Ficha Espartaco

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Críticas de Espartaco (1)


mahotsukai

  • 7 May 2018

10



Legendaria superproducción dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Kirk Douglas.

Espartaco (113-71 A.C) fue un esclavo tracio, nacido en el actual territorio de Bulgaria, en ese entonces provincia romana, que encabezó una destacable rebelión, conocida como “Tercera Guerra Servil” o “Guerra de los Esclavos” (73-71 A.C.) y que los mismos historiadores romanos catalogaron como la más compleja en territorio itálico. Espartaco había sido enrolado en las tropas auxiliares de Roma, pero al desertar fue convertido en esclavo y enviado a realizar trabajos forzados en una cantera de yeso, en donde destacaría por su fuerza física. Ciertamente, esta cualidad le permitiría ser comprado por un mercader, Léntulo Batiato, para su escuela de gladiadores, de donde terminaría por escapar junto a un grupo de fieles seguidores.

Conforme recorrían la zona, lograron hacerse con un convoy de armas de gladiadores que saquearon y vencer a una pequeña brigada de romanos enviada a hacerles frente, lo que junto a la gran victoria que obtendría ante el arrogante Cayo Claudio Glabro en la Batalla de Vesubio, consolidarían el poder de la rebelión de Espartaco. Después de ello, Espartaco avanzaría hacia el norte de Italia con el firme propósito de enfrentar rápidamenta a los romanos, derrotarlos y poder salir de la península itálica, ya que estaba consciente de que no tendría éxito desarrollando una larga guerra con la rica y poderosa Roma, y que sólo fuera de los territorios romanos, por ejemplo, Germania, podrían dejar de ser esclavos. En tanto, en Roma eran conscientes que, si no podían derrotar esta rebelión, probablemente el resto de las regiones sometidas podrían eventualmente también rebelarse.

Finalmente, Espartaco, que tuvo serios problemas con su indisciplinado ejército, debió someterse a la decisión de quedarse en la península y la separación de sus fuerzas, siendo derrotado en la Batalla del Río Silario tras la traición de los piratas de Cilicia, con quienes había pactado la utilización de su flota para escapar por el mar Adriático. Tras su triunfo, los romanos decidieron darles una cruel y contundente lección a los esclavos supervivientes de Espartaco, cuyo cuerpo por cierto nunca fue encontrado: cruficificaron a los más de 6 mil prisioneros a lo largo de la Vía Apia, entre Capua y Roma. Así culminaría la rebelión, pero se iniciaba la leyenda de Espartaco.

Por su parte, hacia fines de los 50s, el péplum o “películas épicas antiguas” había alcanzado su cúspide con “Quo Vadis?” (1952) de Marvin Leroy, “Los Diez Mandamientos” (1956) de Cecil B. DeMille y “Ben-Hur” (1959) de William Wyler, y un decepcionado Kirk Douglas, ya consolidado como actor y productor, buscaba la forma de encabezar una superproducción de aquellas, tras haber perdido el papel protagónico de “Ben-Hur” (1959) ante Charlton Heston. De esta forma, Douglas, junto al vicepresidente de su productora Bryna Productions, Edward Lewis, resolverían adaptar la novela “Spartacus” (1951) de Howard Fast, en donde el protagonista desafíaba también el poder de Roma.

Sin embargo, Douglas no conseguiría el respaldo presupuestario de Universal Pictures sino hasta que lograra reunir un reparto de lujo, encabezado por Lawrence Olivier, Charles Laughton y Peter Ustinov, y la confirmación de su productor Edward Lewis y el director Anthony Mann (“El Cid”, 1961; “La Caída del Imperio Romano”, 1964), con quien Douglas no logró nunca congeniar, para reemplazarlo por el joven cineasta Stanley Kubrick, futuro genio realizador de “2001, Odisea en el Espacio” (1968) y “La Naranja Mecánica” (1971), entre otros títulos, y a quien Douglas conoció en el clásico “Senderos de Gloria” (1957). Más aún, Douglas encargaría al guionista Dalton Trumbo, perseguido por el MacCarthismo sobre supuestas participaciones en conspiraciones comunistas, la redacción del guión de “Spartacus” (1960) sobre la base de la novela de Fast, quien lograría capturar la esencia épica y mítica del legendario esclavo y gladiador, que encabecería la lucha por la libertad de los suyos ante la tiranía de Roma, pagando cara su derrota de enfrentarse al más poderoso imperio de su tiempo.

