Ficha Mephisto


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Críticas de Mephisto (1)


mahotsukai

  • 8 Dec 2021

10



Notable drama histórico dirigido por el húngaro István Szabó, ganador del Oscar a la Mejor Película Extranjera.

Un ambicioso actor de teatro de Hamburgo no dudará en esforzarse en adular al nuevo régimen nazi con tal de alcanzar el tan anhelado éxito, haciendo la vista gorda a sus abusos y autoritarismo.

Tras una más que competente e interesante carrera como director en su natal Hungría con films como “Tűzoltó utca 25.” (“25 Fireman Street”, 1973), “Budapesti mesék” (“Cuentos de Budapest”, 1976) y “Bizalom” (“Confianza”, 1980) con la cual ganó el Oso de Plata del Festival de Berlín y una nominación al Oscar a la Mejor Película Extranjera, el talentoso realizador István Szabó se embarcó en una brillante adaptación de la novela “Mephisto: Roman einer Karriere” (1936) de Klaus Mann, que le significaría su primer éxito internacional, la aclamación de la crítica y el esquivo Oscar a la Mejor Película Extranjera (1982). La novela, publicada por Mann durante su exilio en Amsterdam, se basaba, a la vez, en las andanzas del oportunista y arribista actor y futuro director de teatro estatal Gustaf Gründgens durante el Tercer Reich, régimen al cual no se cansó de adular luego de decidir permanecer en Alemania tras el ascenso de los nazis al poder, haber estado casado con la hermana del propio Mann y, posteriormente, según se cuenta, haber sido incluso amante homosexual del escritor alemán.

Con un espléndido guión firmado por Péter Dobai y el propio Szabó, “Mephisto” (1981) se alzará como una de las obras maestras del cine europeo principalmente por sus claves narrativas que la convierten en una experiencia cinematográfica interesante y atractiva, pero también amarga y existencialista. Una de estas claves es su brillante estructura contextual, social e individual en la cual es posible identificar diversos elementos, objetivos y planos discursivos. En primer lugar, encontramos el plano histórico en que se ambienta el film, que es la Alemania de fines de los 20 e inicios de los 30, con el inminente ascenso del Nacionalsocialismo al poder. Szabó construye una de las recreaciones más clásicas de una Alemania sumergida y engullida por una ideología avasallante e implacable que no encuentra mayores obstáculos para imponerse a través, ya sea de forma brutal o convincente, de la imposición de jerarquías raciales y organizaciones sociales piramidales. El film es rico en tales representaciones, algunas sugerentes y otras explícitas, como las secuencias de Hoefgen y Niklas a punto de irse a los golpes por las burlas del primero a la ideología nazi, o el segundo adoctrinando a niños en plena calle, o las “sugerencias” del Ministro de Cultura Nazi para que el protagonista se divorcia de su esposa judía y se case con una mujer germana de sangre pura.

Por otra parte, un segundo elemento fundamental en la construcción del plano histórico del film es la relación de las artes y el Tercer Reich. Contrariamente a lo que pudiera creerse, las artes experimentarán un pleno periodo de bonanza creativa, especialmente en el teatro, la danza y el cine, sólo con el “pequeño” detalle que descartando cualquier referencia artística que no esté basada en la antigua, rica y propia cultura alemana, como lo muestra la contundente instrucción del Ministro de Cultura al ahora director Hoefgen sobre la extirpación absoluta del teatro bolchevique y la comedia francesa de la cartelera teatral de Berlín. Dentro de este elemento, también destaca, por supuesto, todo el aparato escenográfico y puesta en escena del régimen nazi para ir (auto) convenciendo y fascinando a las masas de la efectividad de sus métodos y legitimidad de sus objetivos, entre ellos el rescate de la cultura germana. En esta empresa, la ideología nazi no deja de mostrarse caótica y contradictoria, aunque perversamente cínica como cuando el Ministro reconoce la conveniencia de una adaptación de Shakespeare luego de que la de Goethe claramente haya funcionado, donde el espectador puede preguntarse cuáles son los límites del bufón en el escenario en que se le permite todo siempre que siga siendo el bufón.

