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Ficha Otoño Tardío (Fin de Otoño)


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Críticas de Otoño Tardío (Fin de Otoño) (1)




Mad Warrior

  • 6 Mar 2021

7



¨Para mí el amor y el matrimonio están separados. [...] Lo ideal sería si pudieras juntarlos, pero no creo que fueras desgraciado de no tener ambos; puedes seguir disfrutando de la vida. Creo que ese es el caso de muchas parejas¨.

Y la muchacha concluye su alegato afirmando ¨Yo soy de otra generación¨. Y ya no hay nada más que rebatir. Yasujiro Ozu cruza la década de los 50 con 57 años, una infinidad de títulos a sus espaldas y aceptando el color en sus obras hacía poco; quizás no lo sabe pero su carrera y su vida acabarán muy pronto. Tomará la historia de ¨Akibiyori¨, novela de Ton Satomi, quien es galardonado con la Orden de la Cultura en ese momento, después de haber adaptado ¨Higanbana¨ (la que inauguró el color en el cine del nipón). Ya ha colaborado con Daiei para su revisión de ¨Historia de una Hierba Errante¨.
Entonces se propone ¨tomar prestadas¨ a Yoko Tsukasa y su musa Setsuko Hara, ahora empleadas en Toho. Dicha elección adquiere un significado mayor a la hora de plasmar el texto de Satomi cuando tras el séptimo funeral celebrado para el patriarca de los Miwa, dos de sus viejos amigos (Shuzo y Soichi) le dan vueltas a que la hija de aquél ya tiene edad para casarse. En efecto, los hombres ¨ozunianos¨ siguen empeñados en continuar su tradición matrimonial para honorar las antiguas costumbres contra una sociedad muy avanzada y cambiante.

De hecho ¨Otoño Tardío¨ empieza en una pequeña habitación donde los dos anteriores y Seichiro charlan de sus tiempos de juventud con humor y melancolía, como se puede ver en otros films del director; sin embargo la misma situación, también muy propio de ellos, cambia ligeramente su enfoque. Esta vez Shukichi Somiya y Noriko se convierten en Akiko y Ayako, encarnada ésta por Hara y ofreciendo una curiosa imagen de proyección desde el espectro de la clásica ¨Primavera Tardía¨, donde ocupa la hija de aquélla el lugar de la madre y se desecha la figura del padre.
Esta ausencia es de repente asumida por Shuzo y Soichi, auténticos entrometidos que por culpa de cada palabra que digan lo estropearán absolutamente todo, de ahí que el simpatizar con ellos resulte imposible. Ahora, y más que nunca, Ozu nos alecciona sobre el poder de la manipulación y la calumnia cuando se trata de matrimonio, y en especial la terca manía de introducirse en los remansos de paz de una familia ajena para compensar el hastío propio (por eso, tras empacharnos con las artimañas que pretenden Shuzo y Soichi, se nos invita a entrar en sus hogares y comprobar de primera mano su enorme insatisfacción familiar).

Akiko es la nueva Noriko, con el dulce rostro de una Tsukasa que pasará por la trama declarando su independencia como mujer y su inopinado apego a su madre, algo que a las viejas generaciones no sienta demasiado bien. Este choque de mentalidades (¿qué se podía esperar viniendo de Ozu?) es primero mordaz y luego brutal: los hombres maduros son obstinados, arrogantes, avasalladores; sus esposas (Nobuko, Fumiko) son detestables y chismosas; y los jóvenes y los niños (Yoko, Koichi, Kazuo) son vitales, rebeldes, impacientes y mucho más valientes que sus padres. Y claro está, las solteras deben casarse.
Esta visión del cineasta sobre las apáticas y posesivas relaciones entre hombres y mujeres en su sociedad de clase media-alta nunca se ha expuesto de forma tan incómoda y agobiante, llegando el espectador a sentir una profunda lástima por Akiko y Ayako y por el modo en que los demás desean trastocar sus vidas. Y aquí entra Yuriko, interpretada por la preciosa Mariko Okada, como no podía ser de otro modo el personaje femenino más fuerte y contestatario (por algo sería la futura esposa de Yoshishige Yoshida), y necesario para condenar duramente la soberbia de los hombres.

De hecho esa feroz discusión en la oficina es la secuencia entre personajes más poderosa de toda la película. No obstante el peor camino que puede tomar el argumento es el de tergivesar el ambiente, inundado de un afilado humor, hacia el drama, por muy natural que se aplique ese cambio, y olvidarse de los anteriores personajes masculinos para desatar una lucha de opiniones y sentimientos entre Akiko y Ayako, cuyo carácter, antes entrañable y admirable, pasa a ser estomagante y repulsivo, y ahora la compasión y la asfixiante sensación de acorralamiento recae sobre la primera, a quien se la anima a volver a casarse.
De ahí que tales licencias de guión, esos cambios tan abruptos de atmósfera y el trato tan irregular sobre los personajes haga perder al film una fuerza narrativa que lograba mantenerse sólida en las más amargas ¨Flores de Equinoccio¨ y ¨El Comienzo del Verano¨. Lo compensa una fotografía excelente de tonos ocres (correspondiendo bien al título) a cargo de Yuharu Atsuta que envuelve en calidez y una cierta melancolía a esos actores habituales del universo ¨ozuniano¨, únicamente cambiando los nombres de sus papeles: Kuniko Miyake, Ryuji Kita, Toyo Takahashi, Keiji Sada (sin destacar demasiado, por desgracia) y esos Shin Saburi y Nobuo Nakamura que nunca me resultaron tan indigestos.

Para rematar, la mejor banda sonora que jamás compuso Takanobu Saito para el director, muy entregado a la visceralidad de las emociones a través del estatismo de su observadora cámara. Si bien fue uno de los más grandes éxitos de taquilla de aquel 1.960 en Japón, no llega a la grandiosidad de otras obras suyas de igual temática en opinión de quien esto escribe...pese a contar con la maravillosa sonrisa de una Hara increíble, la presencia inimitable de Okada y el gran Chishu Ryu en su breve cameo.
Y una escena que me sobresaltó sin esperarlo: en el restaurante del padre de Yuriko, un cliente (Tsusai Sugawara) entabla una amable conversación con los cocineros acerca de lo que desea comer; nada tiene que ver esta situación con la historia y de repente Ozu se interesa como si le fuera la vida en ello. Creo que ningún director sería capaz de hacer una cosa así, con tal naturalidad y de forma tan humildemente bella...



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