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Ficha Motín en el Pabellón 11


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Críticas de Motín en el Pabellón 11 (1)




Mad Warrior

  • 10 Dec 2018

8



Superpoblación en las prisiones americanas. Presos comunes, a lo sumo estafadores o acusados injustamente, comparten bloques con auténticos psicópatas por falta de espacio, aunque son tratados (mejor dicho, maltratados) con el mismo desprecio por los funcionarios.
Esta situación ha de cambiar. En el pabellón de una cárcel como otra cualquiera, los encerrados, hartos de las condiciones del lugar, se encargarán de que dicha situación pegue un giro radical.

A mitad de los años 50, cuando en EE.UU. estaban a la orden del día temas tan importantes como la Guerra Fría, la Caza de Brujas o el terror nuclear, además de la política del senador McCarthy, también era bastante espinosa la miseria vivida tras los muros de las cárceles del país; un asunto a reivindicar que traspasó a las fronteras de la ficción, y es que no fueron pocas las películas que se hicieron con el objetivo de denunciar aquella situación. Motines sin control se daban en las penitenciarías, millones de dólares invertidos en los destrozos y los políticos recurriendo únicamente a la fuerza bruta. El momento idóneo, por así decirlo, para ¨Motín en el Pabellón 11¨.
La historia y el guión corrieron a cargo de Richard Collins, sin embargo, el escándalo en el que se vio envuelto Walter Wanger por haber disparado contra el agente de su esposa Joan Bennett en 1.951, con quien el productor creía que ella mantenía un romance, fue motivo suficiente para mostrar interés en producir la película, pues el hombre acabó encarcelado cuatro meses. El elegido para ocuparse de la dirección fue el valiente Don Siegel, aún en la primera etapa de su larga carrera cinematográfica, y que poco después colaboraría con Wanger en la que sigue siendo una de sus mejores obras: ¨La Invasión de los Ladrones de Cuerpos¨.

El film sería rodado en el transcurso de ocho semanas con la prisión estatal de Folsom como escenario de la acción, incluyendo guardias y presos reales en calidad de extras (era de sobra conocido que Siegel se apuntaba a un bombardeo). En ella se nos narra la desesperada situación a la que han llegado los encarcelados del bloque 11, objeto de vejaciones y torturas por parte de los trabajadores del lugar, quienes, hartos de las tan reprochables condiciones en las que han de vivir, deciden tomar ejemplo de otros muchos presos y organizar un espectacular motín.
El inteligente James Dunn, cabecilla de la rebelión, tiene trazado un plan tan simple como efectivo: o atienden a sus demandas, que no son ni descabelladas ni muy exigentes (¨más aire para respirar, más luz para ver...¨), o ejecutarán a los guardias que han tomado como rehenes. El alcaide Reynolds, de ideas liberales y a favor de las peticiones, hace lo posible por negociar, algo diametralmente opuesto a la postura del comisario Haskell y el gobernador, que no están dispuestos a ceder ante los presos, a quienes consideran poco menos que unos asesinos psicópatas sin escrúpulos.

Una de las muchas virtudes de Don Siegel es la capacidad que posee para introducir al espectador en el meollo de las tramas de sus películas, como podemos comprobar en ¨Código del Hampa¨ o la celebérrima ¨Harry, ¨el Sucio¨ ¨, y por supuesto eso es algo que también sucede aquí; el director apuesta por el estilo documental para así informarnos de la situación, sin pelos en la lengua, para decirnos qué sucede y qué vamos a ver: en las cárceles de EE.UU. cunde el desorden y la anarquía, ya que los presos son maltratados por déspotas, todo esto narrado por la voz impersonal y directa de James Matthews. Así entramos de cabeza en Folsom. La historia se desarrolla con dinamismo, crudeza y violencia, predomina la acción en lugar del drama que podríamos esperar en un film de este tema (Siegel no hace paradas innecesarias).
Mientras, la creciente tensión torna cada vez más asfixiante la atmósfera en el interior de la prisión, donde se producen conflictos tanto entre reclusos como entre carceleros y guardias, a la vez que ambas facciones se hallan en una lucha estratégica constante. Otro acierto es que el realizador no introduce pretextos, personajes más ambiguos ni medias tintas, todos sufren tanto fuera como dentro, valgan las palabras del alcaide para corroborarlo: ¨Tenemos gente de todo tipo. Buenos y malos, como en cualquier parte¨. El aspecto reivindicativo y denunciante es el motor de los hechos; los presos permanecen juntos como una unidad para lograr que acepten sus demandas, y la violencia es el único medio que tienen para ello, al tiempo que los políticos les tildan de psicópatas y una masa de agentes de la ley presentada de manera impersonal (como ocurría con los soldados de ¨El Acorazado Potemkin¨ cuando disparaban contra los ciudadanos en la escalinata) les gasea.

Los personajes de trazo grueso que pueblan la cinta están maravillosamente interpretados por unos actores que los dotan de gran realismo, en especial Leo Gordon, Robert Osterloh, Paul Frees y los grandes Neville Brand y Emile Meyer, éste dando vida a Reynolds, el alcaide a favor de las reformas en la prisión y el trato justo a los convictos.
Aspecto de film pequeño, nada revolucionario, y sin embargo un gran testimonio de la época, llevado con el oficio de un maestro como era Siegel, influenciado a su vez por ¨Fuerza Bruta¨, de Jules Dassin. Emocionante, sombrío, trágico y poseedor de inolvidables secuencias, además de ser precedente de futuros títulos como ¨Fuga de Alcatraz¨, del mismo director, ¨Brubaker¨, ¨El Hombre de Alcatraz¨ o nuestra española ¨Celda 211¨, la cual guarda muchos puntos en común con la de Siegel.



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