En gran medida, el guión de “Spartacus” (1960) es un canto a la libertad y a la rebeldía de los oprimidos, el derecho a ser libre y decidir su propio futuro, en donde un hombre se ve obligado a combatir para ganarse la dignidad de optar a su libertad. Se trata de una época en donde la esclavitud es parte consolidada y natural de la forma en que el imperio sustenta su estabilidad y poderío, en especial en las provincias conquistadas y en donde la esclavitud deja caer su cruel y despiadada herencia en familias completas, a través de generaciones. Ante esta realidad, no es de extrañar que muchos prefieran la muerte que la sumisión o la eterna condición esclavista.

La lucha de Espartaco, entonces, además de ser fuertemente idealista, no podrá escapar de la tragedia. Obligado a enfrentarse al ejército más disciplinado y poderoso de su tiempo, Espartaco comprenderá que es la lucha misma la que lo hace un hombre libre pero que esa libertad tendrá un alto precio, su vida. Así, como emularía fuerte y posteriormente el William Wallace de Mel Gibson en “Braveheart” (1995), nuestro héroe se convertirá en un líder innato y admirado, por el cual sus hombres estarán dispuestos a dar su vida, porque éste asumirá el liderazgo a partir del respeto por la dignidad de los suyos. No es de extrañar que, a la hora de la derrota, todos estén dispuestos a aceptar la condena compartida.

Ahora bien, como toda película épica, “Spartacus” (1960) debe sortear una serie de elementos cinematográficos complejos y lo hace de la mejor forma para convertirse en un clásico, comenzando con su extenso metraje, pasando por la habilidad del director para controlar los tiempos narrativos y una ostentosa y correcta concreción técnica, hasta el desarrollo de actuaciones sólidas y emblemáticas. Respecto a la extensión del film, hay que señalar que no es más larga que muchas de las grandes películas épicas de su época y que en gran medida el éxito de su filmación se basará en la habilidad de Trumbo de adaptar la novela de Fast, para construir una historia dinámica, concisa e inspiradora. Tan inspiradora que, dicho sea de paso, el propio protagonista de “Spartacus” (1960) mostraría coraje al defender a su guionista al exigir el reconocimiento del crédito por su trabajo narrativo y su lucha por sacarlo de la lista negra de Hollywood, en la que Trumbo se encontraba.

“Spartacus” (1960) inicia en los campos de yeso de Libia, en donde un grupo de esclavos realizan trabajos forzados para los romanos, y en donde inmediatamente un esclavo fornido que intenta ayudar a otro anciano que sucumbe ante el cansancio, terminará golpeando a uno de los capataces. Engrillado y con un futuro incierto, Espartaco será comprado por un mercader de esclavos, quien lo llevará a su escuela de gladiadores. Para el tracio, en principio, no habrá mayor diferencia entre picar yeso bajo el látigo romano que morir en la arena entreteniendo a los inmorales habitantes de la capital del imperio, pero luego descubrirá que el sólo hecho de luchar lo hará libre.

Claramente, hay que señalar que el guión es bastante transparente y honesto, casi descarado, a la hora de presentar a los dos bandos extremos para representar la justicia e igualdad de derechos: Espartaco y los suyos, por un lado, y Craso y la Roma Imperial, por el otro. La trama muestra, sin mayores preámbulos, entonces, la injusticia y la inmoralidad de la esclavitud, con los esclavos tratados como reses (marcados con hierro caliente), alimentados convenientemente (cereales y carnes en cantidades medidas) y utilizados para intereses sexuales particulares. La escena en que las dos mujeres arpías escogen a los gladiadores más musculosos y exijan que estén vestidos de la forma más liviana posible, así como aquella en la que Craso intenta seducir a su esclavo Antonino en el baño, son reflejos de esa tensión sexual en la Antigua Roma que ni Kubrick, ni Douglas, ni Trumbo están dispuestos a omitir y que forma parte de una realidad histórica esencial en la antigüedad. Por supuesto, la censura de la época haría todo cuánto fuese necesario para hostigar al film, pero ciertamente el espectador podrá disfrutar de la versión del director en nuestros días, sin censura y sin cortes.

