Ficha 007: Alta Tensión

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Críticas de 007: Alta Tensión (1)


bigladiesman

  • 6 Oct 2022

7


18 años después de que Saltzman y Broccoli empezaran a tantearlo, el eterno aspirante a Bond, Timothy Dalton, lograba al fin calzarse el esmoquin. El galés y shakespeariano Dalton, de 40 años de edad, había tenido una carrera prestigiosa pero harto irregular en cine y televisión. En el teatro sí que era una estrella de primer orden. Su porte chulesco, altivo y duro rezumaba Bond ¨conneriano¨ por los cuatro costados, pero no tenía nada que ver con el personaje que preparaba (para ese primer aspecto vedlo en ¨Rocketeer¨ o ¨Arma fatal¨): iba a ser lo más parecido el Bond literario que pudiera. Su Bond es un hombre serio con constantes conflictos morales, impulsivo, cínico, a veces incluso amargado, pero al mismo tiempo puede llegar a ser tierno, noble, enamoradizo y fiel amigo de sus amigos hasta el punto de saltarse las propias reglas de su oficio, perder los estribos y jugárselo todo por ellos (aquí veremos una muestra con su contacto en Bratislava y Viena: Saunders. Más adelante se dedicará toda una peli a este aspecto de su personalidad). No lo hizo muy popular en ese tiempo, pero si os ha sonado a Craig, es correcto: Dalton fue el proto-Craig. Sus admiradores entre el público [y la crítica] han ido creciendo con el tiempo y con su mayor presencia en cine y tele en las últimas dos décadas (siendo el jefe de Doom Patrol y el Sr. Púas de Toy Story sus últimos éxitos).

Dalton se adapta perfectamente a su Bond y la película se desarrolla a su alrededor. Lo acompaña Maryam DAbo, correcta en todo momento como la ingenua violoncelista checoeslovaca Kara Milovy, que vendría a ser una Tatiana Romanova actualizada; John Rhys Davies como el jefe del KGB Pushkin, objetivo de Bond, y Art Malik (Mentiras arriesgadas) como Kamran Shah, un líder Muyahidin amoral pero simpaticote que ayuda a Bond y Kara por una deuda de honor.
Aquí nos fallan un poco los villanos, que no pasan de ser una pandilla de facinerosos de poca monta traidores a sus respectivos países. No es que trabajen mal, pero poco tienen de amenaza. El actor y presentador neerlandés Jeroen Krabbé es el general Koskov, presunto novio de Kara; un afable cantamañanas con síndrome de apuñalamiento por la espalda crónico que está asociado a un traficante de armas yanqui fascistoide y chiflado: Brad Whittaker, interpretado por el muy en su salsa Joe Don Baker en su primera aparición de tres en la saga Bond. Más temible es Necros, el asesino personal de Whittaker, interpretado por el bailarín alemán Andreas Wisniewski, también recordado por ser uno de los terroristas de ¨La jungla de cristal¨.
El personal del MI6 contiene una novedad: La bellísima Caroline Bliss es una Moneypenny joven (26 años, 15 menos que Dalton: Lois Maxwell era incluso mayor que Roger Moore por meses), tan deslenguada como siempre y es fan de Barry Manilow. Desmond Lewellyn vuelve a ser Q y Robert Brown M. Aquí es donde notamos diferencias: el Bond de Dalton y el M de Brown se respetan pero se odian. El M que veremos aquí y en ¨Licencia para matar¨ no es el abuelete enrollado que fueron Bernard Lee y Brown en sus pelis con Moore. Brown se convierte en un M autoritario, tozudo, frío y despiadado. Tengo la sensación de que se quiso deshumanizar al personaje (haciéndolo mucho más realista con respecto a una persona de su posición, EMHO) para remarcar la humanización y espíritu rebelde que Dalton le iba a aportar a Bond.

Con el siempre fiable John Glen tras las cámaras y Richard Maibaum y el co-productor Michael G. Wilson escribiendo de nuevo la historia, nos encontramos aquí una película Bond bastante depurada: aunque se pretendió mantener un poco del espíritu Moore en cierta escena, ésta se eliminó para acomodar mejor al nuevo prota. Hay relativamente pocos chistes (aunque haberlos, haylos): Este Bond no está para bromas excepto cuando se trata de putear al pobre Q. Desde luego que ir matando gente no hace ni putísima gracia a menos que estés fatal del tarro, y Bond, bueno, siempre ha sido un tarambana, pero, vaya, que este no es tan psicópata como otros héroes ochenteros y no suelta una puyita con cada muerto que deja en su camino [DE MOMENTO].

A nivel técnico no se puede hacer otra cosa que ponerse de pie y despedir con un aplauso a John Barry y la enorme influencia de sus bandas sonoras Bond. Barry se despide a lo grande: modernizando su sonido de siempre y cargándolo de ritmos de secuenciador. A ratos es incluso bailable en plan rave. Y además viene acompañado de tres canciones a cargo de dos bandas estrella: el injustamente semiolvidado trío noruego A-ha para el excelente tema principal y los Pretenders para dos piezas - compuestas por completo por Barry - no menos memorables. Gracias a ello, Barry obtiene 4 leitmotivs distintos para trabajar y crea, quizá, su banda sonora Bond más divertida junto a la de ¨Diamantes para la eternidad¨.
Nuevo Bond, nuevo coche. Volvemos a Aston Martin, esta vez un V8 cargadete de gadgets, para una excitante persecución sobre hielo. Las pelis de Dalton, siendo espectaculares, lo fiaron todo a la acción pura y dura y no contamos con decorados espectaculares, pero sí con escenas tremebundas (la lucha en la bodega del avión Hércules siendo imitada casi fotograma por fotograma por el videojuego ¨Uncharted¨ y su reciente versión cinematográfica). Peter Lamont y compañía cubren, pues, el expediente con profesionalidad pero sin alardes y es el savoir faire de John Glen para la acción en lo que se centrará el espectador.

Buen debut para Dalton: una revitalización de Bond en muchísimos aspectos, con pocos alardes artísticos pero con la acción de siempre y ligeras pero novedades en la fórmula general. Solo los malosos chirrían un poco. En la próxima entrega, para mí, la cosa iría a mejor: es mi película favorita. No, de Bond no; de toda la historia del cine.



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