Pero con todo, en tercer lugar, el elemento más valioso en este aspecto es, como el propio futuro director de “Hanussen” (1988) reclama posteriormente en una entrevista, la controversia de si el artista, al igual que todos los demás, tiene que asumir alguna responsabilidad y potencialmente un rol crítico y contestatario ante el totalitarismo. Es decir, si puede ser únicamente artista y (auto) despojarse (totalmente) de su propia conciencia política. O, en caso contrario, debe arriesgarse a convertirse en un paria que eventualmente pueda caer en desgracia y acabe eliminado luego de haber sido usado. Es que “Mephisto” (1981), en gran medida, trata del descubrimiento del actor idolatrado y aclamado, apático e indiferente con lo que sucede a su alrededor y a quienes puede afectar, que termina por darse cuenta demasiado tarde que su conducta neutral lo ha encaminado hacia un infierno emocional y un camino sin retorno, convertido en una miserable marioneta del Estado.

Lo que nos lleva al plano individual, concretamente al del personaje protagónico Hendrik Hoefgen, soberbiamente construido por futuro director de “Redl ezredes” (“Coronel Redl”, 1985) y asombrosamente interpretado por Klaus Maria Brandauer (“Out of Africa”, 1985). En primer lugar, es posible advertir en el mismo protagonista tres dimensiones de personalidad que podemos distinguir y relacionar en Hendrik, Mephisto y el director Hoefgen. Hendrik es el primero, un actor de carácter de Hamburgo, es un verdadero neurótico y desequilibrado mental como lo observamos en la escena de baile erótico con Juliette, es ambicioso y arribista como se desprende del hecho de que haya cambiado su nombre de pila Heinz por Hendrik, es cínico y cobarde como deduciremos al necesitar personificar a Mephisto para exteriorizar todo aquello que no se atreve a sacar, es egoísta y arrogante como queda de manifiesto en su forma personalista e indiferente de ver el mundo y es oportunista e inescrupuloso como veremos cuando está dispuesto a “prostituirse” él y su arte a cambio de una posición de poder que le asegure protección y bienestar personal. Es esencialmente un crisol de caracteres y conductas.

En segundo término, tenemos a Mefistófeles, el alterego de Hendrik y la clave en el ascenso al éxito y reconocimiento que Hendrik tanto busca y desea, al igual que el histórico Gustaf Gründgens que lo interpretó entre 1955 y 1957 y 1960. Nace de y se complementa evidentemente con la personalidad de Hendrik, de la cual es, en el fondo, una proyección libre, desenfrenada y desvergonzada, porque si bien Hendrik alardea de su propia libertad al no someterse a ningún contrato que pueda limitar sus propias aspiraciones, Mefistófeles goza de la más absoluta libertad para decir y hacer en el escenario y más allá incluso, de pactar con la peor ignominia cuando termina ganándose la simpatía y protección del Ministro de Cultura del Tercer Reich. Sin embargo, también forma parte de la paradoja de la esclavitud ideológica del propio Hendrik en su conversión en el director del teatro estatal, como veremos a continuación.

Al final está el director Hoefgen, cuyo retrato Szabó elaborará para que pase de la euforia al desencanto y, eventualmente, al fatalismo. Igual de complejo que en las otras dos dimensiones a las que aludí, el director Hoefgen parece congeniar de forma efectiva el arribismo de Hendrik y el cinismo de Mefistófeles para alcanzar el éxito, sin embargo, paulatinamente comenzará a hipotecar su dignidad y humanidad conforme su posición se afirme y las otroras sugerencias del Ministro de Cultura se conviertan en directrices a cumplirse al pie de la letra. A pesar de que le asaltan atisbos de humanidad reflejados en su preocupación por salvar a su amante negra Juliette y a su amigo y colega Otto e intentar contrariar ciertas órdenes como la de eliminar a unos empleados judíos del aseo, el nuevo Hendrik no tardará en convertirse en un fantasma del actor progresista y voluntarioso, en una caricatura del Mefistófeles burlesco y cínico que alguna vez fue, cambiando notoriamente de roles con el Ministro de Cultura, quien asumirá el rol de un Mefistófeles autoritario e implacable, en oposición a un Fausto más desencantado y fatalista que nunca, la última interpretación de Hoefgen.