Pero además del personaje de Espartaco, interpretado en forma sólida e icónica por Kirk Douglas (“El loco del pelo rojo”, 1956; “Senderos de Gloria”, 1957), el guión presentará personajes estructural e interesantamente vinculados con el protagonista, la gran mayoría antagonistas a la causa y a la misma figura del líder de los esclavos. Comenzando por el también legendario Lawrence Olivier (“Henry V”, 1944; “Hamlet”, 1949; “Los niños de Brasil”, 1978; “Dracula”, 1979; “Furia de Titanes”, 1981), quien interpreta al cruel, ambicioso e inescrupuloso, Marco Licinio Craso, general romano que busca destruir a Espartaco en todos los frentes. De esta forma, no sólo busca derrotar la rebelión encabezada por Espartaco, sino que al enterarse de que el líder esclavo se casó y tiene un hijo con la también esclava Varinia, objeto de deseo del recién nombrado Primer Cónsul Romano, planeará quedarse con la mujer, adoptar al niño y borrar todo vestigio de su existencia y causa. Olivier logra interpretar de gran manera a un personaje que representa el peso del poder y el ejercicio del destino, pero que no logra imponerse a la libertad, en especial cuando se conoce el destino de Varinia y el hijo de Espartaco.

Otro personaje interesante será Batiato, interpretado por el reconocido ganador del Oscar, Peter Ustinov (“Quo Vadis?”, 1951; “Topkapi”, 1964; “Jesús de Nazareth”, 1977), quien se quedó con la estatuilla al mejor actor de reparto con este film. Siempre versátil, Ustinov encarnará a un Batiato que no sólo intervendrá en la vida de Espartaco al sacarlo de las canteras de yeso en Libia para enrolarlo en su escuela de gladiadores, sino que también le permitirá al líder rebelde asegurar la vida de su familia y su descendencia, en una jugada maestra del influyente senador Graco, el principal antagonista a las ansias dictatoriales de Craso, interpretado por otra leyenda del cine mundial, Charles Laughton (“La vida privada de Enrique VIII”, 1933; “Rebelión a bordo”, 1936; “La posada de Jamaica”, 1939). Laughton personifica un personaje inteligente, soberbio y digno como pocos, que sabe dar el golpe maestro aún en la más complicada de las situaciones. Ambos personajes, que en el papel surgen también como antagonistas de Espartaco, terminan por ayudarlo indirectamente, en contra del despótico Craso.

También en los personajes secundarios podemos encontrar antagonistas menores, como el instructor de gladiadores y ex esclavo, Marcelo, encarnado por Charles McGraw (“El crepúsculo de los dioses”, 1958; “Los pájaros”, 1963), que representa esa dicotomía de la justicia e injusticia, en la figura de un cruel, desalmado y agitador capataz, que gusta de provocar a los esclavos y hacerles sentir de lo peor, y que por lo mismo no es raro que termine muerto. Draba, interpretado por Woody Strode (“Los diez mandamientos”, 1956; “Hasta que llegó su hora”, 1968) por su parte, que muestra tener una mejor asimilación de su presente como gladiador, surgirá como un oponente temible en su duelo con Espartaco en el caprichoso combate ordenado por Craso, Glabro y sus parejas, pero con su decisión final le enseñará una clara lección a Espartaco sobre la libertad.

El único personaje femenino de peso será Varinia, la bella esclava británica que enloquece a Craso y enamora a Espartaco, interpretada por Jean Simmons (“Hamlet”, 1949; “Horizontes de Grandeza”, 1958). Varinia, destinada a ser utilizada para satisfacción sexual de los romanos, encontrará en el ex esclavo tracio a un hombre noble y digno a pesar de pasado, con el cual terminará proyectándose hasta la tragedia y más allá.

“Spartacus” (1960) constituye uno de los momentos más memorables de la ostentación épica de Hollywood de los 50s y 60s, no sólo por su inversión de USD 12 millones, un dineral por esos años, sino por la cantidad de secuencias fílmicas majestuosas que terminaron por catapultarlo como uno de los 10 mejores films épicos de la historia del cine estadounidense. Bien vale la pena señalar un par de escenas memorables, como la secuencia de enfrentamiento entre Espartaco y Draba, a instancias de los inmorales romanos, en que el esclavo lejos de matar a su oponente luego de reducirlo, ataca a sus verdaderos enemigos, los patricios romanos, pero termina siendo asesinado por la espalda y con alevosía por éstos, en especial, el cobarde general Craso, que esta muy seguro de la inferioridad del esclavo que no le importa.

