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Nada tiene que reprochar en cuanto a estética y vestuario, de hecho, ha sido una encomiable labor que bien puede ser apreciada a lo largo de sus más de dos horas.
Como toda superproducción biblica - que gozó de tantísima fama entre la década de los años 50 y 60 - cuenta con un reparto de grandes nombres. Grandes artistas reconocidos en el día de hoy, pero seguramente en su momento, muchos de ellos, no eran más que meros secundarios de otros actores de renombre.
Ese es el caso de su protagonista, Anthony Quinn. Un artista legendario, sí. Pero también un artista que pese a sus dos Oscar en el palmarés, no dejaba de ser un secundario de lujo que pasó a ser protagonista principal de una producción que pretendía - al menos Dino de Laurentis lo creía de ese modo - arrasar en premios y la verdad sea dicha, no alcanzó gran repercusión. Quizá por haberse tratado de una película europea. Quizá por la competencia. ¿Quién sabe?
Lo objetivo es darse cuenta de la ambientación y el personaje. Sí, un personaje interesante pero no más que lo fue Poncio Pilato, o el mismísimo Lázaro de Betania, sin olvidar al centurión Longinus. A fin de cuentas, tras la crucifixión de Cristo y antes de que Nerón quemase Roma, suceden los hechos. Por supuesto, Neron. El sádico emperador, que tenía como consejero al gran filósofo Séneca de su lado.
Centrarse demasiado en Barrabás y su martirio, olvido por completo otros hechos importantes y que hubieran supuesto una partida más interesante para aquellos ateos que como yo, disfrutan de una interesante adaptación pero que no cumple fielmente los hechos históricos verídicos, sino que en cambio, se va por las ramas hacia la nobleza de un hombre cuyo destino está en manos de... quien supuestamente murió por él.
Acceptable sin más.

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