Cuando acecha la maldad


Ficha Underworld Beauty


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Críticas de Underworld Beauty (2)




Mad Warrior

  • 15 Jun 2020

6



Los ladrones y gángsters no son gente honrada. Se engañan, persiguen, amenazan, chantajean y asesinan a cualquier precio, y el de unos valiosos diamantes bien merece la pena.
Y como de costumbre en estos conflictos del submundo criminal siempre acaba inmiscuyéndose una fémina.

Para cuando llega 1.957, tres titanes del cine japonés (Yasujiro Ozu, Akira Kurosawa y Masaki Kobayashi) estrenan inmensas obras: “Crepúsculo en Tokyo”, “Trono de Sangre” y “Río Negro”; Heinosuke Gosho se destapa con su fantástica “Elegía” y Yasuzo Masumura (con “Besos”) y Koreyoshi Kurahara (con “Ore wa Matteru Ze”) comienzan sus carreras como directores y baluartes de una nueva etapa cinematográfica. Entre tanto, un recién contratado por Nikkatsu Seijun Suzuki ha demostrado habilidad y nervio a sus productores con un trabajo que se inscribe entre lo mejor de su temprana filmografía: “Ocho Horas de Terror”.
Se trata de un ejercicio que hereda y juega ingeniosamente con el drama de tonos sociales y los códigos más manidos del cine negro; la combinación es perfecta y suple las carencias que envuelven a la producción, pues si algo distingue a la compañía donde trabaja el director son sus proyectos de encargo baratos, realizados con pocos medios y la vista puesta en la taquilla. Suzuki empieza 1.958 de nuevo puesto a trabajar en otro título enmarcado en los lindes del cine negro, escrito por Susumu Saji (un habitual de Kinji Fukasaku y Kihachi Okamoto) y que podrá rodar en formato Cinemascope utilizando por primera vez en los créditos su pseudónimo (Seijun), ya que hasta entonces había firmado con su nombre real (Seitaro).

Mientras a finales de los 50 el clásico “noir” americano está perdiendo la popularidad que cosechó en la década anterior, otros países heredan sus códigos y tics más reconocibles adaptándolo a su propia forma de ver el cine, como en terreno francófono, donde se denomina “polar”. En Japón también se continúan realizando este tipo de cine y además se adapta a los nuevos tiempos; “Underworld Beauty” es un gran ejemplo de esta tendencia, cuya historia comienza en los callejones ocultos por la noche y en las cloacas, siguiendo a un delincuente profesional llamado Miyamoto que va en busca de un alijo de diamantes.
La ambientación, la puesta en escena, la atmósfera, la estética, todo exuda el aroma del más puro “noir”, que tan bien supo manejar Suzuki en “Ocho Horas de Terror”. Estos diamantes son el tema central de una “crook story” en la mejor tradición de la literatura “hard-boiled” de Carr, Spillane o Hammett, y Miyamoto desea entregárselos a Mihara, uno de los compañeros con los que cometió el atraco por el cual fue enviado a prisión, y quien acabó herido en una pierna en el transcurso de la operación. Los otros fueron Osawa y Arita, y el jefe del grupo es Oyane, todos identificados por distintos tatuajes en sus brazos bien detallados por la cámara de Suzuki.

Pues estos individuos, codiciosos, repelentes, mentirosos, oportunistas, violentos y cobardes, como mandan los cánones, no están dispuestos a dejar que tan preciada mercancía sea para un pobre cojo sin coraje ni determinación. Una trampa en pleno intercambio acabará con Mihara hospitalizado y los diamantes dentro de su estómago, todo para que no caiga en manos de los ladrones; un incidente que pondrá aún más de manifiesto la repulsiva catadura de los protagonistas, porque lo más importante para ellos no es ni el honor ni la amistad, sino el botín.
Mientras Miyamoto intenta dar con a los autores de este robo (aunque está claro desde el principio, pues las artimañas del guión son más que previsibles), la hermana de Mihara, Akiko, se ve envuelta en el embrollo, sobre todo porque frecuenta el club de Oyane y mantiene una relación (muy extraña) con Arita. Parece necesaria su presencia pues en todo “noir” que se precie debe implicarse una mujer, que normalmente da título a la historia, como en este caso; pero si Akiko está aquí es porque los productores querían mostrar a la juventud del momento, aquellos que fueron niños en la posguerra y se influenciaron de la cultura americana, que reciben con los brazos abiertos (atención a los bailes del club o cómo se adopta el inglés).