Otra será la increíble secuencia de la batalla del Río Silario (71 A.C.) en la que se reunieron más de 10 mil 500 extras para su recreación. Kubrick, en una toma que demuestra su genialidad, filma con cámara estática el ordenamiento de las tropas romanas en su clásica formación horizontal, en donde se aprecia la magnitud y poderío de las cohortes romanas, que demuestra el concepto mismo del orden y la eficiencia. Mostrando a dos bandas, con Espartaco pidiendo un último esfuerzo a sus hombres, que luchaban sin un orden establecido sino más bien por intuiciín y Craso apelando a la grandeza imperial que descansa sobre los hombros de las legiones romanas, Kubrick muestra el choque del orden contra la pasión, en la que el primero terminará por imponerse por su eficacia y frialdad.

Para terminar, dos secuencias notablemente dramáticas, la primera en que el fotógrafo Russell Metty (“Sed de mal”, 1958), ganador del Oscar en su categoría por este trabajo, da cuenta de la implacabilidad de la muerte en el campo de batalla, en donde yacen los cuerpos destrozados de miles de esclavos que mueren luchando ante Roma, dignos de hipotecar su existencia ante el imperio más poderoso de su tiempo. En una postal desgarradora y desoladora, Kubrick muestra hombres, mujeres y niños muertos, y una secuencia más depresiva con los prisioneros, en donde Espartaco comprenderá el valor de la lealtad de sus hombres, cuando cierren filas y acepten su brutal destino antes de entregar al hombre que les permitió vivir en libertad por unos meses.

Más conmovedor aún será la secuencia final en que Craso, insaciable en su odio y carácter destructivo hacia Espartaco, lo obliga a batirse en duelo a muerte con su fiel compañero Antonino, ordenando que el vencedor sea crucificado. No contento con arrebatarle a su esposa y a su hijo, Craso obligará a Espartaco a asesinar a su gran amigo, porque entiende que la crucificación será peor que morir de una estocada. La suerte final de Espartaco, ajusticiado por Craso junto a casi 6 mil de sus hombres en una larga fila de cruces en la Vía Apia, sin embargo, no se concretará en el triunfo de Craso, como el espectador se percatará más adelante.

La música de “Spartacus” (1960) estuvo a cargo del compositor Alex North, eterno nominado a los Oscar en la categoría de mejor banda sonora, quien increíblemente nunca se llevó la estatuilla a pesar de haber regalado obras maestras como la música de “Un tranvía llamado deseo” (1951), “Melodía Desencadenada” (1955) y Cleopatra” (1963), entre las 14 nominaciones que tuvo en su carrera. Ya sea con la majestuosa solemnidad de sus notas marciales en la secuencia de la Batalla del Río Silario como en la fragilidad e intimidad de los encuentros de Espartaco y Varinia, North demuestra tener la habilidad necesaria que un péplum monumental como éste demanda de un buen compositor.

“Spartacus” (1960) ganó 4 premios Oscar, al mejor actor secundario (Peter Ustinov), mejor fotografía, mejor vestuario y mejor dirección artística, y nominada a la mejor banda sonora y mejor montaje. También se alzó con el Globo de Oro a la mejor película dramática, y fue nominada al mejor director, mejor actor dramático, mejor actor de reparto y mejor banda sonora. Fue nominada también a la mejor película en los BAFTA, y se quedó con el premio Laurel de Oro al mejor actor protagónico (Douglas) y mejor actor secundario (Ustinov).

En resumen, uno de los grandes clásicos épicos del cine estadounidense y mundial, que tiene todos los aciertos elementales para ser considerada una película de culto, una historia interesante y magistralmente narrada por Kubrick, una factura técnica de proporciones legendarias y un reparto memorable uniendo a cuatro de las grandes leyendas de Hollywood, Kirk Douglas, Lawrence Oliviar, Charles Laughton y Peter Ustinov. Una película absolutamente imprescindible para cualquier cinéfilo.



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