Ficha Kill!


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Críticas de Kill! (1)




Mad Warrior

  • 6 Mar 2021

9



Dos hombres desaliñados y sucios cruzan la calle principal de un poblado destruido hasta los cimientos. Uno es un yakuza, el otro un campesino.
Muertos de hambre intentan atrapar un pollo que camina tranquilamente por la calle; un cuervo les observa. La miseria les unió, ahora se disponen a enzarzarse en una gran aventura...

Magnífico encuentro como pocos se han visto en la Historia del cine de samuráis, que desde esta susodicha secuencia logra aportar una gran frescura y originalidad al género...y eso que a finales de la década de los 60 ya no se podía extraer seguramente nada más de éste. Ahí destacaban los trabajos de genios como Tokuzo Tanaka, Hideo Gosha, Eiichi Kudo, Kenji Misumi, Kazuo Ikehiro o el gran Masaki Kobayashi para demostrarlo; como el ¨spaghetti western¨ hizo con su digno y pulcro modelo estadounidense, el ¨jidai-geki¨ también descendió, por su cuenta, a los infiernos de su propia mitología.
Y huelga decir que de entre todos los realizadores que aportaron esta nueva visión y forma, el bueno de Kihachi Okamoto merece ser uno de los más recordados sin duda; ya volvió a meter el dedo en la llaga y tratar temas ciertamente espinosos sobre la caída de su país en los estertores de la 2.ª Guerra Mundial con la memorable ¨The Longest Day of Japan¨. Entonces decide decantarse por un enfoque más lúdico y menos oscuro para su siguiente trabajo, encargo de Toho basado en una novela del autor Satomu Shimizu, experto en novelas negras e históricas.

Sirva de ejemplo esa escena inicial antes comentada en la que se revisita el ¨Yojimbo¨ de Kurosawa (a la cual se irá rindiendo tributo) con, en efecto, dos tiparracos hechos polvo, Genta y Hanjiro, que pelean por atrapar un pollo para calmar su hambre; genial presagio de lo que sucederá a partir de ese momento. Porque ambos bien podrían adquirir el papel de ese pollo perseguido y ese cuervo observando desde lo alto de la posada, dos animales que sin comerlo ni beberlo quedan atrapados en mitad de una batalla que no les concierne entre dos clanes enemigos a partir del asesinato del canciller de uno de ellos por sus propios hombres.
Lo importante de todo esto es la mirada que adquiere dicho conflicto, ubicado en plena era Tenpo. Como sucedía con Sanjuro o con Kyoshiro en sus innumerables peripecias, Genta y Hanjiro representan a un espectador forzado a contemplar una masacre y poco a poco a verse inmerso en ella: el primero desde la perspectiva de un antiguo guerrero reciclado en ronin que desprecia los códigos del bushido; el segundo desde la de un pobre pero valiente campesino que anhela convertirse en samurái. Dos puntos de vista opuestos que les sitúa como enemigos, pues cada uno decide unirse al bando contrario, pero procurando unos fuertes lazos de amistad, asumiendo uno el papel de maestro y el otro de aprendiz.

Y pese a que el guionista Akira Murao y Okamoto no se cortan en exponer toda la ferocidad, suciedad, oscuridad y violencia extrema inherente a lo que debe ser un ¨chanbara¨ de primer orden, con sus traiciones internas, sus encarnizadas luchas entre facciones y sus subtramas romántico-trágicas, se proponen impregnar todo de un humor absurdo que se infiltra entre los pliegues de la amargura y el cinismo con inopinada y fascinante socarronería. Así, cada uno de los estereotipos que va apareciendo en la trama (desde los protagonistas a los guerreros, los sacerdotes o los jefes de los clanes) se ven trastocados y caricaturizados por la exageración humorística.
Por eso ¨Kiru¨ está más cerca de la lúdica diversión de ¨La Fortaleza Escondida¨ que del obstinado sadismo de ¨Tres Samuráis fuera de la Ley¨ o la amarga aspereza de ¨Trece Asesinos¨; su aproximación es mayor al film de Kurosawa (y al ¨Sword of the Beast¨ de Gosha) al presentar una hazaña cercana a las claves del ¨western¨ (o más bien al ¨spaghetti¨) y el cine de aventuras, con reconocibles ingredientes como los clanes enfrentados en la montaña, un refugio que hay que asaltar, el eterno recorrido del paisaje, un secuestro y el amor de dos damiselas de por medio (Chino y Yo), además de la gran amistad que une a los protagonistas y que es una de las claves en el relato.

Y aparte de esto, sin contar la gran factura técnica de la que hace gala Okamoto, con el apoyo de un trabajo excelente de fotografía en blanco y negro a cargo de Rokuro Nishigaki y el buen hacer en el montaje de Yoshitami Kuroiwa, que asegura a la película un ritmo frenético, sobresale la intención del primero de desmitificar, como es costumbre en la época y como hacían sus coetáneos, la imagen del samurái y su código; Genta y Moriuchi como perfectos proyectores de esta oposición. Según vemos y nos cuentan, el honor del samurái se alimenta de la mentira y la violencia y la traición es la base para sostener un clan; la burla es brutal.
Como los dos pillastres de ¨La Fortaleza Escondida¨, la relación de Genta y Hanjiro y sus características exponen las mayores muestras de comicidad, interpretados por unos impagables Tatsuya Nakadai y Etsushi Takahashi, gesticulantes en extremo (sobre todo el segundo) y autoparodiándose sin ninguna vergüenza. Acompañando a éstos, que terminarán su aventura en el mismo sitio y de la misma forma que la empezaron, otros grandes actores habituales del género como Shin Kishida, Shigeru Koyama, Atsuo Nakamura y la bella actriz Nami Tamura, aunque sobresalen unos también graciosos Eijiro Tono y Masao Imafuku.

El fan estudiante del ¨gidai-geki¨ que crea que lo ha visto en el género debe recordar como asignatura pendiente obligatoria esta ¨Kiru¨, una joya que tiene de todo: geniales personajes, ritmo de infarto, sorprendentes secuencias de acción, grandes dosis de intriga y humor absurdo, y una banda sonora que recuerda a los ¨spaghetti westerns¨ del momento.
La sensación de aventura y entretenimiento está a prueba de bombas (o de katanas) en esta rareza de esencia ¨pulp¨ que sin duda tuvo que influenciar a un buen puñado de cineastas futuros. Sí, Okamoto es un maestro.



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