Ficha Jigoku

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Críticas de Jigoku (6)




Mad Warrior

  • 19 May 2023

9



A las orillas del río Sanzu, que sirve de límite entre el reino de los vivos y de los muertos, se escuchan los ecos de voces que se desgarran más allá de las montañas empapadas con las vísceras de los castigados por el Buda de los Ocho Infiernos del Fuego y el Hielo.

De este infierno no se puede escapar. Comienzan los 60 y se suceden los primeros guiños en un género, el horror, que se dispone a dar el gran paso de su vida, pero lo visto en películas occidentales no es sino la antesala de lo que está a punto de emprender el genio de inagotable talento Nobuo Nakagawa. Cuando Mitsugu Okura le da carta blanca para probar sus habilidades en el terror, que era lo que más público atraía a los cines en verano, decide levantar un proyecto muy ambicioso, si bien sujeto al canon de Shintoho: la corta duración de metraje y la escasez de presupuesto.
Pero aquél, como también es su costumbre, extraerá oro de las piedras empleando sólo su imaginación y pasión. Desde la apertura donde una voz cavernosa avisa de los pecados del ser humano, su debilidad, la corrupción de la moral y la podredumbre a la que se exponen los bellos cuerpos tras haber sucumbido el alma a ella, se aprecia la fascinante visión que aquél tiene en mente, pues ¨Jigoku¨ nos aventura a zonas nunca visitadas. Su audacia va más allá ofreciendo desnudos femeninos, filmados desde bellos ángulos, para subrayar las tentaciones de la carne, antes de que Nikkatsu siquiera considerara tocar el tema del erotismo.

Y al estilo de la narración clásica nos introducimos en la historia de Shiro, con quien el cineasta e Ichiro Miyagawa analizan el tremendo poder de destrucción de los inocentes cuando fuerzas malignas circulan a su alrededor, en este caso el misterioso Tamura (Yoichi Numata inquietante en el papel de su vida, y disfrutándolo), su compañero de estudios, aunque más bien podríamos considerarle una figuración del castigo encarnada, que cual demonio travieso aparece ante los demás señalando sus pecados y preparándolos para un suceso terrible. Elementos sobrenaturales y una técnica formal muy estilizada que no obstante se intercalan en un argumento melodramático de manual.
Tras haber conseguido un éxito con su versión de ¨Yotsuya Kaidan¨, el director rompe con la norma de filmar dramas feudales donde la temática fantástica está más integrada, por tanto prefiere situarse en la actualidad con los avatares que trastocan el cálido romance entre Shiro y Yukiko, hija de su maestro, cuando él y Tamura atropellan por accidente a un yakuza y se dan a la fuga, desatando la ira de la madre y la novia de éste. La historia de una pura y dura venganza; estos son dispositivos que funcionan en un entorno moldeado por la recalcitrante indignidad de sus protagonistas, por una maldad que pulula sobre ellos y les guía hacia decisiones terribles.

Desarrollada su estructura, igual que en ¨Yotsuya¨, en dos partes donde todo lo acontecido en la primera debe justificar el acto de castigo en la segunda, ¨Jigoku¨, con sus traiciones y perfidias, no se desvía de las fábulas de moral baja, intrigas pasionales y violencia psicológica que hacían coetáneos como Masumura, Kurahara o Imamura. En el colmo de la ignominia, Shiro, tras perder a Yukiko, viajará a la comunidad de ancianos Tenjo-en, donde su madre muere lentamente mientras su padre disfruta la carne sucia de su lujuriosa amante. La viva imagen del Infierno en todo su realismo crudo de no ser por una llama de esperanza encarnada en Sachiko, vivo retrato de Yukiko.
A este punto, y con los moradores festejando sus pecados en un cuadro viviente grotesco, los espíritus han tenido bastante. Las 21:00 como hora final. La especie humana, a la que ya hemos visto descendiendo a los abismos más horripilantes de su condición, es condenada al tormento eterno...y esto deriva en un tour-de-force inmenso donde nos aguarda una experiencia que araña el inconsciente y abruma por su libertad visual y audacia más allá de toda censura. El cineasta, sin muchos medios y en una compañía que se encamina a la quiebra, no precisa de explicaciones, pasos lógicos ni preguntas científicas que contestar, recrea lo que debe ser el Infierno según los trazos grotescos del folklore asiático y la tradición budista.

