Ficha Labyrinth of cinema


  • No la has puntuado
  • No has insertado crítica
  • No has insertado curiosidades
  • No has insertado ningun error


Críticas de Labyrinth of cinema (1)




Mad Warrior

  • 26 Mar 2024

9



¿Qué es la Historia sin cine? ¿Qué es el cine sin Historia? El arte, catarsis de la exposición de los sueños. Sueños infinitos. Ilusión de crear. Creación, no destrucción. La guerra destruye, el arte crea. En la Historia ambas se unen y crean una simbiosis extraña. Fuera y dentro del proyector, ante la pantalla, ¿quién observa?, ¿quién crea? Es el laberinto del cine.

En la 32.ª edición del Festival Internacional de Tokyo, donde se presentaba “Kinema no Tamatebako“, una periodista se acercó a Nobuhiko Obayashi, que en ese momento tenía 81 años y estaba devorado por el cáncer, y le preguntó cuál fue la inspiración para tal odisea de tres horas por el universo del cine. Y él, en inglés, respondió a duras penas “El amor a las películas“. No dijo nada más ni hacía falta. 5 meses después falleció y el cine japonés, en los albores de la pandemia del coronavirus, perdió a uno de sus mayores genios. Aquella ingenua periodista se vio obligada a descubrir una intención o un motivo lógico, cuando en realidad no lo había.
Esta película nace del amor al cine, es el final de una larga senda, su última declaración, y la más escandalosa de todas; curioso, la última debería haber sido “Hanagatami“, ya que en mitad de la producción le diagnosticaron cáncer de pulmón y unos pocos meses de vida...pero la voluntad de Obayashi estaba blindada a prueba de enfermedades, y no sólo vivió lo suficiente para terminarla, sino para preparar otro proyecto más. Un octogenario demacrado físicamente con una imaginación tan volátil como la de un joven, y con la misma energía con la que filmaba sus pequeñas películas en 8 mm. en su Onomichi natal cincuenta años antes.

El tema, porque hay un tema, es la Historia de Japón, y más concretamente la guerra, con lo que “Tamatebako“ podría considerarse la 4.ª parte y clímax de su saga anti-bélica, iniciada con “Nagaoka Hana-bi Monogatari“; pero es difícil discutir de temáticas e ideas viendo el inicio de este viaje. El recuadro se abre, se lee “A Movie“, como lleva utilizando desde siempre, todo son dedicatorias acompañadas de un homenaje al legendario Chuya Nakahara, cuyos poemas irán marcando un ritmo en la película y la impregnarán de su espíritu melancólico y combativo.
El músico Yukihiro Takahashi se disfraza de un doble más joven del cineasta, incluso adopta su habla. Nos recibe a bordo de una nave espacial, nada menos, reflexionando sobre la creación de la Humanidad, cómo los desastres forman parte de nuestra evolución, y sobre la realidad de su propia presencia en la pantalla. Una gamberra ocurrencia metafílmica mientras afuera, en el Espacio mal creado adrede a base de pantallas verdes, flotan bellas muchachas. Delirio próximo al imaginario del manga con ese estilo tan desenfadado e infantil de Obayashi. La historia como tal empieza en Onomichi, paraíso atemporal, al que éste regresa tras más de una década sin rodar allí.

Si recordamos que antaño sus grandes heroínas fueron Hiroko Yakushimaru, Tomoyo Harada o Yasuko Tomita, ahora, como no podía ser menos, se introduce una nueva, la última, Rei Yoshida, con el nombre, a su vez, de la heroína del cine de Yasujiro Ozu: Noriko. ¿Pero qué es ella? ¿Existe realmente, o al igual que la “Shabishinbo“ encarnada por Tomita es sólo producto de una ilusión, o una proyección de los recuerdos de alguien, o un anhelo imposible? Lo iremos descubriendo durante la sesión tan especial que se nos ha preparado, en un cine que cerrará sus puertas para siempre, y lo va a hacer por todo lo alto.
Es la última sesión, y no se le ocurre otra mejor a la propietaria que una dedicada al cine bélico. Esto es el “Cinema Paradiso“ de Obayashi, ¿o su “8½“? ¿Tendrá la tormenta exterior algo que ver con los acontecimientos que llevan a los tres jóvenes que están entre el público a materializarse dentro de la pantalla y formar parte del espectáculo? El caso es que Mario, Shigeru y Tori (llamados así en tributo a tres ídolos del director: Bava, Siegel y Truffaut), cual Cecilia en “La Rosa Púrpura del Cairo“, se convierten en los héroes de las películas proyectadas. Ficción y realidad unidos. Y aunque hay que esperar una alegre introducción musical pronto entramos en materia...