Puede que visualmente “Mephisto” (1981) sea bastante sobria, sin embargo, es precisamente esta sobriedad la que la convierte en uno de los retratos más clasicistas y realistas de la Alemania Nazi en el cine europeo de la segunda mitad del siglo pasado. De la mano del talentoso fotógrafo Lajos Koltai (“Confianza”, 1980), en el film asistimos a una puesta en escena austera y con tendencia a colores opacos y sepias para la primera parte de la narración, que básicamente son los humildes inicios de Hoefgen y afuera el retrato de una Alemania convulsionada, sombría y húmeda que vaticina la llegada de una tormenta sin cuartel histórico. Paulatinamente, Hendrik comienza a interpretar a Mefistófeles estos escenarios van cambiando y van enriqueciéndose con una puesta en escena por momentos barroca, pero esencialmente física que emula las intenciones del Reich de traer de vuelta la gloria pasada del arte alemán. Ello encontrará su zénit en la secuencia en que Hoefgen es adulado por el Ministro de Cultura, en la recepción posterior a la presentación y que se replicará luego en la boda del propio Hoefgen y la danza de los Mefistófeles y en la recepción tras el éxito de Hamlet.

Si bien Szabó no asume mayores riesgos en el manejo de los planos generales, hay varias secuencias que realmente tienen un lenguaje escondido bajo líneas, o más bien y en este caso, bajo imágenes. Por ejemplo, está la caótica escena en la que Hendrik y Juliette terminan desnudos y revolcándose luego de una clase de baile, en la que el director muestra la verdadera alma del protagonista. También, por supuesto, los variados y largos primeros planos a Hoefgen en sus ataques de rabia y megalomanía, así como sus histriónicas interpretaciones de Mefistófeles, que captan la riqueza de emociones que Brandauer. Además, Szabó propondrá esencialmente el ejercicio de la violencia en la mirada, en los gestos y en la fuerza del discurso nazi, en lugar de dejarse llevar por el morbo y lo explícito, es por eso que incluso en la ejecución de Miklas, el mismo actor se encarga de tapar el acceso al lente con su cuerpo para que el espectador no pueda ver la ráfaga. Finalmente, la impresionante escena del epílogo en la que el director teatral es cegado y asediado en el teatro al aire libre es un perfecto ejemplo de lo que es la saturación del blanco a partir de luces sobrecargadas que, con todo, no logra esconder las últimas emociones en el rostro de Hendrik.

Desde un punto de vista interpretativo, “Mephisto” (1981) goza de actuaciones protagónicas realmente espectaculares. Famoso por escoger actores de carácter capaces de interpretar personajes psicológicamente complejos y multidimensionales como András Bálint en “Apa” (“Padre”, 1966) y “Szerelmesfilm” (“Una Película de Amor”, 1970), el director de “Der grüne Vogel” (“El Pájaro Verde”, 1980) escogió para Hendrik Hoefgen a un desconocido austríaco Klaus Maria Brandauer quien, al igual como lo haría posteriormente su compatriota y colega Christopher Waltz en “Inglourious Basterds” (2009) de Quentin Tarantino, comenzaría a cimentar su leyenda con una descomunal performance que le valdría la aclamación de la crítica. Ya sea en sus momentos serenos de adulación y condescendencia con el régimen y el Ministro de Cultura Nazi principalmente, ya sea en sus ataques de locura y megalomanía, Brandaur construye y da vida a un protagónico complejo entre los complejos, rico en matices, emociones y conductas como si de un verdadero camaleón se tratará. “Mephisto” (1981) sería la primera de las tres colaboraciones que sostendría con Szabó, “Redl ezredes” (“Coronel Redl”, 1985) y “Hanussen” (“Hanussen, el adivino”, 1988).