Shiro, inocente que ha esparcido el desastre, es llevado por Tamura a las tripas de un espacio de quiebra con la realidad: el rojo de la sangre, el amarillo de los órganos, el verde de los cadáveres, llena la pantalla. Nakagawa y su equipo (a destacar la labor del genio director de arte Haruyasu Kurosawa) dan vida a la poesía de Dante y los cuadros de Hieronymus Bosch o Giotto di Bondone, elevando el surrealismo a niveles inimaginables, recubierto de una rara e intensa violencia, impensable, irrealizable para la época, durante un clímax apoteósico de gran potencia onírica: serpientes que se arrastran sobre cuerpos mutilados, espectros del noh que se retuercen en lagos de sangre para acabar vagando por páramos inhóspitos donde lanzas, manos y cabezas que emergen del suelo y son aplastadas por ogros furiosos, espinas dorsales quemadas.
Mientras, la rueda del destino gira y una niña no nata anuncia la primavera en la cuerda floja de su salvación...y Shiro debe salvarla para redimir su alma. Un periplo de atmósferas alucinógenas y rugosidades viscosas que supera cualquier cosa propuesta en el celuloide; desde luego la violencia de la que hacían gala Hitchcock, Bava o Fisher en la época se queda en un cuento de hadas en comparación; ni H.G. Lewis se aproximaría, sobre todo porque sus imágenes no poseerán tal fascinante belleza, a la osadía de Nakagawa, ni siquiera el venerado Friedkin.

Por desgracia el público no entiende el film, Shintoho acaba arruinada y la culpa recae en la que sin embargo es la obra magna de un hombre que, al estilo de su mentor Kinugasa, se propuso atravesar dimensiones inexploradas para llevar el género a otro nivel.
Pese al fracaso inmediato sus ecos y su influencia siguen resonando con la misma fuerza.



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mahotsukai

  • 2 Oct 2019

8



Clásico surrealista del horror japonés del director Nobuo Nakagawa, autor de varias interesantes obras del género como 東海道四谷怪談 (Tokaido Yotsuya Kaidan, “Historia fantasmal de Yotsuya”, 1959), 怪談蛇女 (Kaidan Hebi-Onna, “La Maldición de la Mujer Serpiente”, 1968) y 怪談 生きている小平次 (“Kaidan: Ikiteiru Koheiji”,1982).

En un desafortunado hecho, dos estudiantes de teología atropellan a un hombre al que dan muerte, escapando del lugar. El más moralista de los dos, Shiro, intentará confesar el crimen, sin embargo, se encontrará con la férrea oposición de su compañero, el malicioso Tamura, haciendo que se desate una espiral de muertes a su alrededor que les harán conocer el infierno en carne propia.

El director nipón Nobuo Nakagawa había realizado grandes aportes al subgénero 怪談映画 (Kaidan Eiga), que significa literalmente “película de historias de fantasmas”, en las que dio cuenta del riquísimo folcklore japonés de demonios, fantasmas y apariciones presentes en las clásicas narraciones que provienen de la Época Edo (1603-1868). Entre éstas, conviene destacar clásicos como 東海道四谷怪談 (Tokaido Yotsuya Kaidan, “Historia fantasmal de Yotsuya”, 1959), 亡霊怪猫屋敷 (Borei Kaibyo Yashiki, “La Mansión del Gato Negro”, 1959), y otros menores como 女吸血鬼 (Onna kyûketsuki, “Lady Vampiro”, 1959).

Sin embargo, a inicios de los 60s, decide filmar una película alejada de los canónes que habían dirigido su obra este momento, centrándose en otros elementos de terror más bien asociados a cuestiones filosóficas y teosóficas como el concepto de inframundo del budismo, del cual realizará una breve pero efectiva radiografía visual de los ocho infiernos budistas. Ya hablaré de ello, cuando llegue el momento.

