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Sean Bean interpreta al inglés Danny Bryant, un ex combatiente de la guerra de Irak, que al regresar a su hogar encuentra a su esposa en brazos de otro tipo, y en su propia casa, además del rechazo y la burla de sus vecinos.

Cansado de los abusos, de la corrupción, de la delincuencia que actúa de modo impune, decide formar un grupo de justicieros que impongan su propia noción de justicia.

El grupo es de lo más variopinto, un oficinista temeroso y que está a punto de casarse, un fiscal de raza negra cuya esposa y bebé fueron asesinados por la mafia, un guardia de seguridad de un hotel que ha instalado cámaras dentro de las habitaciones y observa la cantidad de actos delictivos e inmorales que realizan las personas en la intimidad, etc.

Como siempre sucede, los autoproclamados justicieros terminarán convirtiéndose en verdugos y los roces entre los radicales que desean aplicar la violencia sin medida y los más moderados traerán fricciones, además de la persecución policial y los deseos de venganza de la mafia.

Un film con una trama interesante ya utilizada varias veces en el cine, la justicia por mano propia, con buenas dosis de acción, pero que no posee un buen ritmo y el uso del movimiento de cámara por momentos marea. Se deja ver sin más.

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