Ficha Cementerio Yakuza

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Críticas de Cementerio Yakuza (1)




Mad Warrior

  • 28 May 2020

8



¨Aquellos yakuzas que rompen sus reglas sólo les queda un camino: transformarse en diablos. Continúan respirando, siguen sus impulsos y vagan hacia la muerte...¨.
Sentencia que resume esta historia, la historia de un alma sin escapatoria, condenada y lanzada a las llamas del Infierno eterno.

Así como Craven siempre estará ligado al terror, Sturges al ¨western¨ y Lang al ¨noir¨, Takashi Miike, por muchos títulos que estrene, mangas y animes de fantasía que adapte, por mucho que le gusten las aventuras y la ciencia-ficción para adolescentes, todo fan suyo que le conozca bien lo relacionará de forma instantánea con un cine: el criminal, con el que empezó su carrera y al que se ha dedicado en cuerpo y alma durante décadas, incansablemente. Dijo el nipón que nadie dirigió jamás películas de yakuzas como lo hizo Fukasaku, indiscutible rey del género.
Es cierto, nadie lo hizo y nadie lo hará. Pero Miike, como Kitano o Ishii, se ha nutrido sabiamente de las influencias, y como un cineasta ingenioso no se ha limitado ha copiar al maestro, más bien ha pervertido los códigos de su cine hasta dotarlo de una personalidad única; aunque anteriores títulos lo demostraron, con ¨Agitator¨ (de los más complejos que realizó) dejaría de jugar, casi dejando de lado muchas de sus señas de identidad, y rendiría un tributo de lo más grave, sombrío y solemne al género. Tan sólo al año siguiente seguiría esta línea trayendo de vuelta uno de los clásicos de Fukasaku, ¨Jingi no Hakaba¨, de cuyo libreto volvería a ocuparse su colaborador Shigenori Takechi.

Aquélla, basada en la novela de Goro Fujita, se disponía en clave de falso documental (hábito del director) como el retrato de un criminal real, Rikio Ishikawa. Miike y Takechi la observan desde la distancia rebautizando a su proyecto ¨Shin Jingi no Hakaba¨ (literalmente ¨nuevo cementerio de honor¨), viajando desde mediados de los años 70 donde la anterior se ambientaba a finales de los 80, justo cuando Akihito sube al trono del emperador tras fallecer su padre iniciándose la era Heisei, habiéndose registrado el mayor crecimiento económico de la nación...y que pronto iba a precipitarse a su estruendosa caída.
En dicho entorno social de descontento y pérdida nos sitúa esta peripecia, que se inicia con su final, el final del camino de su protagonista (ahora Rikuo Ishimatsu), ya en la cárcel, dispuesto a morir. Tras esto, su historia narrada en ¨flashback¨, la de este joven que entra por accidente a formar parte de un mundo de tradiciones, reglas y códigos de honor, el de la yakuza, los cuales será incapaz de comprender y respetar, pues ante todo él es un lobo solitario cuya senda existencial se halla rodeada por las sombras de la rabia, la locura y la perdición. Nada, desde el primer momento, hace suponer que encontrará la salvación, ni tampoco la simpatía de aquellos que le rodean (así como del espectador).

Senda por la que irá deambulando como un espectro y que irá atravesando a sangre y fuego, aunque muchos de los suyos estén en mitad del camino. Tres individuos abren una bifurcación en dicha senda: su jefe, cabeza de la familia Sawada, con el que comenzará la espiral de traición y conflicto; su hermano Narimura, que le protegerá de la ira de sus propios compañeros; y Chieko, una pobre chica sin carácter que tendrá la desgracia de enamorarse de él (incluso tras haber sido violada). Pero aun con todos estos personajes y otros secundarios sobre los que se construirán varias subtramas, a Miike sólo le importa contar una historia.
De autodestrucción, de negación del alma y aceptación del Mal como único motor para seguir respirando. En ¨Agitator¨ se promovía la unidad del clan, incluso por encima de la familiar; ahora un parásito es introducido en esta unidad, un monstruo que amenaza con devorarlo todo a su paso y contagiar su maldad, quebrantando lazos de amistad y tradición, rompiendo compromisos, enfrentando a individuos que antes se juraban lealtad y respeto como hermanos de sangre. Es la demolición de la sagrada unión la que provoca Ishimatsu, dando pie a una encarnizada cacería para capturarle, primero por parte de la yakuza, luego de la policía.

Pero una cacería en la que demuestra ser implacable, prácticamente indestructible (pues en ningún momento le alcanzará una bala, un arma blanca, un simple golpe). Su seguridad, su fuerza y sus pulsiones psicóticas le protegen contra todo mientras él destruye el mundo que le rodea; la droga hace el resto. Lejos de imitar la técnica frenética y de falso documental de su mentor, Miike apuesta (pese a toda la locura desatada en la historia) por volver a los ritmos pausados, despiadados, turbios e intensos pero de cauteloso avanzar que caracterizaron ¨Agitator¨, recordando durante el proceso a Scorsese, Kitano, Ferrara, Masumura o Schrader.
Las influencias y los tributos están ahí, no así el espíritu de Fukasaku planea en todo momento, y con más fuerza que nunca en ese mítico colofón casi plagiado del film de 1.975 (aunque Miike le añade su toque salvaje y desmedido). En cuestiones interpretativas nadie logra ponerse a la altura de un endemoniado Goro Kishitani que gracias a su actuación repulsiva, visceral e imponente reemplaza con mucho mérito al gran Tetsuya Watari; a su sombra, unos muy decentes Shinji Yamashita, Ryosuke Miki, Renji Ishibashi, Narimi Arimori, por la que uno sólo puede sentir una lástima desgarradora, y los geniales veteranos Tetsuro Tanba, Rikiya Yasuoka y Shingo Yamashiro.

El sr. Miike, quien por cierto también nos honrará con una aparición espectacular al comienzo del film, vuelve a crear un fresco de yakuzas áspero, oscuro y descorazonador, no tan complejo como su insuperable ¨Agitator¨ pero decididamente poderoso.
Este ¨nuevo¨ ¨Cementerio de Honor¨ aguanta con dignidad, inteligencia y fuerza las comparaciones con el inolvidable clásico de los 70. Ambas son obras magníficas, y muy difíciles de digerir.



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