Ficha Zatoichi 3: The Blind Swordsman's Return


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Críticas de Zatoichi 3: The Blind Swordsman's Return (2)




Mad Warrior

  • 23 May 2021

8



Un nuevo comienzo, una nueva mirada al fascinante universo de nuestro espadachín/masajista ciego preferido. Pero, si bien el clasicismo se deja atrás comenzando así un periodo de modernidad y nuevas historias, el pasado no se abandona...
De hecho aquí pesará más que nunca.

El año 1.963 goza de una buena cosecha para los fans del ¨jidai-geki¨. Casi al mismo tiempo se juntaron los ¨Trece Asesinos¨ de Eiichi Kudo, ¨Las Crónicas Shinsengumi¨ de Kenji Misumi y ¨El Vagabundo de Kanto¨ de Seijun Suzuki; y mientras Raizo Ichikawa se iniciaba a las órdenes de Tokuzo Tanaka en una de las más longevas y lucrativas sagas del género (la de ¨Kyoshiro Nemuri¨), su rival de la Daiei, Shintaru Katsu, regresaba para interpretar a su memorable Zatoichi para un tercer asalto, dirigido curiosamente por el mismo Tanaka en reemplazo de Kazuo Mori.
Y si merecía ser bautizado como ¨Shin Monogatari¨ es porque los productores decidieron darle un aire innovador a eso que ya sabían que iba a convertirse en saga, y nada mejor que aplicar el color a las peripecias de su querido personaje. Haciendo memoria, ¨Zoku¨ terminaba con una muerte, la del jefe Kanbei, y lo que le pudiera ocurrir al anterior quedaba en suspenso; ahora vemos que el único deseo del samurái errante es volver a su ciudad natal. Este deseo, el del retorno al pasado de uno mismo, será uno de los temas fundamentales de esta 3.ª entrega, pues el pasado está plagado de impedimentos y peligros, de fantasmas y muerte, de corrosivo remordimiento.

Eso lo personifica Yasuhiko, hermano de Kanbei, quien seguirá los pasos de Zatoichi desde el principio de la película, y esto da pie a dos sucesos cuyo objetivo es satisfacer al fan: a que Tanaka demuestre su nervio a la hora de filmar acción (a lo que ya estaba más que acostumbrado) y a contemplar las tan únicas técnicas de lucha de Katsu; el director abre una brecha con respecto a las entregas previas a través de un suave travelling que se acerca al protagonista, quien acaba la pelea profiriendo un suspiro de disgusto. Y esta secuencia, además de poner los pelos de punta por su cuidada ambientación, es fundamental para comprender las importantes pretensiones del guionista Minoru Inuzuka.
Se profundiza como nunca antes en el dolor interior del personaje, en su constante culpa, en su desprecio de sí mismo y de aquellos como él, que sólo pervierten, dañan y corrompen al mundo. Aquí el ansiado sueño de hallar el perdón y la paz de espíritu se da de bruces con una realidad subyugada por la violencia, la codicia y la hipocresía (la magia de ver a Zatoichi tocando el shamisen para la pobre gente de la posada se desvanece cuando un grupo de ladrones irrumpe en el lugar...); y a la historia de la venganza de Yasuhiko se une la de Banno, el maestro del protagonista, desarrollándose en paralelo para converger en un clímax devastador.

