para desenterrar los vestigios de una guerra pasada y hacerse ricos en el mercado negro; pero hay una presencia de más en este grupo, permitiendo al director desvelar cuanto antes la desconfianza entre ellos. Mientras se desarrollan dos subtramas emocionales: la del profesor y el yakuza (la del odio) y la del vendedor y la mujer (la del amor no correspondido).
Otro romance envuelve al hijo (Satoru) del propietario que alquila la casa al quinteto y a una chica del barrio (Ryuko); esta historia, más ligera, está metida con calzador por pura exigencia de Nikkatsu, no aporta nada, además de desdibujar y atontar a un personaje que podría haber gozado de un cariz más serio. De hecho el film está atravesado por el humor, pero Imamura, muy inteligente, lo vuelve lo suficientemente negro para que el tono no caiga en la comedia, pues su pretensión es meternos de cabeza en una atmósfera agobiante que exuda rabia y está impregnada de sudor y porquería.

Haciendo avanzar a un ritmo frenético su historia, en deuda con el “western” y el cine negro de atracadores (como si se unieran “El Tesoro de Sierra Madre”, “La Junga de Asfalto”, “Larceny, Inc.” y la nipona “Okami”, donde también actúa Taiji Tonoyama), y pese a que el tono general la acerca al estilo temprano de Ishii, Okamoto o Suzuki, el cineasta deja ver en ella los rasgos que dentro de poco serán característicos de su cine. Con cada metro de túnel que excavan los protagonistas para alcanzar el tesoro, hundiendo sus pies en el fango, clavando sus uñas en la tierra y empapándose con los efluvios de las tuberías, más se degeneran y descienden al inframundo de sus primitivos instintos hasta convertirse, física y emocionalmente, en bestias sanguinarias y desalmadas.
Esta deshumanización por la codicia crece paulatinamente pero se precipita sin control a partir de esa noche de fiesta en el pueblo, punto de inflexión del argumento donde la fatalidad, con una sonrisa maliciosa, se conjura contra los perversos (si bien se eliminan las transparencias entre malos y buenos, típicas del “noir” clásico) y hace brotar la tensión en el seno del quinteto revelándose poco a poco las intenciones y deseos individuales. El clima de violencia y angustia pondrá a todos al límite, a lo que contribuye su lucha a contrarreloj para desenterrar el alijo (un mero “macguffin” de la trama) debido a unas repentinas reformas en el barrio.

La fuerza de estos presagios de desastre, a los que el cine habitua a sufrir a sus ladrones y criminales, nos arrastra a una lucha de traiciones y engaños que remite a la raíz más desapacible del negro; el efecto que provoca, con cada uno de los integrantes sucumbiendo bien por los reveses naturales del destino, bien por los crueles actos humanos, es desalentador y termina produciendo una sensación inevitable de náusea. La pésima intervención de Hiroyuki Nagato en la intriga no entorpece esa sucesión de sorprendentes giros climáticos, inesperados incluso para mí.
Misako Watanabe, galardonada por su papel, se hace con las riendas revelando como nunca su cariz de mujer fatal y pérfida durante un tramo de venganza y huida bajo una tormenta (que ansiarían filmar muchos maestros del “noir”) donde de mejor manera se conjugan las virtudes técnicas del film, en especial la elaborada puesta en escena de Imamura y Kimihiko Nakamura y la labor de Shinsaku Himeda, experto en la creación de atmósferas intensas y absorbentes por medio de sus claroscuros y fotografía de tonos grasientos y carbonosos. Y cómo no el hado de la fatalidad acaba condenado el Mal en una catártica secuencia poderosamente psicológica.

Tonoyama y Watanabe encabezan soberbios el elenco protagonista, que completan unos Ko Nishimura, Takeshi Kato, Shoichi Ozawa e Ichiro Sugai adaptados de maravilla a sus obstinadamente cínicos y repulsivos personajes, culpables por un motivo u otro, desprovistos de todo rastro de moral. Y es que el segundo de los “deseos” de Imamura en su primer año de cineasta ya pone de manifiesto su obsesión.
La de regodearse en los abismos más farragosos de la miseria, la ambición y la perversidad humana (si bien deja claro que podemos sobrevivir satisfaciendo nuestros deseos, pero nunca dejándonos gobernar por ellos); una lástima que los jefes de Nikkatsu no le dejasen hacer la película como quería (su deseo interminable encaja bien con el título y la esencia de la obra).



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