Además de un monumental Brandaur, no puedo dejar de resaltar la impresionante personificación que hizo el alemán Rolf Hoppe (“Tres Regalos para Cenicienta”, 1973) del Ministro de Cultura, inspirado en vicecanciller del Reich, Hermann Göring. Manipulador, intimidante, cínico y cruel, no tardará en convertirse en el verdadero Mephisto de la historia y en un secundario de lujo que llevará al protagónico a una vorágine de violencia y muerte. En el reparto secundario también encontramos a György Cserhalmi (“El Hombre Sin Nombre”, 1976) como Hans Miklas y Péter Andorai (“El Pájaro Verde”, 1980) como Otto Ulrichs, principal antagonista y mejor amigo de Hendrik, respectivamente. También, destaca el prestigioso director del Teatro Nacional de Hungría entre 1945 y 1962, Tamás Major, quien encarna a Oskar Kroge, el director teatral de Hamburgo.

El film también ostenta un nutrido grupo de talentosas actrices, entre las que destacan la polaca Krystyna Janda (“Interrogatorio”, 1982) como Barbara Bruckner, la independiente primera esposa de Hoefgen, la alemana Karin Boyd (Serie “Roncalli”, 1986) como Juliette Martens, la profesora de baile y amante negra de Hendrik, la única que lo conoce bien y la única a la cual se muestra tal cual es con sus temores y debilidades, y la germana Christine Harbort (“El Lugar del Crimen”, 1970) como Lotte Lindenthal, la sumisa y nueva esposa de Hoefgen impuesta por el nuevo régimen. También, encontramos a las húngaras Ildikó Kishonti (“Confianza”, 1980) como Dora Martin, la prima donna del teatro alemán y Ildikó Bánsági (“Pasión”, 1998) como Nicoletta von Niebuhr.

El score de la película estuvo a cargo del compositor húngaro Zdenko Tamassy (“Cuentos de Budapest”, 1976) en donde destacan el tema principal y final de marcado tónico tragicómico. La banda sonora incluyó composiciones clásicas de Felix Mendelssohn (“Ich wollte, meine Liebe ergösse sich”), Franz Liszt (“Mephisto-Walzer”) y Johann Strauss (“Fruhlingsstimmen”) y otras como “Gräfin Dubarry” de Karl Millöcker en la voz de Magda Kalmár, “Im Grunewald” de Franz Meissner y “Mephisto – Improvisation” de Aladár Pege
“Mephisto” (1981) se filmó principalmente en la capital Budapest, como los Baños Termales de Gellért y la ciudad de Kecskemét y su teatro local, así como Hamburgo y Berlín (Alemania) y Paris (Francia). La película se estrenó el 11 de febrero de 1981 en Budapest y en mayo del mismo año en el Festival de Cannes donde ganó el Premio al Mejor Guión y el Premio FIPRESCI.

La película se convirtió en la quinta cinta húngara y la segunda de István Szabó en ser nominada y la primera en ganar el Oscar a la Mejor Película Extranjera. También fue nominada a Mejor Actor Revelación (Brandauer) en los BAFTA y a tres Premios David di Donatello, ganando dos, al Mejor Film Extranjero y Mejor Actor Extranjero (Brandauer).

En resumen, una película de factura sobria y elegante, que brilla esencialmente por su complejo y, a la vez, sencillo guión de diálogos inteligentes, reveladores y evocadores, además de una estructuración de personajes muy bien lograda, y un Brandauer tan fascinante e impresionante como demente y genial.



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