El guión del propio director e Ichiro Miyagawa presenta una historia de dos fases, podríamos decir, una terrenal y otra infernal, aunque en primera instancia incluía un segmento dedicado al cielo, que al final fue descartado por la dificultad de enlazarlo a la idea principal que Nakagawa quería rodar, que era el tormento y el infierno.

En la primera parte, Shiro y Tamura, dos estudiantes como el agua y el aceite, atropellan accidentalmente a un borracho que termina siendo un pandillero de armas tomar, y lejos de auxiliarlo, huyen. Shiro, moralista, ingenuo y temeroso, iniciará un verdadero calvario en vida cuando la culpa no lo deje en paz y cada acto que realice posteriormente termine en tragedia, entre ellos, su insistencia en llevar a su novia Yukiko en taxi mueriendo ésta en un accidente, la venganza de la que será objeto por parte de la viuda y la madre del pandillero que atropellaron y que él matará accidentalmente, la muerte de su madre mientras su padre toma de amante a la mujer de un pintor amigo suyo, la muerte accidental también de esta mujer en un forcejeo con su propio padre por celos, y el suicidio de los padres de Yukiko, tras encontrarse con una chica igual a su fallecida hija.

Resulta interesante observar cómo el guión expone de forma coherente esta gran cadena de tragedias y hechos truculentos, expuesta como una suerte de castigo en vida para el infortunado Shiro, que va sumando culpas y remordimientos que podrían llevar a cualquiera al suicidio. Mientras tanto, Tamura actúa cuál demonio venenoso y con su falta de moralidad y consciencia, acrecenta la angustia de Shiro, ya que su carácter débil está irremediablemente ligado al fuerte de su compañero. Así, la falta de carácter de Shiro termina siendo su perdición en vida, pero lo peor está por venir.

También conviene mencionar el concepto de dualidad, que se da en la figura de Yukiko, la novia de Shiro, que muere en un accidente de taxi y la aparición de Sachiko, la hija del amigo pintor del padre de Shiro, que termina contrariando y enloqueciendo más a Shiro, y a sus padres que posteriormente creen se trata de su hija reencarnada.

Este mismo elemento de dualidad se dará de forma más contundente en el guión respecto a los truculentos actos de varios personajes que Shiro conocerá, en el pasado y en el presente, y que Tamura enrostrará. Así, funcionará como un recordatorio de la consciencia y la moralidad del hombre, en la que nos esteramos que el profesor Yajima, padre de Yukiko y futuro suegro de Shiro, había matado a un compañero durante la guerra al tratar de robarle una cantimplora con agua; el doctor que trata a la madre de Shiro diagnosticando mal su enfermedad y impidiendo que consulten a otro galeno, una paráctica que ya había cobrado otras víctimas; el policía que chantajea a Ensai, el pintor y padre de Yoshiko, con llevarlo detenido por una acusación de asesinato anterior si éste no le entrega su hija en matrimonio, policía que en el pasado, junto a un periodista, habían calumniado a un hombre inocente hasta llevarlo al suicidio, entre otros cuestionables actos. El clímax de esta parte puede resultar un tanto enredado de seguir, sobre todo por el manejo del concepto del tiempo.

Hasta ese momento, el guión se ha desenvuelto como un thriller sobrenatural, que tomará una dirección más filosófica y teológica, como ya mencioné, sobre el transfondo del alma y su destino después de la muerte terrenal. Para muchos críticos, es aquí en donde el espectador encontrará los elementos más importantes que hicieron de “Jigoku” (1960) un clásico del horror japonés y una interesante visión cinematográfica de la vida y la muerte de la cultura oriental.

De acuerdo al budismo, el Naraka (नरक) es el término sánscrito para el infierno, que según también a otras religiones como el hinduismo, el sijismo y jainismo, es el lugar destinado para el tormento. Ahora bien, el Naraka difiere del concepto occidental del infierno en varios aspectos que tienen que con el juicio divino, con la permanencia en él y la concepción personal del infierno.

En primer término, los hombres no son enviados a él como resultado de un juicio divino para su correspondiente castigo ya que es es necesario que un pecador purifique su alma para volver a reencarnar. De esta forma, podría decirse que se asemeja más al concepto occidental del limbo, ya que este estado corresponde a una fase entre lo que fue la vida terrenal y la reencarnación.

