Ficha Los Comulgantes

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Críticas de Los Comulgantes (1)




Mad Warrior

  • 3 Jan 2022

7



Se oficia la misa en una humilde capilla de un pueblo cualquiera en las tierras de Suecia. El sacerdote pronuncia las sagradas palabras sin sentimiento alguno y los pocos feligreses que allí se disponen las reciben indiferentes.
Afuera hace frío, la nieve y las nubes lo cubren todo, todo...

Con la realización de ¨Como en un Espejo¨ a comienzos de los 60, el director Ingmar Bergman se propuso iniciar una nueva etapa en su cine siguiendo unas directrices y temas, tanto en forma como en estilo, que se habrían de convertir en seña de identidad de toda su obra posterior; sí, realizaría comedias, pero pasarían inadvertidas frente a los densos e íntimos dramas de carga existencialista a los que se dedicaría en cuerpo y alma. Inspirado por la delicada situación que había vivido un sacerdote conocido suyo tras haber perdido a uno de sus fieles cometiendo suicidio, el director proseguiría con la idea fundamental que invadía la estructura su anterior film: el silencio de Dios.
Más tarde, esta concatenación de reflexiones daría pie a hablar de una trilogía (la Trilogía del Silencio) iniciada en ¨Como en un Espejo¨ y completada con ¨El Silencio¨ y la que nos ocupa, en cuyo guión participaría el propio padre del cineasta, Erik Bergman, inflexible y autoritario como pastor luterano pero aún más como progenitor, de quien su hijo guardaría sobre todo dolorosos recuerdos. ¨Los Comulgantes¨, también concebida en tres actos como una obra de cámara, arranca en plena misa en la que el padre Tomas Ericsson habla a unos pocos fieles, en cuyos ojos se puede fácilmente atisbar la presencia de una angustia interior que a cada uno consume irremisiblemente.

Será esta modesta capilla el lugar esencial en el que se desarrolle todo un primer acto de unos tres cuartos de hora proponiéndose Bergman condensar aún más el escenario de lo que ya hiciera en su película previa, atrapándonos en un ambiente hermético, inaccesible, claustrofóbico y tan apático como los personajes que lo habitan con su enferma e indiferente casi fantasmagórica presencia. La figura central de la trama es Ericsson, de quien poco después descubriremos el abrasivo tormento que embarga a su alma, perdida en un sendero de tinieblas.
Éste, al igual que los demás, será filmado por una cámara de enfoque íntimo y cercano que no obstante lo presentará desde una distancia inalcanzable a ojos del espectador. Nada o casi nada hace pensar que este cura pueda hallar en esa atmósfera tísica, fría y cargada de pesimistas y decadentes emociones y pensamientos, una mínima salvación, pues es en el fondo un hombre cuya esperanza le ha sido arrancada desde hace tiempo, desde que en sus propias carnes pudo comprobar los horrores de la condición humana en tiempos de guerra, desde que la única persona en la que depositaba la poca fe que aún residía en él, su esposa, se marchó a los brazos de Dios.

Pero un dios sordo, mudo y ciego, que no acude al sufrimiento de los que creen en él y que a éstos observa más bien desde la ignorancia y el regocijo por su dolor. ¨¡Qué imagen más ridícula!¨, pronunciará Tomas ante el Jesucristo crucificado del altar; nunca Bergman pudo expresar de un modo tan literal y honesto la ausencia, la inexistencia de Dios, y su indolencia (como declaraba Karin, aquí también se comparará a Dios con una araña, un monstruo).
Por supuesto, un cura sin fe no puede ofrecer paz a otro cuando no la halla en sí mismo, resultado de esa futil consulta entre éste y el sr. Persson. La trama tenderá a quebrarse en un segundo y tercer actos más reducidos en los que los protagonistas saldrán de la agobiante capilla hacia un exterior aún más agobiante si cabe, teñido por el gris de las nubes y el blanco de la nieve. El desastre se abalanza sobre la historia y el fracaso de Tomas como sacerdote se revela ahora brutal; una vida atormentada, la de Persson, cuya única salida ha sido el suicidio, es la pueba irrefutable de ello.

De fondo, los trazos desgarradores de un amor no correspondido hacia la amable y cariñosa Märta, una maestra del pueblo castigada por múltiples defectos físicos (en la que se profundizaremos a través de uno de los recursos más usados por el director: la carta ¨hablada¨) y el cruel desprecio de Tomas, quien rechaza sus pretensiones de sustituir a su desaparecida esposa. Todo carece de importancia cuando la fe es sólo una ilusión. El odio, la hipocresía, el cinismo, la pereza, la ira, incluso el suicidio deja de ser pecado. ¿Qué queda de un universo vacío y sin un pilar de esencia no tangible, o sagrada, en que apoyarse?
Absolutamente nada. La perpetuidad de lo inútil (la misa seguirá celebrándose) y de un dolor por el que no se encuentra o no se quiere encontrar un origen al que culpar. Nada escapa a la mirada rígida, severa, cruda y desasosegante de Bergman, quien prefiere concluir su diatriba de la mano de la duda eterna y la oscuridad, contrariamente a ¨Como en un Espejo¨ (en cuya escena final Dios y amor sucumbían a la similitud).

La suave y elegante fotografía de Sven Nykvist contrasta a la perfección con la abrumadoramente tensa y austera atmósfera del film, que Bergman dispone en pocos escenarios interiores y exteriores sin más música (pues el silencio domina en cada recoveco del espacio) que la producida por la naturaleza, la del órgano de la iglesia y la de los diálogos de unos personajes con los que es imposible empatizar, donde hallamos la soberbia y no menos desoladora interpretación de un Gunnar Björnstrand al que por fin el director concede el papel protagonista que se merece, acompañado por habituales de éste: Max Von Sydow, Ingrid Thulin, Allan Edwall y Gunnel Lindblom, todos ellos muy comedidos.
Elaborada y fascinante desde el interior, desnuda de artificios y construida sobre un simple y angustioso escenario exterior, ¨Los Comulgantes¨ pasa por ser la obra más sobria y densa del maestro sueco, un puente de grave reflexión entre los dos títulos con que inician y terminan la Trilogía del Silencio, de algún modo más ¨impactantes¨ y elaborados que éste. Todo ello observado por la triste mirada de un Jesucristo crucificado consciente de su inútil sacrificio por una Humanidad envuelta en temor y sombras y rematado con una significtiva conexión entre él y Tomas.

El eco de su plegaria llega hasta las entrañas: ¨Dios...¿por qué me has abandonado?¨.



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