Una de esas películas que cuesta trabajo verlas, y es que el nivel de psicotrópico que tiene, con el montaje tan absolutamente absurdo, mezclado con ese guión que hace aguas por todos lados, y uniéndolo a malos actores, abundantes escenas absurdas y rayadas varias, hace de este producto algo realmente difícil de digerir.
La he visto por que el rollo la verdad es que a primera vista atrae mucho: ritos diabólicos, magia negra, vampirismo, brujería... pero cuanto todo esto choca con una historia que no sabes si avanza o no, o qué, donde el guión se contradice, donde hay escenas que no sabes si están ocurriendo de verdad o no, otras que no tienen continuidad temporal ninguna, (incluso hay una escena que tiene partes de día y otras de noche, y no sabes si están ocurriendo a la vez siquiera, ni por qué, ni para qué...)
Partes buenas, el castillo, que mola muchísimo, y la idea principal, pero lo dicho, que de poco sirve cuando nada en la peli tiene mucho sentido. Y como no, el tema erótico, que hay bastante y no está nada mal.
¿Que la película tiene su trama? La tiene. Pero da tantas vueltas y hay tantos elementos innecesarios, que cuesta apreciarla, o simplemente prestar atención. Un despropósito total.

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El director italiano Renato Polsielli nos trae este aceptable pero poco coherente film tardío del Horror Gótico Italiano, en el que mezcla psicodelia, sexo y horror (en algo bastante cercano al explotation) de forma algo irregular en comparación con otros grandes maestros del subgénero como Mario Bava (“La Maschera del Demonio”, 1960; “La Frusta e il corpo”, 1963; “Operazione Paura”, 1966), Camillo Mastrocinque (“La cripta e l’incubo”, 1964; “Un angelo per Satana, 1966) y Antonio Margheritti (“La Vergine di Norimberga”, 1963; “Danza Macabra, 1963), por nombrar a algunos.

La trama nos lleva a la Italia de los 70s, en la que el nuevo adquiriente de un viejo castillo medieval se prepara para celebrar una fiesta, sin saber que en las entrañas del edificio existen miembros de una secta diabólica que pretende resucitar a Isabella, una bella pero malvada bruja medieval que fue quemada hace 500 años. Para ello, necesitan realizar un ritual que incluye la sangre de jóvenes vírgenes.

Polselli, que según algún críticos tuvo el honor que fundar el cine de vampiros en Italia con “L’ amante del vampiro” (1960), si bien para la mayoría sería “I Vampiri” (1956) de Riccardo Freda, filma una película que adolece en gran medida de problemas de coherencia en su guión y confusión generalizada.

El principal problema al respecto es el no experto uso de la narración no lineal de la historia. Polselli, que más bien es considerado un director de explotation (como su compatriota Joe D’Amato, “Antropophagus”, 1980, pero en menor grado) se mete en la moda del gótico, aunque de manera tardía, pero siempre en una época en donde el ácido lisérgico hacia de las suyas, en especial, en el cine. Su recurrente juego de cambio de épocas carece de los elementos de conexión que pudieran relacionar los hechos que suceden, y prueba de ello es el hecho de que no haya continuidad en las escenas diurnas y nocturnas, o que no se pueda explicar el hecho de que pretendan resucitar a una burja cuyo cuerpo está prácticamente en las mismas condiciones que hace 500 años, sin siquiera considerar la momificación. Por lo demás, también no se explica porque en los primeros planos las llamas de la hoguera en la que fue quemada, le alcanzan hasta el rostro prácticamente, y en las tomas alejadas, apenas le llega a las rodillas. Tampoco, que Isabella hay sido supuestamente amante de Drácula.

En fin, considerando que el film es en sí psicotrónico, con su evidente falta de coherencia, que bien podría resumirse en un conjunto de bombardeos visuales surrealistas y eróticos, la película tiene su gracia, principalmente en el atractivo de su villana, esa incorrupta y bella bruja reconocida como Isabella, que Polselli no tiene reparos en ejecutar con cierta violencia en pantalla, empalando su corazón. Otro elemento que se le puede reconocer es su intento por ser claustrofóbica en forma constante, y cuando hablo de claustrofobia no me refiero al mero escenario en donde se llevan a cabo los sacrificios humanos, sino a esa sensación de estar atrapado en un sueño eterno, bizarro y atemporal.

Por otra parte, el director intenta emular el lenguaje visual poético de Jean Rollin, tantas veces criticado por pretencioso y demasiado personalista, con una sartada de imágenes eróticas, en donde las jovencitas de turno tienen sueños húmedos, incluso entre ellas mismas, pero de forma irregular y hasta podría decir, antojadiza, sin mayor transfondo argumentativo.

La película como bizarrada tiene en su dirección de cámara, en su vestuario (los secuaces de Isabella tiene una facha muy parecida al “Chapulín Colorado”, con esas mallas rojas) y su banda sonora ejemplos totales de la psicodelia setentera, así como en sus actuaciones, un ejemplo de que para algunas “obras artísticas”, no se requiere mayor sentido de profesionalismo. Y en ello, preferentemente las actrices que aparecen como víctimas de este culto demoníaco, son muestra de ello.

En fin, un film realmente a prueba de pacientes y amantes del eurotrash setentero más bizarro y loco, entre los que me incluyo, que podría estar en una exposición de directores psicóticos de la más aguda locura, y que apruebo con lo justo más que nada por su esencia delirante.

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