Ficha No Tocar la Pasta


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Críticas de No Tocar la Pasta (1)




Mad Warrior

  • 23 May 2021

8



Conservar una amistad bien vale unos cuantos kilos de oro puro. Pero en el mundo del crimen a veces estos dos conceptos chocan y las consecuencias pueden ser devastadoras...
Es mejor apreciarlo desde la óptica de uno de sus más fieles moradores.

Se supone que llegados los 50 el cine negro clásico empieza a dar tumbos y a metamorfosearse en algo completamente distinto, en especial cuando la crudeza visceral de las películas de criminales y atracadores toman su lugar. Uno de los responsables en terreno francófono del nacimiento de una nueva forma de ver, contar y apreciar el género será Jacques Becker, cuya carrera va a dar un vuelco tras largo tiempo enfocado en el melodrama y la comedia; lo hace colaborando con Albert Simonin en la adaptación de una exitosa novela de éste último, y que habrá de convertirse en una trilogía criminal extendida hasta 1.963.
Para esta inmersión en la ¨crook story¨ de delincuentes y ladrones requiere la presencia de un actor carismático; se piensa primero en Daniel Gélin pero al final es el veterano Jean Gabin quien acepta el papel, lo que tendría magníficas consecuencias pues hacía tiempo que su vida profesional estaba anclada en una malísima racha. El gran actor, que ya ha llegado al medio siglo, aporta su rostro endurecido y sus maneras desvergonzadas para encarnar de maravilla al sagaz y expeditivo gángster Max, un hombre respetado en los bajos fondos, que sabe hacerse de querer sin abandonar las distintivas características que se atribuyen desde siempre a la gente de su calaña.

También es un tipo cuya única preocupación es retirarse y olvidar para siempre los chantajes, los robos, los asesinatos y otras prácticas comunes de su trabajo, y es digno de elogio la visión humilde y sencilla con que Simonin y Becker modelan ese submundo y a los que pululan por él. Mientras revelan una gran modernidad en la forma y el estilo con respecto al ¨noir¨ americano, gracias a unos diálogos ágiles, un clima sórdido y un dudoso sentido de la moral y la decencia, logran hacer de sus criminales gente creíble, auténtica (tiene mucho que ver el que esté a cargo del film un hombre que nunca había practicado el género), mientras la intriga se construye principalmente alrededor de la amistad entre Max y Riton.
Pese a ser una gran carga, un inútil que nunca ha sabido ganarse la vida solo, para el primero sigue siendo un amigo, al que abrir los ojos y sacar siempre las castañas del fuego; la amistad y lealtad inquebrantable entre hombres, si bien no se llega a exteriorizar, es un tema fundamental y lo que provoca una serie de sucesos desafortunados cuando interfiere la codicia de otro grupo de gángsters liderado por Angelo. El incentivo son unos lingotes producto de un robo, que jamás veremos, perpetrado por Max; entonces, con el botín y Riton en opuestos platillos de la balanza, el criminal deseoso de jubilarse va a tener que ponerse de nuevo en acción, quizás por última vez...

Sin ser aún un experto en el ¨noir¨, el cineasta posee un talento innato para retratar a la perfección ese mundo de mentirosos, violentos, cobardes, duros y lacónicos individuos, con todo el nihilismo y la misoginia que ello conlleva (ni rastro de ¨femmes fatale¨ ni de personajes femeninos de gravedad dramática; aquí las mujeres acatan con resignación el deseo y el recelo masculinos). Huston, Walsh, Dassin, el inglés Joseph Newman o el compatriota Decoin ya han radiografiado este universo único, pero faltaba el toque de sensibilidad que tan bien añade Becker; una sensibilidad reñida con altas dosis de violencia, y traducida en secuencias de tensión e intriga filmadas con pura conciencia del ritmo y el nervio narrativo.
Vale la pena recordar los instantes del excitante clímax en esa carretera solitaria donde el incómodo silencio se quiebra a base de explosiones, gritos y esordecedores disparos; secuencias perfectamente calculadas y filmadas inscritas en la mejor tradición de la ficción criminal, como también demuestra el equipo del director grandes habilidades en los momentos más pausados y dramáticos de la historia, escenificados con un manejo envidiable de la iluminación y la fotografía (a cargo del director artístico Jean Deaubonne y el operador Pierre Montazel). Esta atmósfera, siempre en penumbra e inundada de claroscuros y la música de Jean Wiener, logra absorbernos hasta enroscarnos en sus entrañas.

Becker perfila estos ambientes con extremo detalle para dejar bien claro que su obra se adscribe fielmente a la tradición del género, que así es como debe ser retratado el ¨noir¨. El flemático Gabin es acompañado de un plantel de lujo que incluye a René Dary, Michel Jourdan y un trío de féminas espectaculares: Delia Scala, la mítica Jeanne Moreau y curiosamente la ¨Miss America¨ de 1.946 Marilyn Buferd (quien, en mi opinión, demandaba muchísimo más papel); a la cabeza del elenco secundario el italiano Lino Ventura, ex-boxeador que debuta en el cine y que, como le sucederá a Gabin a partir de ese momento, se verá eternamente ligado al cine criminal. Conjunción de elementos que sirvieron para arrasar en taquilla y elevar esta ¨No Toquéis la Pasta¨ a los primeros puestos de las obras más grandes del género.
Aún no había llegado Dassin para sorprender con su ¨Rififi¨, así que la obra de Becker es un paso muy importante para definir el ¨polar¨, y permenecer como una gran influencia para futuros cineastas (de Melville y Sautet, pasando por Cavalier y Molinaro hasta Godard, además de los extranjeros...). Permanece en mi memoria un poderoso momento, sin acción ni violencia: Max prepara una humilde cena a base de tostadas, mermelada y vino para él y Riton; una conversación banal sobre jubilación y mujeres seguida de una serie de situaciones de pura cotidianidad.

Pero Becker se recrea en ellos, con espíritu y corazón, porque es importante, como demostró Huston, hacer de los criminales personas humanas, y el resultado es simplemente brillante...



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