En segundo lugar, la estadía del pecador en el infierno no es eterna, aunque sí puede resultar muy larga. El tormento se acabará cuando el alma deje de sufrir por su cuenta y en ello el alma puede pasarse un período que puede parecer una eternidad.

Y en tercer lugar, está la personalización del infierno para cada alma, ya que en el fondo se trata una representación de sus propios temores y, en cierta medida, él es su propio verdugo.

Y estas tres dimensiones son retratadas de forma sólida a través del concepto artístico del film, obra de Haryasu Kurosawa, quien se propuso con el poco presupuesto que tenía, hacer que se evocara mas no mostrase tanto el infierno como lugar de tormento, de ahí que a pesar de una que otra escena truculenta (como la del padre de Shiro y su amante siendo despellejados y descuartizados, o la laguna de pus en la que debe nadar el profesor Yajima y su mujer) la película no recurra al gore.

Lo suyo, va más bien por una ambientación onírica fantasmal, obra del fotografista Mamoru Morita, en donde el espectador podrá percibir la confusión y el caos, reflejado ello en la neblina reinante, en especial en las orillas del Río Sanzu, o las escenas de cientos de almas corriendo “a ciegas” de aquí para allá, desesperadas por no encontrar el camino. Es importante mencionar el concepto de inframundo ardiente y gélido, diferente al nuestro que supone uno exclusivamente en llamas, y que dan cuenta, al final, de un viaje horroroso y sobreacogedor como los que el mismísimo Dante Aliegheri hiciera en su “Divina Comedia” (1304-1321).

Creo pertienente destacar también la música de Michiaki Watanabe, en especial en el segmento del infierno, con instancias fantasmales como si el viento soplara de forma tétrica y los momentos dramáticos, condimentando las torturas de los desafortunados en el inframundo.

En el reparto, encontramos a Shigeru Amachi (東海道四谷怪談, Tokaido Yotsuya Kaidan, “Historia fantasmal de Yotsuya”, 1959; 座頭市物語, Zatōichi monogatari, “El cuento de Zatoichi”, 1962), y Yoichi Numata (リング, Ringu, “El Aro”, 1998) como protagonistas, Shiro y Tamura, respectivamente, que tienen un desempeño correcto al representar conceptos abstractos tan difíciles de concretar en pantalla, como la moralidad, la conciencia, el remordimiento y la redención. Cabe también destacar a Utako Mitsuya, de doble performance como Yukiko, la novia de Shiro y Sachiko, la hija de Ensai, el pintor, pero más aún Akiko Ono, como Kinuko, la libidinosa amante del padre de Shiro. En general, actuaciones correctas, para un film que más bien pretende destacar por su concepto narrativo.

En resumen, un film realmente interesante en su concepto narrativo y filosófico, con una valorable propuesta visual en el segmento infernal a pesar de su bajo presupuesto, y que lamentablemente no logró salvar de la bancarrota a los Estudios Shintoho, uno de los puntales del terror japonés de los 50s y 60s.

https://cineramica.blogspot.com/



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EvilRaider

  • 21 Jul 2017

8


Verás querido lector, acabo de leer varias críticas sobre la película, me he visto por segunda vez aquel documental que se hizo hablando un poco sobre el director y no sé si merece la pena hacer una review. ¿Nunca te ha pasado lo mismo? Realizar un trabajo o proyecto a cerca de un tema del que has visto gente desgranando todo cuanto se podía hablar de ello, esa sensación de ¿y yo qué digo ahora? Si ya lo han dicho ellos…

Nobuo Nakagawa fue un hombre cercano con los de su trabajo, comía con los actores, le gustaba escuchar las opiniones de su equipo sobre el rumbo de la película que estuviera rodando, en fin, un buen tipo que rodó cerca de cien cintas y sólo un pequeño puñado de ellas eran de terror. Así es, por raro que pareciera y aunque es considerado como el realizador que lanzó el J-Horror al estrellato en tiempos ya muy lejanos, no era su género predilecto. De hecho tendríamos que agradecerle en parte, la labor al productor Okura, el japo que instigaba a Nakagawa a realizar más pelis de miedo. Gracias che.