El tema es la Historia de Japón a través de sus guerras. ¿Y qué hace Obayashi? Destriparla. Sin compasión, ni concesiones a la lógica o la coherencia...pero alguna hay, de todos modos. Ya que la sesión trata de cine bélico, nos sirve historias bélicas, las de siempre, tan emocionantes como despiadadas, y prepara a sus jóvenes actores para una lección intensiva y agotadora de Historia.
Tres principales, donde éstos serán protagonistas de cada una de ellas, y una última en homenaje a Sadao Maruyama, actor y líder de la compañía teatral itinerante Sakura-tai, que tuvieron la desgracia de encontrarse en Hiroshima el día del lanzamiento de la bomba atómica...

Empezamos en las guerras del Japón feudal, con los brillantes Takuro Atsuki, Yoshihiko Hosoda y Takahito Hosoyamada caracterizados para la ocasión, y poco a poco, con cada cambio de rollo de celuloide, avanzamos en el tiempo. Noriko deja de ser Noriko y encarna a una niña china retenida por militares japoneses, y Mario la rescatará. Se podría decir que es la más “bonita“ de las tres historias por su romántico aunque amargo final, aunque en todas se cuentan grandes historias de amor predispuestas a acabar en tragedia; Shigeru se enamorará de prostituta, y Tori pasará a ser un hombre cuya apacible vida matrimonial se hace añicos por culpa de la llegada de la guerra.
El deseo de los tres es poder cambiar el guión de los relatos que están protagonizando, pero Obayashi les dice que eso es imposible, porque la Historia no puede cambiarse. La Historia sucedió, no es una película con final feliz, el arte no puede cambiar el pasado, pero sí dar una lección importante para asegurar un futuro mejor; ese es su discurso clave en “Tamatebako“ como lo ha sido siempre en muchas de sus obras. Es un mensaje claro y directo, por ello su énfasis en la violencia es tan grande y la fatalidad el único final posible, aunque aún sigan dándose esos apuntes delirantes y absurdos (mezcla que recuerda mucho al cine de Kihachi Okamoto y Seijun Suzuki).

El mensaje es tan claro y tan directo que las ideas del director se entienden a poco que empieza la “trama“. Pero él sigue haciendo hincapié sobre los mismos puntos en cada historia; quizás sea la edad, que le ha llevado a comportarse como el típico anciano que repite las mismas cosas una y otra vez por si acaso los demás no se enteran, y eso hace que su discurso, cuya intención es preciosa, empiece a convertir el film en discursivista y cargante. En cuanto a fatalidad, nada como el último tramo, el que inspiró la creación de la película...
Porque podemos interpretar a ese Maruyama como otra versión de Obayashi, o la eterna figura del artista-idealista que vivió para crear en un mundo devorado por la guerra y la muerte. El entonces más reciente desastre de Fukushima le sitúa al mismo nivel. Este es sin duda el mejor segmento de la película porque los tres jóvenes interaccionan con personajes reales y forman parte de su experiencia; mientras la Sakura-tai intenta interpretar la legendaria novela “Muhomatsu no Issho“ contra la prohibición de un militar que les acusa de lanzar un mensaje pacifista, los aviones se preparan para el fatídico día.

Y como Chiyoko en “Millennium Actress“, Noriko desea conocerse realmente, por eso no cesa en su transformación, hasta descubrirse la verdad. El cine, el arte, logra la ilusión de resucitar a una víctima de guerra, otorgarle una identidad y hacerla vivir una aventura. El arte, definitivamente, da vida.
Mientras, los actores salen y entran a voluntad de la pantalla, el álter-ego de Obayashi y su hija comentan sus impresiones en la sala, los mismísimos Yasujiro Ozu y Sadao Yamanaka rememoran sus días en la guerra, Miyamoto Musashi filosofa sobre la igualdad de la condición humana, incluso Obayashi se permite el lujo de recordar sus días de niñez e interpretar a John Ford con un pésimo acento inglés.

El homenaje y autohomenaje del director es absoluto y abarca toda su carrera, todo su conocimiento. La expresión visual es abrumadora, grotescamente alucinógena, estamos atrapados en este laberinto de emociones sin parangón. No es de extrañar que el productor Kazuyoshi Okuyama, quien al principio había exigido una película de menos de dos horas, se contagiara de la energía, la libertad creativa, la imaginación y la hermosa postura pacifista del proyecto y permitiera a Obayashi seguir hasta donde sus fuerzas e ingenio le llevaran.
Como vemos le llevan hasta las estrellas. Allí sabía que se iría, hasta allí nos arrastra, ¿y por qué no vamos a dejarle? El último de los cineastas rebeldes clásicos nos deja físicamente, pero su espíritu perdura y perdurará, y así sus enseñanzas. Por desgracia, igual que Maruyama y otros lucharon contra la censura en la era Showa, el coronavirus, otro desastre reciente, impidió la exhibición de “Tamatebako“ como es debido; pero el amor por el arte que difunde fue más fuerte.

No se sale indiferente de esta proyección: 179 intachables minutos de sentimientos y complejas ideas.
179 gramos más que pesa nuestra alma cinéfila.



Me gusta (0) Reportar

Críticas: 1


Escribir crítica