Ficha Crepúsculo en Tokio (El Color del Crepúsculo en Tokio)


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Críticas de Crepúsculo en Tokio (El Color del Crepúsculo en Tokio) (1)




Mad Warrior

  • 7 May 2021

10



Una habitación oscura. El padre, mirando a la nada, reflexiona sobre los posibles errores que ha cometido como tal; su pesado suspiro es un gesto de rendición absoluta.
Él se supone el pilar del hogar y al estar quebrado por dentro todo se desmorona; dos columnas más pequeñas, las hijas, no pueden soportar ya tanto peso. Afuera nieva, el frío es doloroso e inclemente...

Este momento y otros aquí contenidos representan bien la esencia de esta obra maestra que por desgracia parece haber sido relegada a un segundo plano por otras más conocidas firmadas por el mismo autor. Ozu retornó de un largo paréntesis con la muy áspera, densa y mordaz película ¨Primavera Precoz¨, bien recibida en su momento; vuelve con Kogo Noda y entonces, si bien parece que va a desarrollar uno de sus proyectos ¨típicos¨, se desmarca hacia otros terrenos, pero haciendo uso de una discreción encomiable.
Esto hará que guionista y realizador no compartan las mismas ideas y cunda el conflicto entre ellos; éste último sostiene firmemente sus ideas y defiende su modo ¨nuevo¨ de enfocar el concepto y la historia, que de algún modo parece heredada de la gran novela ¨East of Eden¨ de John E. Steinbeck, adaptada por Elia Kazan. Este relato turbulento de dos hermanos muy diferentes que conviven en Monterey con el padre y se han de enfrentar a la aparición inesperada de la madre es trasladado no a Kamakura ni a Kyoto, lugares comunes de la cinematografía ¨ozuniana¨, sino otra vez a Tokyo.

[Hay que subrayar la escena de apertura de como una de las más bellas y perfectas lecciones de estilo, composición y narrativa conforme al espacio que deben ocupar los personajes que se hizo en toda la Historia del cine japonés; 4 minutos y medio vienen a definir el tono que se mantendrá en la obra hasta el final, filmando Ozu planos sencillos, cortos, muy en su habitual registro, y aún así operando ¨raccords¨ un tanto inusuales para él. En esta breve secuencia Shukichi entra en un bar después de salir de su oficina y mantiene una conversación trivial con la dueña y un cliente; Ozu se recrea más que nunca y concede a lo banal un sentido de solemnidad hipnótico. Un sombrero colgado en la pared y una mirada perdida de este hombre (a quien da vida ese mítico Chishu Ryu en uno de los mejores papeles de toda su carrera); un gesto amargo, que abre la historia realmente].
Así el director nos sumerge en una Tokyo enterrada en tinieblas, una Tokyo de neblina, nieve y oscuridad constante, incluso de día el gris domina con fuerza la escala cromática; claramente no es un lugar de prosperidad, y si antes se movía en el otoño o la primavera ahora Ozu se refugia en el frío invernal. Hasta el final ésta será una obra de interiores, cuya estructura se debatirá en desarrollarse entre bares y hogares, y no nos demoramos en entrar en el de los Sugiyama.

Sin preámbulos somos lanzados a una situación de malestar: la hija mayor, Takako, se ha ido de casa porque su matrimonio ha llegado a un punto insoportable mientras que Akiko vagabundea cual alma en pena evitando todo contacto con los presentes, y el gesto de Shukichi es el de la pura impotencia. El cineasta modela los principios formales de una atmósfera que no esconde su condición angustiante; si antes sus familias gozaban de una cierta armonía ahora la tristeza se ha instalado hasta en lo más profundo de las entrañas del hogar.
La puesta en escena maneja un espacio ciertamente reducido y los personajes están separados por centímetros, pero la famosa frontalidad ¨ozuniana¨, más que un avatar de la madurez de su estilo, se muestra aquí como lo que es: una imagen que aun en su presencia compartida sugiere la separación ontológica entre los seres. Reina la soledad y los lazos familiares se han cortado; el cuándo y el cómo nunca deja de cuestionarse, pues la distancia lo separa todo, padres e hijos, maridos y esposas, amantes, amigos, y todos, al fin y al cabo asumen su parte de culpa. En un momento que hiela los huesos, Shukichi se lamenta de no haber dejado elegir a Takako por su cuenta al hombre con quien debía compartir su vida...

Pareciera que Ozu se plantea un regreso expiatorio a su ¨Primavera Tardía¨ y condena las decisiones de sus personajes. En efecto la boda de Noriko fue un error y el resultado es éste: la infelicidad (de ahí que la obsesión por el matrimonio aparezca sin gran importancia en esta ocasión). Pero afuera la vida no es mejor.
Una generación errante, perdida y desempleada, y que encarna la perpetuamente melancólica Akiko, quien busca desesperada a su novio Kenji. Al apostar por la opacidad narrativa y la densidad, Ozu evita la transparencia en sus protagonistas y construye grandes intrigas trágicas a su alrededor, además de hacer que esa distancia humana funcione a modo de barrera sentimental.

