Ficha El Castillo

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Críticas de El Castillo (1)


mahotsukai

  • 11 Jun 2020

7



Rescatable y correcta adaptación para la TV del clásico inconcluso (1922) de Franz Kafka.

K es un agrimensor que llega a una aldea regida por un castillo, cuyas autoridades le han encargado una tarea no específica. A medida que se los aldeanos se muestran hostiles hacia él y todos le hacen ver que nunca se ha necesitado su servicio, K tendrá que decidir si insistir o regresarse a su pueblo.

Tras la vanguardista “71 Fragmente einer Chronologie des Zufalls¨ (¨71 fragmentos de una crónica de oportunidades¨, 1994), el talentoso director austríaco Michael Haneke se abocó en rodar una adaptación fílmica para la TV de la novela “Das Scholß” (“El Castillo”, 1922) del legendario escritor austrohúngaro Franz Kafka, una de sus obras más emblemáticas y famosas junto a “Die Verwandlung” (“La Metamorfosis”, 1915) y “Der Prozeß” (“El Proceso”, 1925). Lamentablemente inconclusa por la repentina muerte de Kafka en 1924, “Das Scholß” (“El Castillo”, 1922) aborda principales temáticas como la alienación, la burocracia y la frustración del hombre moderno en sus intentos por acoplarse y adaptarse a un sistema creado por humanos, pero que carece de total humanidad.

Profundamente existencialista, surrealista y frustrante, la literatura de Kafka ha sido llevada no pocas veces al cine al séptimo arte, sin embargo de formas muy dificultosas y arriesgadas. Son muy pocos los films que han logrado captar la esencia de la obra kafkiana y desarrollar sus conceptos narrativos esenciales de desesperación y angustia humanas en la sociedad moderna, siendo la coproducción franco-ítalo-germana “The Trial” (1962) de Orson Welles, la coproducción suizo-germana “Das Schloß” (1968) de Rudolf Noelte y la reciente “Amerika” (1994) de Vladimir Michalek las incursiones más exitosas en su tratamiento narrativo y visual. Precisamente, será la primera versión de “Das Scholß” (“El Castillo”, 1922) estrenada a fines de los 60s por Noelte, que destaca por su fotografía y diseño de producción, junto con la incursión de Michálek, que inspirarían a Haneke en embarcarse en su propia adaptación del clásico del austrohúngaro.

Su empresa, no obstante, auguraba más contras que pros, más desaciertos que aciertos y más frustraciones que certidumbres. El gran riesgo de adaptar “Das Scholß” (“El Castillo”, 1922) no sólo está en su carácter extremadamente lento, generalmente ilógico, fuertemente surrealista e impunemente desesperante sino también en el demencial desafío de capturar dicha atmósfera y transmitirla al espectador, lo que aunado a su rasgo inconcluso prácticamente la vuelven imposible de emular. Y es que si bien Kafka se las arregla para sacar el relato adelante gracias a sus ricas descripciones, su insistencia e obsesión en el detalle e incluso un espíritu irónico y absurdo de humor, para cualquier realizador estos elementos son muy difíciles de emular en un film si no cuenta con la maestría literaria del austrohúngaro y los recursos tanto visuales como técnicos para su exposición.

Haneke opta por experimentar con la traslación literal de gran parte de la novela, en varios momentos con diálogos casi completos, para construir realidades kafkianas. En gran medida lo logra, hay que decirlo, principalmente porque el guión está estructurado de tal forma de exponer los dos principios narrativos más importantes de “Das Scholß” (“El Castillo”, 1922), a decir, el espíritu ateísta de la verdadera búsqueda espiritual del hombre (evidente referencia a la filosofía nitzscheana) y el tratamiento de la burocracia, la alienación y la angustia consecuente de esta cadena de factores sociales que el autor desarrolla a lo largo de su obra. De esta forma, la búsqueda constante por lo divino y los elementos conspiratorios para alcanzar lo inalcanzable son pilares en el guión.

Así es como K, el protagonista, representa la lucha humana por lograr lo imposible, el espíritu terco e incombustible de no rendirse nunca sin importar la naturaleza de los impedimientos y también, siendo más críticos, la ingenuidad humana de la existencia de algo superior de origen divino, desde la perspectiva ateísta. El Castillo y por extensión Klamm, a quienes por cierto nunca veremos en el metraje, evidentemente simbolizan lo divino y lo inalcanzable, una metáfora de Dios y Jesús como seres omnipresentes, temidos, respetados e idolotrados, pero que en realidad no existen y que ejercen su influencia en los aldeanos gracias a un sentido de existencia basado en el miedo y la incertidumbre.

