Ficha El Sabor del Te Verde con Arroz


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Críticas de El Sabor del Te Verde con Arroz (1)




Mad Warrior

  • 3 Jun 2020

9



La voz de los árboles crea un eco ininteligible pero cuya vigorosa fuerza se acumula entre los muros de los hogares, que guardan secretamente y entre incómodos silencios hostilidades, conflictos y sentimientos perdidos en el tiempo.
¿Qué es verdadero y qué no en este ambiente claustrofóbico?

¨El Sabor del Té Verde con Arroz¨ tiene su origen en un guión que el nipón había escrito a finales de los 30, llamado previamente ¨El Hombre que fue a Nanjing¨ y cambiándole el título por el que ya sabemos, pero los censores instaron a Ozu para que reescribiera la historia, así que, disgustado por todas esas exigencias decidió posponer este proyecto, que hasta ya entrados los 50, época de posguerra mundial que había cambiado mucho el panorama en el país del Sol Naciente, no vio la luz. Ésta es una de sus menos requeridas películas, cosa que me parece fatal por otra parte, y en ella él continúa con su cine, hablando de lo que le interesa, de su punto de vista plasmado en pantalla con respecto a la sociedad en la que habita, aunque recurra a temas cotidianos, familiares e íntimos que ya había abordado previamente.
Él es él, y se siente a gusto así. En esta ocasión nos propone entrar en el seno de un matrimonio de mediana edad que no vive precisamente días felices, Mokichi y Taeko, que fueron dos personas unidas por conveniencia pero no por amor verdadero. El hombre, tradicional, volcado hacia la sencillez y el hogar, no es comprendido por su obstinada y terca esposa, a quien el ambiente hogareño, tan aburrido y apagado, la oprime, la ahoga, tragándose sus sentimientos con una expresión de enfado y marchándose a su cuarto o teniendo que mentirle a él para poder salir, lo que provoca el inevitable distanciamiento del esposo y el crecimiento de su deseo de libertad.

A veces el film, que es en toda regla un drama puro y duro, se muestra con cierto humor sutil, muy perceptible en las escenas que protagoniza el grupo de mujeres, pero lo cierto es que es melancólico, la atmósfera que se respira en la casa es opresiva, los personajes miran al suelo reprimiendo sus palabras y hacen sentir al espectador esa sensación de angustia, de pesadumbre. El problema central tarda en llegar, como en toda obra de Ozu, y mientras tanto nos acomodamos en su territorio con la subtrama de esa muchacha llamada Setsuko (al igual que la actriz fetiche del director), que no desea casarse si no es por amor; con este discurso siempre presente en sus miras, vuelve a comparar las dos caras que en ese momento vive la sociedad.
Son las de la tradición y el modernismo, la de la dignidad y la decadencia, siendo muy significativa el modo de enfocarlo: los hombres, cabizbajos y obedientes, recuerdan sus momentos vividos en la guerra, prefieren refugiarse en la soledad que su cambiante mundo social les ofrece, se habitúan al hogar (la cocina acaba por ser el lugar de reconciliación de los cónyuges, donde se prepara ese té con arroz) y sin rechistar hacen lo posible para seguir arraigados a sus monótonas y buenas costumbres.

Las mujeres, por otra parte, se muestran más influenciadas por un pensamiento progresista de posguerra, no parecen respetar correctamente la vida marital, son testarudas, se burlan de sus maridos a sus espaldas, y a regañadientes aceptan el compromiso. El problema de Setsuko, que su tía recibe de muy mala gana, sin embargo es el desencadenante de la crisis del matrimonio, provocado por esa frase demoledora de Mokichi a Taeko: ¨no la obligues a casarse, porque acabará como nosotros¨.
Siguiendo la técnica habitual adoptada desde los 40 y muy heredada de su coetáneo Naruse, el director sigue enfocando desde lejos, manteniendo ese aspecto teatral en las escenas de interior, dejando su cámara al margen, quizás se aproxima ligeramente con ella a dos actores que están abandonando una habitación o saliendo del pasillo, pero nunca termina de seguirles, como si ésta fuese un espectador que no quiere entrometerse, sólo observar. Los planos de las conversaciones son muy elaborados; a veces los personajes, cuando se hablan entre ellos, están enfocados de frente, como si nos contaran sus cosas ¨a nosotros¨, poniéndonos en cierto modo en la piel del receptor, de la persona que escucha.

Y por supuesto detalles, todo son detalles. Yasujiro Ozu nos cuenta una historia a base de ellos, un tren que no deja de avanzar, la copa de un árbol ocupando todo el encuadre, una torre de hierro, las camisas y las corbatas colgadas en el pasillo, un avión que se pierde entre las nubes. Los personajes hablan y se mueven, pero los objetos y el paisaje también, también nos dan una rica información...es la esencia del inimitable y personalísimo estilo del cineasta, que siempre impregna sus obras.
Lidian la trama unos maravillosos Shin Saburi y Michiyo Kogure como el matrimonio Satake, y Keiko Tsushima, en la piel de Setsuko, aporta un tono de comedia inusual entre tanto drama, además de protagonizar, junto a Koji Tsuruta, una de las escenas más importantes y reveladoras de la película: la final, siendo ésta perseguida por su supuesto novio y próxima pareja, tras él sermonearla con las mismas palabras de su tía.

¿Huye la mujer para, de algún modo, seguir libre de las ataduras que la estoica tradición de su país le impone?
Hay muchas lecturas en ¨El Sabor del Té Verde con Arroz¨, pero finalmente quedan entre el sr. Yasujiro y su sigilosa cámara, con la cual escudriña todo lo que le rodea.



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