Nunca las emociones y los secretos se escondieron con tal obstinación en sus dramas; de hecho éstos serán descubiertos por medio de las palabras de terceros, ampliando la magnitud de violencia, recelo y desafección entre los individuos, cuyas interacciones, siempre observadas cuidadosamente por la escrutadora cámara (que debido a la esencia truculenta del film adquiere casi un cariz voyeur), se revelan venenosas, agrias y casi siempre con un resultado que deriva en fatalidad (es preciso señalar que el único contacto físico que veremos serán unas fuertes bofetadas de Akiko a Kenji en una dura secuencia, finalizada con un gesto demoledor...).
Si el hogar de los Sugiyama no podía ser más frágil, llega para resquebrajarlo del todo la madre (Kikuko) que tiempo atrás dejó a la familia, y cuyos reencuentros con las hijas marca los momentos más desgarradores del film. Así como Akiko refleja la decadencia de la juventud, Takako el fracaso del matrimonio y Shukichi la incompetencia paterna (a pesar de que es el personaje que mejor despierta nuestra compasión), la veterana Isuzu Yamada (en un papel similar al que desempeñó en ¨Banba no Chutaro¨) refleja algo muy presente en la constante ¨ozuniana¨: la ausencia de la madre.

Aunque en este caso la ausencia se produce desde todos los ángulos (la del padre, la del marido, la del novio...). Infidelidad y abandono, deshonra familiar, carencia de cariño materno, irresponsabilidad, aborto, abuso, alcoholismo, miseria; pese a su recuperación económica, Tokyo es como ¨La Zanja¨ de Shindo, un agujero donde la tristeza es el gran depredador de almas humanas, y nadie hace nada por evitarlo. Es notable, por otro lado, que estemos ante el último trabajo de Ozu en blanco y negro, pues quizás nunca lo utilizó tan adecuadamente (en especial el negro, tratado con una profunda sensibilidad por Yuharu Atsuta, que poco a poco irá devorando el espacio e incluso los rostros de los personajes...) para marcar el tono de su historia.
Esa ausencia materna causa el gran conflicto en Akiko, la hija perdida, incapaz de encontrar su lugar (como todos los jóvenes de posguerra); así la imposibilidad de amor se contagia, pasa de una generación a otra y el efecto es devastador (se nos impide respirar en esa secuencia donde la chica, con el rostro desencajado, observa en la hija pequeña de su hermana lo que jamás podrá sentir como madre, otra gran muestra de la habilidad del director para concentrar un torbellino de intensidad emocional en espacios cerrados).

Y de manera intermitente aparecen unas vías de tren, en la distancia, actuando de mal presagio de una posible catástrofe venidera (como ocurría con las escaleras en ¨Una Gallina en el Viento¨), y que llegará para sacudirnos sin piedad.

La moralina esencial (la unión matrimonial, no importa si es forzada, por el bien de los hijos) es bien sencilla y puede que muchos resortes narrativos no sean complicados de averiguar, pero importa poco. Nunca el dolor y el sufrimiento existencial estuvieron presentes de forma tan intensa y desasosegante en la obra de Ozu; las lágrimas, peleas, gritos, el desprecio y la soledad causan un daño terrible. Pero el director se entrega a ello, si bien con total firmeza y pasión, también evitando caer en vanos sentimentalismos.

Y todo esto extrayendo de sus situaciones y personajes las emociones más viscerales por medio de una abrumadora sobriedad y elegancia estéticas, creando imágenes poderosas de gran belleza formal; ni un solo travelling ni efectos de cámara increíbles (¿quién más es capaz de conseguir eso?) son necesarios para removernos las entrañas y hacernos vibrar con la tragedia humana, pero desde la óptica del más grandioso humanismo El tren parte pero, ¿hay realmente una salida, una oportunidad de borrar las heridas del pasado?...lo que hay, sin duda, es la humilde resignación al presente.
Ryu y Yamada, a quienes jamás vemos cruzarse (la distancia de los cónyujes, antes metafórica, ahora es física), ofrecen unas actuaciones soberbias, Setsuko Hara vuelve como la versión madura y fracasada de Noriko, y la bella Ineko Arima nunca nos dará el placer de verla sonreír. Mientras, disfrutamos de los conocidos Haruko Sugimura, Kinzo Shin, Kamatari Fujiwara (en el único personaje que dará muestras de verdadera generosidad) y Nobuo Nakamura, logrando una gran naturalidad gracias a su contención y economía expresiva, como ese genial Teiji Takahashi (que de repente se erige en trovador de la historia regalándonos un momento magistral).

Ya nunca habrá más inviernos en blanco y negro en la inmensa Tokyo, pero ha merecido la pena sufrirlo...



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