Rubia y de rostro fuerte, pero a un tiempo de una extraña delicadeza. La primera impresión que uno le da es que va a caer desplomada por el peso que aguanta sobre sus espaldas...
Pero con paso no muy firme va hasta una mesa próxima y con el mayor de los parpajos espeta ¨Deme un whiskey, con ginger ale...¡y no lo escatime, simpático!¨.
Es la primera vez que el cine escucha hablar a la gran Greta Garbo, una de las indiscutibles estrellas del periodo mudo pese a sus escasos 24 años; su voz es ronca y su timbre revela un fuerte acento que viene tras el inglés, originario de su tierra sueca natal. La actriz, como otros coetáneos de profesión, siempre quiso retrasar su llegada al sonoro, incipiente en aquella época; pero al fin comienza en él, y viene de una adaptación que la prestigiosa autora Frances Marion hace de la obra de teatro ¨Anna Christie¨, que ha reportado a Eugene ONeill una audiencia asombrosa.
Ésta es sin embargo una nueva revisión para la industria, pues ya se llevó a cabo unos seis años antes con Blanche Sweet en la piel de la (anti-)heroína de la historia. MGM arriesga, pero lo hacen por todo lo alto, anunciando los carteles del momento con orgullo esta primera oportunidad para oír la voz de Garbo; y tras la cámara un solvente Clarence Brown responsable de varias colaboraciones con ella, como las destacadas ¨El Demonio y la Carne¨ o ¨La Mujer Ligera¨. Pero no empieza la película con ella, sino en la estancia de un pequeño barco y retratando una escena de vida humilde y decadente, la de los pobres, y sobre todo la de los alcohólicos.
Los minutos que pasamos con estos Chris (George Marion, repitiendo su papel después de estar en la obra de teatro y la adaptación anterior) y Marthy denotan la esencia de ONeill, a cuyos personajes uno jamás quiere dejar de escuchar, por esa forma tan afilada y natural con la que profieren sus réplicas y discursos; en ese sentido la musicalidad de los diálogos está bien trasladada por la guionista. Sobresale el buen equilibrio de Brown para alternar los espacios, bien cerrados y claustrofóbicos, respetando el estatismo dramático del teatro, bien en un exterior cubierto de perpetua niebla y oscuridad, más acorde con la sensibilidad visual que exhibe el cine europeo del momento.
Heredera de la tradición del naturalismo de Theodore Dreiser, todo este imaginario, situado a ras de acera, en calles sucias y sombrías, y acercándose a la intimidad de seres marginales, sin glamour alguno, aplastados por el peso de un mundo que nada les importa, engarza con la fatalidad determinista del realismo mágico casi acuñado por Renoir. El prólogo se toma mucho tiempo con la pareja inicial, brillando Marie Dressler con luz propia, y nuestra fantasía es alimentada con el milagroso advenimiento de una hija perdida, al parecer un ángel caído de los cielos.
Entonces Anna aparece en el umbral y el sueño acaba ahí, pues más que iluminar la habitación de la tasca pareciera que las luces se atenúan tras su entrada; basta con oír sus primeras palabras, basta con la réplica que le da a la borracha y sucia Marthy: ¨Yo también sé lo que es usted...¡es mi futuro dentro de 40 años, no hay duda!¨. Para el viejo lobo de mar que es el padre, el abandono del hogar es una pesada carga que le acompaña día tras día; para el de la hija es el pasado más inmediato, la penuria económica y la necesidad de salir adelante, aunque sea a costa de prostituirse, lo que la impide contemplar con esperanza el futuro.
Mucho más atrevido por lo que sugiere que por lo que muestra, el film nos introduce en la dura vida de las clases más desfavorecidas, mostrando a sus personajes como víctimas del destino y de sus propias decisiones, las mismas que se vuelven en contra de sus intentos de encontrar algo parecido a la felicidad; ellos y el resto de los que se mueven a su alrededor expresan todo el desaliento de una constante lucha de la que difícilmente saldrán victoriosos, la lucha de los que sólo se tienen a sí mismos, como Anna, prototipo de fémina valiente, andar constante y dueña de su existencia, pasos y decisiones.