Los aldeanos, por su parte, representan cada uno de los obstáculos que K debe enfrentarse para alcanzar el Castillo y reunirse con Klamm finalmente, es decir, lo inalcanzable. Dependiendo del personaje, Haneke los presenta en situaciones cómicas absurdas o dramáticas, como sus discípulos Arthur y Jeremías, que representan la envidia e hipocresía zalamera de los pares; el notario del pueblo que simboliza la desesperante y estúpida burocracia, con la notable escena en que ordena a su esposa buscar un decreto en un mar de documento que sabe no existe; el mensajero de Klamm, Barnabás que personifica la ingenua esperanza que vive constantemente en riesgo por su labor; Schwarzer, como el pueblo xenófobo; Amalia, como la apóstata que se niega a seguir las directrices del Castillo por un problema administrativo (cuestionamiento de la fe); y, Frieda, como el camino a la felicidad tradicional, que resulta fallido y muy amargo.

La estructuración de K es interesante y gana puntos con la destacable interpretación de Ulrich Mühe (“Funny Games”, 1997). Su personaje es, al principio, el más convencional de todos y su estadía en el pueblo se convierte en un verdadero viaje al surrealismo y a la lucha contra la frustración. Sumergido en una vorágine de elementos que remiten a una quimera, K tiene la suficiente cuota de alienación como para no ceder a la demencia pero también como para atreverse a dejar de lado su búsqueda tras darse cuenta de su utopía. Quizás, en lo que hubiese sido muy deseable, el tratamiento del personaje hubiese logrado mayor profundidad para el espectador si el director de “Caché” (2005) no hubiese optado por una narración en off omnipresente, que si refuerza el componente de compresión del relato, lamentablemente tiene efectos colaterales que disminuyen la fuerza de la narración.

Ahora bien, para la mayoría de los críticos el principal problema de la adaptación del futuro director de “Amour” (2012) es su excesiva preocupación por lo narrativo y descuido por lo visual. Efectivamente hay un abuso de planos fijos y muy poca variedad de ángulos de cámara, a lo sumo el uso de travelling en las incursiones de K por el pueblo hacia diferentes destinos, bastante monótono, que contrasta con la buena fotografía invernal de Jirí Stibr (“Amanecer”, 1959) que da cuenta del hostil clima natural en el que K debe desenvolverse, además del hostil clima humano. Con el objetivo de dar un rasgo más rústico, Haneke opta por una edición abrupta entre capítulos y secuencias, lo que unido a su decisión de cortar el relato y explicar literalmente que la novela queda inconclusa (por la muerte de Kafka) dejan un estilo de narración quizás demasiado plano y desestimando darle un rasgo propio o identidad que sabemos, por el talento del austriaco, se echa de menos.

Además de Mühe, el film cuenta con buenas interpretaciones, en especial la de su esposa Susanne Lothar (“La Cinta Blanca”, 2009) como Frieda, la novia de K. Frank Giering (“Funny Games”, 1997) y Felix Eitner (“Cerezos en flor”, 2008) encarnaron a Arthur y Jeremías, sus ineptos ayudantes, Andréi Eisserman (“Kaspar Hauser”, 1993) como Barnabás, Inga Busch (“Art Girls, 2013) como Amalia y Birgit Linauer (“El lugar del crimen”, 2017) como Pepi, y Hans Diehl (“Antikörper”, 2005) como Erlanger.

“Das Scholß” (“El Castillo”, 1997) fue filmada íntegramente en la región austríaca de Estiria y su capital Graz. Fue estrenada en la TV austriaca y en el 47° Festival Internacional de Berlín en febrero de ese año. Sin embargo, se le estrenó en cines en Alemania, República Checa, Japón, Canadá y Estados Unidos.

En definitiva, y a pesar de todos los obstáculos propios de retratar la obra de Kafka en el cine y la falta de cierta osadía en el aspecto visual para proponer una versión más propia, estamos ante una versión de “Das Scholß” (“El Castillo”, 1922) interesante y que se deja ver principalmente por su respeto a la visión pesimista y angustiante del escritor austrohúngaro.



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