Ficha Karate Kid III: El Desafío Final

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Críticas de Karate Kid III: El Desafío Final (1)


mahotsukai

  • 14 Mar 2016

4


3era parte y final de la Saga de “Karate Kid”, notoriamente inferior a dos predecesoras y que da cuenta de una franquicia ya desgastada, con pocas ideas originales, muy predecible.

Esta vez, Daniel Larusso, que viene de Okinawa con el señor Miyagi, está deprimido porque Kumiko prefiere optar por una vacante laboral que venirse con él a Estados Unidos. Miyagi no lo hace nada mal, ay que ha perdido su trabajo, por lo que Larusso decide sacar sus ahorros y comprar una vieja tienda, remodelarla y reabrirla para la otra pasión de Miyagi: el Bonsai. El problema es que un rencoroso Kreese se alía con un millonario amigo suyo, Terry, para recuperar su prestigio y acabar con la dupla Miyagi-Larusso, sin más.

El guionista Roberto Mark Kamen demuestra en este film ya no tener ninguna idea original para sustentar una tercera parte, a todas luces, innecesaria y forzada, tratando de encontrar en el pasado ideas que funcionaron con relativo éxito e intentando crear situaciones aún más inverosímiles. Y es que Kamen y John G. Avildsen (ganador del Oscar a la mejor película y dirección con la monumental “Rocky”, 1976, increíblemente) al parecer sintieron que debían cerrar el ciclo de “Karate Kid”, ya sea para tratar de consolidar la carrera de Ralph Macchio (que nunca fue), dejar descansar a Pat Morita y ganar unos billetes más, explotando algo que estaba ya terminado desde hacía rato.

Como es común en los guiones de “Karate Kid”, el guión trata de “alimentarse” de la “maldad” de sus villanos. Para ello, resucitan a un Kreese en plena ruina económica por su conducta agresiva, lo que le ha llevado a perder a sus alumnos y el dojo que administraba. Recurre a un ex compañero militar en Vietnam, Silver, que es millonario, y éste le ofrece su ayuda sin más. Le comprará 20 dojos para que administre (con suerte puede con uno) y le ayudará a corromper a Larusso y distanciarlo de Miyagi. ¿Por qué tanto cariño a Kreese? Porque le habría salvado la vida en Vietnam. Entonces, para empezar, tenemos un “venganza” digna de las más perverse de las telenovelas mexicanas como vehículo para la última versión de “Karate Kid”.

En cuanto a Larusso y Miyagi, la película intenta hacer madurar la relación entre ambos, situándolos en un conflicto maestro-alumno, que no se había visto hasta ahora, pero no lo hace bien. Un sobreactuado Macchio parece un adolescente irascible que vive diciendo que “todo es su culpa”, sin aprender de sus errores y tratando de responsabilizar a Miyagi de sus dudas de campeón. El japonés no quiere entrenarlo, porque cree que Daniel ha perdido el rumbo y se ha convertido en alguien que es todo menos el alumno que él entrenó. La sensación de automolestia consigo de Larusso se refleja en que ésta vez la chica que le gusta lo frena y le dice que quiere ser sólo su amiga, que desplanta el bonsái que Miyagi tanto ha cuidado en una ladera de un acantilado y que su maestro no quiere entrenarlo, recurriendo a Silver.

Las escenas del enfrentamiento por el título, nuevamente, nos ponen a un Larusso que increíblemente vence a su rival, un chico que durante toda la película le da clases de karate a patada limpia, y una vez más, fracturado y moreteado, se alza con la victoria. ¿Les suena a algo?, claro, la primera parte, copiada sin el menor de los ascos. Uno hecho inverosímil es la tremenda cantidad de faltas de Mike en contra de Larusso durante el combate por el campeonato y la no descalificación definitiva del alumno de los Cobra Kai Dojos.

Esta vez, las actuaciones sí que son flojas. Macchio, que había mejorado en la segunda entrega y había mostrado mayor afiato con Pat Morita, se ve agotado de interpretar a Daniel Larusso, muy estático, lento y predecible en sus golpes, lo que le resta credibilidad para coronarse campeón de karate, sin más. Pat Morita está correcto como en toda la saga, proporcionando experiencia y haciendo lo que sabe hacer, enseñar. En uno de los pocos momentos reflexivos de la película, Morita hace una alegoría entre el bonsái y su pupilo, que encuentra en su interior el motivo para crecer pero que también es reflejo de la formación que ha hecho del muchacho, cortando sus ramas cuando ha sido necesario para que se convierta en lo que debe ser. Martin Kove sigue siendo Kreese, que esta vez está opacado (y tiene bastante menos presencia) por Thomas Ian Griffith como Terry Silver, el millonario amigo de Kreese que se ofrece sin más para amargarle la vida a Larusso y Miyagi. Griffith, hay que reconocer, le da cierta frescura a la villanía, que tuvo en Sean Kanan, interpretando a Mike Barnes, a un flojo villano adolescente, lejos de los dos anterior. Robyn Lively como Jessica es prácticamente la única actriz del reparto, en un papel muy, pero muy secundario.

Ni la música de Bill Conti, que también se escucha repetitica aporta a una película que fue nominada en 1989 a 5 Premios Raspberry, entre ellas, a peor película, peor director, peor guión y peores actor principal y de reparto. Sin comentarios.



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