Y sin necesitar la presencia masculina, culpable de la total miseria de las mujeres (no es de extrañar que la obra fuese revisionada por Kenji Mizoguchi...); produce una sensación de inquietud el recordar la discusión entre Ann y Chris a bordo del barco, y cómo éste concluye ¨El mar no es Dios¨ antes de aparecer un grupo de náufragos y entre ellos Matt, que va a trastocar la vida de los anteriores (con el duro temperamento y el trazo áspero de Charles Bickford). Durante un momento, la protagonista y la película se permiten soñar y se vuelcan en el romanticismo sentimiental, aunque los sueños se den de bruces con un pasado lleno de traumas.
Garbo da vida de forma perfecta a la clásica heroína trágica y torturada de un profundo drama humano en el que se dan cita aspectos tan delicados como el abandono, la supervivencia a cualquier precio, el incesto, el alcoholismo, el odio a los hombres, la prostitución, la misoginia y por encima de todo la necesidad de encontrar la redención (aún posibles de mostrar en el Hollywood pre-código Hays). Por tanto decepciona, y es algo que también se halla en el texto original, la necesidad de recurrir a un improbable ¨happy ending¨, casi mojigato, muy al estilo americano, cuando es la fatalidad y el desenlace trágico lo que se pide a gritos...
Al final, ¨Anna Christie¨ fue uno de los mejores exponentes de ese cine estadounidense que en ocasiones intentaba transmitir emociones sinceras y más grandes que la propia vida. Como se esperaba, hace ganar una fortuna a MGM y destaca en la ceremonia de los Oscar (si bien se lo lleva Norma Shearer por ¨La Divorciada¨...).
Aprovechando la irrupción del sonoro en el extranjero, se rodará una curiosa versión, algo distinta, con Garbo en el mismo papel, pero esta vez en terreno e idioma alemán, al mando de Jacques Feyder, quien la dirigiera en ¨El Beso¨.
Mad Warrior
8
Rubia y de rostro fuerte, pero a un tiempo de una extraña delicadeza. La primera impresión que uno le da es que va a caer desplomada por el peso que aguanta sobre sus espaldas...
Pero con paso no muy firme va hasta una mesa próxima y con el mayor de los parpajos espeta ¨Deme un whiskey, con ginger ale...¡y no lo escatime, simpático!¨.
Es la primera vez que el cine escucha hablar a la gran Greta Garbo, una de las indiscutibles estrellas del periodo mudo pese a sus escasos 24 años; su voz es ronca y su timbre revela un fuerte acento que viene tras el inglés, originario de su tierra sueca natal. La actriz, como otros coetáneos de profesión, siempre quiso retrasar su llegada al sonoro, incipiente en aquella época; pero al fin comienza en él, y viene de una adaptación que la prestigiosa autora Frances Marion hace de la obra de teatro ¨Anna Christie¨, que ha reportado a Eugene ONeill una audiencia asombrosa.
Ésta es sin embargo una nueva revisión para la industria, pues ya se llevó a cabo unos seis años antes con Blanche Sweet en la piel de la (anti-)heroína de la historia. MGM arriesga, pero lo hacen por todo lo alto, anunciando los carteles del momento con orgullo esta primera oportunidad para oír la voz de Garbo; y tras la cámara un solvente Clarence Brown responsable de varias colaboraciones con ella, como las destacadas ¨El Demonio y la Carne¨ o ¨La Mujer Ligera¨. Pero no empieza la película con ella, sino en la estancia de un pequeño barco y retratando una escena de vida humilde y decadente, la de los pobres, y sobre todo la de los alcohólicos.
Los minutos que pasamos con estos Chris (George Marion, repitiendo su papel después de estar en la obra de teatro y la adaptación anterior) y Marthy denotan la esencia de ONeill, a cuyos personajes uno jamás quiere dejar de escuchar, por esa forma tan afilada y natural con la que profieren sus réplicas y discursos; en ese sentido la musicalidad de los diálogos está bien trasladada por la guionista. Sobresale el buen equilibrio de Brown para alternar los espacios, bien cerrados y claustrofóbicos, respetando el estatismo dramático del teatro, bien en un exterior cubierto de perpetua niebla y oscuridad, más acorde con la sensibilidad visual que exhibe el cine europeo del momento.
