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Ficha Bajo la Bandera del Sol Naciente


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Críticas de Bajo la Bandera del Sol Naciente (1)




Mad Warrior

  • 14 Jun 2022

9



Más de 30 millones de muertos es una cifra que pesa, que pesa mucho sobre la Historia de cualquier nación o país.
En este caso sobre Japón, que celebra cada 15 de Agosto su ceremonia nacional por las víctimas de la guerra, la llamada ¨Zenkoku Senbotsusha Tsuitoshi-ki¨.

La cuestión que a sobreviene es si este acto atendido por el primer ministro y observado desde una esquina por el emperador, si los bonitos crisantemos ofrecidos para glorificar el alma de los caídos, es suficiente para justificar 30 millones de cadáveres en base a una sola idea: demostrar el poder sobre otra nación. En ¨Batallas sin Honor ni Humanidad¨ el recto yakuza Hirono se pregunta algo similar frente al altar donde se recuerda a sus compañeros, todo lleno de flores y grandes carteles; y su reacción es la de disparar contra esa parafernalia hipócrita y superficial.
No podría expresarse Kinji Fukasaku de una forma más clara y radical, quizás imaginándose a él mismo en esa ceremonia, haciendo pedazos los arreglos florales de crisantemos e incluso apuntando al emperador a la cabeza; pero antes de embarcarse en su periplo gangsteril por las calles de un Japón directamente posterior a la guerra y la ocupación norteamericana, se le mete entre ceja y ceja adaptar la galardonada antología ¨Gunki Hatameku Motori¨, publicada por el maestro nipón del ¨hard-boiled¨ Yukio Tamura, y que básicamente recopila algunos hechos reales y cruentos ocurridos en las filas militares durante la 2.ª Guerra Mundial.

Tal fue el deseo de llevarla a la gran pantalla que el director pagó de su propio bolsillo por los derechos, lo cual terminaría llevando a cabo desde el seno de Toho, con bastante presupuesto y un gran reparto (después de ¨Sympathy for the Underdog¨ y antes de ¨Street Mobster¨, realizadas en Toei); Kaneto Shindo, que al año anterior escribiera ¨La Batalla de Okinawa¨, reorganiza las ideas de la obra literaria, se hace con dos de ellas y, muy propio de él, sitúa como protagonista a una mujer. Sakie, en busca de una verdad indescifrable, cuya interpretación magistral por parte de Sachiko Hidari marca la cúspide de su talento como actriz dramática.
Fukasaku vuelve a recurrir a los archivos, a la realidad, desagradable e incómoda; soldados en la guerra, carne de cañón y enfermedades, luego las imágenes de la primera ceremonia por las víctimas, celebrada el 2 de Mayo de 1.952 en el gran parque de Shinjuku, donde vemos a Hirohito Michinomiya ofreciendo las flores. Para el marido de Sakie no hay flores, el sargento Tatsuo Togashi (Tetsuro Tanba), caído en algún punto y lugar durante la sangrienta campaña de Nueva Guinea; ya empieza a escucharse el rechinar de los dientes del director cuando nos presenta a la viuda en su lucha infatigable por averiguar la no demasiado bien explicada causa de muerte de aquel soldado...

Entonces se fragmenta el tiempo y nos lleva adelante y atrás para conocer su terrible situación desde todos los ángulos posibles, y sus pesquisas se inician tras volver a intentar en vano descubrir algún mísero dato en una oficina, lo cual permite a Shindo y Fukasaku hacer hincapié en temas espinosos como la destrucción de ciertos archivos clasificados tras la guerra, la negación de ayuda a las familias cuyos parientes soldados fueron ejecutados en consejo de guerra o declarados desertores, y por supuesto la injusta igorancia que pesa sobre unos y otros.
Pero ellos apartan el barro que cubre estos casos tan misteriosos por medio del revolucionario sistema narrativo que Akira Kurosawa y Shinobu Hashimoto empleasen dos décadas antes en ¨Rasho-mon¨; al igual que en aquélla, Sakie va a enfrentarse a las confesiones de los soldados que sí lograron sobrevivir y que pudieron mantener una relación directa o indirecta con Tatsuo, y quienes son, ni más ni menos, los míseros despojos que dejó la guerra tras de sí. Shindo plantea dos maniobras muy inteligentes con respecto a la exposición de los hechos; la primera es que cada confesión hace avanzar la historia cronológicamente, por lo tanto el presente se mueve al mismo tiempo que el pasado.