Lo malo es que este personaje, perfecta representación de la descarriada, irrespetuosa e impulsiva nueva generación, resulta de todo menos carismático, más bien insoportable desde el primer momento en que aparece; Akiko ha perdido a su hermano y pronto será víctima del complot de los antiguos compañeros de aquél, pero poco nos importa si esta desquiciante muchacha vive o muere o la torturan, lo único que el espectador puede querer ver es su cara destrozada a golpes (Miyamoto nos brinda un inolvidable momento cuando tras perseguirla sin descanso le dé un soberano guantazo).
Por lo demás Suzuki maneja con nervio una fábula de criminales dura e intrigante, muy influenciada de los estilos europeos y americanos, apreciándose un gusto especial por Becker, Decoin, Melville y Dassin por un lado y Kubrick, Fuller y H. Lewis por el otro. Aun con saltos algo inexplicables en la trama, el ritmo fluye y el suspense hace el resto, con un socarrón guiño al género al ser ocultos los diamantes en el pecho de un maniquí femenino. Michitaro Mizushima presta su imponente presencia y su duro y contraído rostro como un Bogart a la japonesa interpretando al perfecto antihéroe de una novela de Cain, seguido de los correctos Shinsuke Ashida, Toru Abe, Kaku Takashina y un joven Hideaki Nitani.

Por su parte Mari Shiraki, que es la “belleza” de la que habla el título del film (perdonen que discrepe), se gana a pulso el desprecio absoluto del espectador tan solo con su mirada y movimientos, no siendo necesario que habra la boca para conseguirlo.
Si este personaje fuera mejor tratado en el guión de Saji y no hubiera tantas incongruencias a lo largo de la trama, quizás esta (no obstante entretenida) obra estuviera entre lo mejor que hizo Suzuki en su primera etapa.



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TheCrow

  • 16 Apr 2012

6


En un época en el que el cine negro casi estaba ya pasado de moda en Estados Unidos (el canto del cisne del periodo clásico del cine negro, ¨Sed de Mal¨, apreció también en 1958), en Japón comenzaba una nueva (y renovadora) efervescencia...

Y una buena muestra de este cine negro nipón primigenio, es esta ¨Underworld Beauty¨, que pese a estar muy influenciada por las producciones de Hollywood, ya muestra rasgos que harán del cine japonés de este género una referencia en décadas sucesivas, sobre todo en la década de los 70 y los 90 con el llamado Yakuza-eiga.

Esta cinta, la más conocida realizada por el gran Seijun Suzuki en los años 50, nos muestra su peculiar estilo dinámico, repleto de hallazgos visuales, así como sus habituales salidas de tono, que recuerdan a lo que décadas más tarde haría también Takashi Miike en cintas de temática similar, aunque lógicamente más actualizadas.

Pese a todo, la película peca de simplista, y de ahondar poco en sus personajes, los cuales se quedan a medio perfilar... Del mismo modo, la historia funciona sólo a ratos, perdiendo un poco el fuelle en ciertos tramos. Aunque partes como el gran tiroteo final elevan el listón con creces.

Así que aunque aquí el señor Suzuki todavía no había desarrollado plenamente su estilo, y como película de Yakuzas funciona sólo a medias, ¨Underworld Beauty¨ es digna de verse como una divertida curiosidad, que mezcla elementos del cine negro clásico americano con cierta transgresión nipona de la mano de su valiente director.

En definitiva, ¨Underworld Beauty¨ es bastante aprovechable y te hará pasar un rato agradable, aunque no es de lo mejor ha hecho Seijun Suzuki.



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