La fotografía de Chikashi Makiura resalta unos tonos de color terrosos y ocres, y esto sirve a Tanaka para imprimir suciedad, sordidez y oscuridad a su relato, quedando atrás los grandes espacios tan bien tratados por el blanco y negro; prácticamente todo el tiempo éste se dedica a acorralar a sus personajes, en lugares reducidos (un humilde izakaya, una calle estrecha, habitaciones pequeñas...), pues la ausencia de aire coincide con la ausencia de futuro, y Zatoichi, pese a su ceguera, es el que mejor sabe apreciarlo. Mientras asistimos a los negocios sucios de Banno, otrora ejemplo de honor del bushido convertido en un fino estratega del robo y el chantaje, otra subtrama emerge gracias a su hermana Yayoi.
No se trata, como nos ha vendido tantas veces el ¨jidai-geki¨ más romántico y comercial, de otra historia de amor al uso. Si Yasuhiko personifica el angustioso pasado que atormenta sin cesar y Banno la completa degeneración de las tradiciones y la honestidad samurái, Yayoi es un oasis de esperanza e ilusión; mujer que se opone al matrimonio por conveniencia y a las crueles ambiciones de su hermano, halla en Zatoichi lo más parecido al reflejo de su bondad, haciendo de esa confesión de amor algo más que un momento típico de estas películas. Pues la hábil mano de Tanaka y las soberbias interpretaciones de Katsu y Mikiko Tsubochi colman de grandes sentimientos el ambiente.

Y para terminar de subrayar la intensidad dramática que se le pretende conferir a la historia, el director y sus actores nos brindan dos momentos no sólo inscritos entre los mejores que hallamos en la saga del espadachín, sino en todo el ¨jidai-geki¨; momentos poderosos como el paseo de Zatoichi y su amada por el bosque de bambú, paraíso de ensueño que los aleja unos segundos del vil mundo real (soberbia puesta en escena aprovechando la belleza de los elementos naturales), y el duelo entre el primero y Yasuhiko (esa partida de dados como ofrenda de misericordia donde cada segundo que pasa ahoga un poco más a los personajes y de paso a nosotros en una atmósfera de tensión indescriptible).
Como Kurosawa y Okamoto, Tanaka también es un humanista, y ese sentimiento hace eco en cada escena del film (sobre todo en la mencionada); la acción, por tanto, no es mero espectáculo sin más cabida que el entretenimiento. Cada cuerpo rajado por la espada de Zatoichi es un espíritu más sobre su conciencia, y ese peso es insoportable; Katsu, quizás más contenido, proyecta maravillosamente la tristeza de su álter-ego (atentos a la contracción de sus facciones en los instantes dramáticos), y su actuación es directa y conmovedora, como las de Mieko Kondo (personaje que demandaba mucha más importancia en el guión), Fujio Suga, el carismático Gen Kimura y ese Seizaburo Kawazu descrito extremadamente odioso como Banno.

En muchos sentidos la amarga, oscura y atroz (que no por ello menos entretenida) ¨Shin Zatoichi Monogatari¨ inicia realmente la saga, y significa un antes y un después en ella, pues nada fue ni sería igual. Tanaka, por su parte, regresaría dos veces más, para la siguiente entrega y, algún tiempo después, la 13.ª. Es preciso recordar y recalcar el mítico instante de ese duelo en mitad de la noche, con Zatoichi (figurando un presente de incertidumbre) acorralado por la imponente figura de Yasuhiko (un pasado incansable y posible destino fatal) y protegido a su espalda por una temblorosa Yayoi (el redentor y posible piadoso futuro).
Conformando así un metafórico triángulo existencial cuya composición estética y visual, que apoya su imagen trascendental en la disposición que ocupan los personajes en el entorno, engendra una secuencia sobrecogedora que pone a Tanaka al mismo nivel de Kobayashi o incluso Kurosawa.



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TANO

  • 10 Apr 2021

5


Tercera parte de la saga, aquí Zatoichi se ve envuelto, de una u otra manera, en varias tramas, unas que le persiguen por su pasado, y otras que, como de costumbre, le pillan por medio.
Cada vez se ve al actor más cómodo con su personaje, no debe ser fácil interpretar a un ciego, pero lo hace muy bien. Aquí, pese a su timidez, saca su lado serio cuando se enfrenta a criminales de poca monta, incriminándolos sin tapujos.
Pese a que algunas de las tramas son interesantes, el batiburrillo entre ellas, la duración de la película, que es bastante mayor que las anteriores, y la forma en que la cuenta, consiguieron que acabara divagando un poco, y reconozco que en la parte final ya me encontraba algo perdido, de tal manera que realmente no se si todo se acaba resolviendo o se quedan cosas en el tintero.



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