La segunda y más admirable es que, como sucedía durante la investigación del crimen cometido por Tajomaru, aquí cada confesor y testigo no relata con exactitud una situación sucedida, sino desde su propio punto de vista, y debido a esto las contradicciones no tardan en aparecer. Mientras Terajima (magistral Noboru Mitani) afirma que su sargento era un hombre noble que les salvó de la muerte frente a las órdenes ilógicas de los oficiales, Tomotaka recuerda a Tatsuo como un vulgar ladrón de patatas; a pesar de la fe que mantiene la mujer, ¿sabrá ella realmente las atrocidades por las que debe pasar un hombre para sobrevivir en una guerra?
Lo que sí encaramos de primeras es la condena de las consecuencias desde la perspectiva de Fukasaku: el primero mencionado alimenta cerdos y vive en un suburbio atestado de basura en el extrarradio de la ahora recuperada y próspera Tokyo; el segundo es un actor de teatro venido a menos que se mofa y parodia su pasado militar en escena entre las risas de un público al que el peso de sus propios muertos no causa ningún efecto. Mientras tanto protestas juveniles se alzan contra las bases estadounidenses en el centro donde imparte clase Ohashi, para quien escuchar los aviones que aterrizan en el aeropuerto cercano significa trasladarse de nuevo a los más terribles años de su vida.

Será él quien arroje algo de luz y con su confesión tergiverse toda la verosimilitud de la trama y mine un poco más la fe de la protagonista, quien guiando al espectador consigue hacernos parte (y Hidari se presta magníficamente a ello) de ese paulatino nihilismo y deshumanización que se va haciendo con el control de la historia.
Pero donde mejor tiene la oportunidad Fukasaku de demostrarlo es durante el conflicto; toda su rabia, su idignación, su bilis, nos la escupe a la cara en forma de algunas de las secuencias más escabrosas que se han filmado en el bélico.

Su objetivo, al igual que el de coetáneos y directores anteriores como Fuller, Siegel o Aldrich, es dejarnos bien claro que en la guerra hay de todo, de todo menos honor. Instantes en blanco y negro donde mejor luce el trabajo de fotografía del maestro Hiroshi Segawa (colaborador de Teshigahara) intercaladas con otras a vivo color nos arrastran a un entorno vomitivo y claustrofóbico cuya crudeza revuelve el estómago hasta al más experimentado en el género; cada relato contado por los entrevistados deja al descubierto otra nueva manera de aniquilar la dignidad y la humanidad. En su camino a una supuesta victoria, estos pobres soldados son manejados como marionetas por el violento fanatismo de los oficiales.
Soldados que, pese a ser japoneses educados en la tradición de que es preferible dejarse la piel por la patria (la idea errónea que se tiene de patria) y el emperador que sobrevivir, empiezan a cuestionarse el sinsentido de eso mismo. El director es tajante en su furia antimilitarista, pero nunca idealiza a ese sargento Tatsuo que se alza contra el mando y las órdenes suicidas; las confesiones nos irán revelando momentos de traición, enfrentamiento, insubordinación, asesinato e incluso canibalismo entre combatientes que se suponen del mismo bando...

Terroríficas visiones como la de los compañeros que se matan por una rata, ya atrapada en las fauces de uno de ellos, o ese Terajima aquejado de malaria, friendo en la fogata la mano del chiflado Goto, quien sometía a crueles torturas a sus subordinados, muertos de hambre y cansancio, por preservar el orgullo de un país más que hecho trizas a la altura de 1.945, cuando se declara la derrota. A este infierno de barro, orina, sangre, sudor, cadáveres en descomposición y carne llena de gusanos (homenaje que Shindo rinde a ¨El Acorazado Potemkin¨) nos lanza Fukasaku a través de su cámara frenética y mareante.
Lo peor es que la guerra no sólo priva a estos hombres de un presente, sino de un futuro, en el que ya no se les recuerda, sólo son nombres en archivos destruidos, y quedando vivos algunos oficiales (Senda) para, usando el patriotismo de excusa, intentar justificar todas las barbaridades cometidas tiempo atrás; Sakie escucha estas gestas de maldad y salvajismo hasta llegar al momento clave en que la traición y la mentira son los resortes que increíblemente destapan toda la verdad, si bien la verdad es algo ambiguo, y todos evaden su parte de culpa con frases como ¨podría ser así...¨, ¨fue un rumor...¨ o ¨no estuve presente...¨...

Pues es difícil que un individuo, quien al fin y al cabo se debe a sí mismo por muy japonés que sea, quiera cargar con esa responsabilidad tan grande: la de llevar sobre sus hombros el peso de otra alma humana, teniendo en cuenta los cientos de miles que ya cargan. Y al final Fukasaku, como hará en ¨Batallas sin Honor ni Humanidad¨, sólo puede terminar en un alegato, muy cínico y descorazonador. Ni el emperador será escuchado por ese Tatsuo a punto de ser sentenciado en la playa (brutal, brutalísima secuencia) ni su esposa logrará que su espíritu descanse en paz; sólo queda la pura resignación.
¨El Gobierno no pidió permiso a nadie para comenzar la guerra, pero nosotros somos los que quedaron atrapados, pagando por ella¨. Se puede decir más alto pero no más claro, o con el corazón roto como le sucede a la protagonista. Ahora reflexionamos si entonces esa ceremonia inicial por los muertos tiene una verdadera utilidad o sólo es artificio, hipocresía y excusa. Sólo queda eso: el olvido, la culpa, el trauma, las cicatrices, la locura, la muerte, las calaveras ardiendo en un fuego que nunca se apagará...



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