Heredera de la tradición del naturalismo de Theodore Dreiser, todo este imaginario, situado a ras de acera, en calles sucias y sombrías, y acercándose a la intimidad de seres marginales, sin glamour alguno, aplastados por el peso de un mundo que nada les importa, engarza con la fatalidad determinista del realismo mágico casi acuñado por Renoir. El prólogo se toma mucho tiempo con la pareja inicial, brillando Marie Dressler con luz propia, y nuestra fantasía es alimentada con el milagroso advenimiento de una hija perdida, al parecer un ángel caído de los cielos.
Entonces Anna aparece en el umbral y el sueño acaba ahí, pues más que iluminar la habitación de la tasca pareciera que las luces se atenúan tras su entrada; basta con oír sus primeras palabras, basta con la réplica que le da a la borracha y sucia Marthy: ¨Yo también sé lo que es usted...¡es mi futuro dentro de 40 años, no hay duda!¨. Para el viejo lobo de mar que es el padre, el abandono del hogar es una pesada carga que le acompaña día tras día; para el de la hija es el pasado más inmediato, la penuria económica y la necesidad de salir adelante, aunque sea a costa de prostituirse, lo que la impide contemplar con esperanza el futuro.
Mucho más atrevido por lo que sugiere que por lo que muestra, el film nos introduce en la dura vida de las clases más desfavorecidas, mostrando a sus personajes como víctimas del destino y de sus propias decisiones, las mismas que se vuelven en contra de sus intentos de encontrar algo parecido a la felicidad; ellos y el resto de los que se mueven a su alrededor expresan todo el desaliento de una constante lucha de la que difícilmente saldrán victoriosos, la lucha de los que sólo se tienen a sí mismos, como Anna, prototipo de fémina valiente, andar constante y dueña de su existencia, pasos y decisiones.
Y sin necesitar la presencia masculina, culpable de la total miseria de las mujeres (no es de extrañar que la obra fuese revisionada por Kenji Mizoguchi...); produce una sensación de inquietud el recordar la discusión entre Ann y Chris a bordo del barco, y cómo éste concluye ¨El mar no es Dios¨ antes de aparecer un grupo de náufragos y entre ellos Matt, que va a trastocar la vida de los anteriores (con el duro temperamento y el trazo áspero de Charles Bickford). Durante un momento, la protagonista y la película se permiten soñar y se vuelcan en el romanticismo sentimiental, aunque los sueños se den de bruces con un pasado lleno de traumas.
Garbo da vida de forma perfecta a la clásica heroína trágica y torturada de un profundo drama humano en el que se dan cita aspectos tan delicados como el abandono, la supervivencia a cualquier precio, el incesto, el alcoholismo, el odio a los hombres, la prostitución, la misoginia y por encima de todo la necesidad de encontrar la redención (aún posibles de mostrar en el Hollywood pre-código Hays). Por tanto decepciona, y es algo que también se halla en el texto original, la necesidad de recurrir a un improbable ¨happy ending¨, casi mojigato, muy al estilo americano, cuando es la fatalidad y el desenlace trágico lo que se pide a gritos...
Al final, ¨Anna Christie¨ fue uno de los mejores exponentes de ese cine estadounidense que en ocasiones intentaba transmitir emociones sinceras y más grandes que la propia vida. Como se esperaba, hace ganar una fortuna a MGM y destaca en la ceremonia de los Oscar (si bien se lo lleva Norma Shearer por ¨La Divorciada¨...).
Aprovechando la irrupción del sonoro en el extranjero, se rodará una curiosa versión, algo distinta, con Garbo en el mismo papel, pero esta vez en terreno e idioma alemán, al mando de Jacques Feyder, quien la dirigiera en ¨El Beso¨.
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