La historia gira en torno a dos pibes que estudian teología en la universidad. Una noche desgraciada atropellan a un yakuza borracho y se dan a la fuga. Shiro, el más inocente, noble y con la conciencia menos podrida desea contarle lo sucedido a la policía (que ya investigaba el crimen). Pero Tamura, que era el conductor, se lo impide aconsejándole que no desperdicie toda la vida que tiene por delante. Así es, el joven Shiro Shimizu (el famoso Shigeru Amachi) tiene todo lo que cualquier joven pudiera desear: una guapa pareja, buena vida, carrera favorable, su boda en puertas, etc. Lo que el desdichado no sabrá es el futuro horrible y perturbador que le aguarda tras su fuga, una espiral de muertes a su alrededor que a cualquiera podrían hacerle enloquecer.

Karma o no, según el nivel de escepticismo del espectador, son innegables la cantidad de desgracias que le suceden al chico, arrastrando tras de sí un aura negra de mala suerte con la que todos sus allegados y aquellos nuevos personajes con lo que se tope, morirán. De ahí su posterior depresión durante el resto del film. Además el pecador atraerá al pecador, como las moscas a la mierda y también contemplaremos como termina rodeado de asesinos a los que les espera su misma suerte, el infierno. Una suerte muy recurrente también es el tema del propio infierno in il filme, distinto del concepto occidental en cuanto a ideologías religiosas (el protagonista estudiaba teología, recordemos). Digo esto porque el concepto que trata la película como “infierno” es en verdad el limbo en la religión budista, una zona de transición donde el pecador sufre por sus actos en vida para así, curarse y liberarse. De hecho de esta forma es mostrado en la peli.

Como bien denota, la obra se divide en dos arcos. El primero es donde atendemos a los personajes, su ser y su relación con el protagonista. La segunda es el propio infierno, donde partiendo del Río Sanzu (apología a la figura de “Caronte” tal vez) terminarán en los dominios del Rey del Infierno, Enma. Allí todos y cada uno de los personajes sufrirán los ocho infiernos, cada cual más atroz y repulsivo que el anterior. Y he aquí donde empieza lo bueno…

Bien, Jigoku posee tres elementos que la hacen única: fotografía, trama y decorados. Un guión que da vida a la película, unos decorados donde se desarrolla y un medio de transición, un canal, que lleva los hechos al espectador de la mejor de las maneras posibles. Aquel que indague un poco sobre esta producción rápidamente dará con algo relevante, el tema del presupuesto. Y es que el estudio encargado, la Shintoho se encontraba en quiebra, y Jigoku era su Final Fantasy, pero la diferencia con Square Enix es que aquí sólo hubo una parte.

Ya nos encontremos tanto en el primer como en el segundo arco, se dejan ver en casi todas las escenas, diría yo, una sobrecarga barroca de luces y sombras, que, encajadas como por capricho del cineasta, componen actos de auténtica belleza intensificando mensajes de los diálogos o sensaciones de personajes, por no decir remordimientos del propio protagonista. Por ponerte un ejemplo sin spoiler dañino: Tamura convence a Shiro de que no confiese el crimen y que guarde silencio. Esto es narrado en una habitación, de día, pero en total oscuridad, que atrapa a ambos personajes. Shiro cabizbajo e intranquilo en la esquina agolpado contra la ventana y Tamura sonriente y maquiavélico paseando su mirada por la estancia. La narrativa es preciosa. Teniendo esto en cuenta, trasládalo al infierno. Todos los fondos son oscuros o dan la sensación de que es de noche (como en casi todo el metraje), ello sumado a lo desolador que parecen los paisajes quedan a merced del único elemento visible en pantalla, las escenas de tortura o violencia explícita.

Es una auténtica maravilla para los ojos contemplar tal barbarie de tintes rojos, efectos de la vieja escuela, cartulinas giradoras y material plástico tan buenamente exprimido (lo que tiene aprovechar hasta el último yen). Esta labor merecedora de varios premios de la academia japonesa, se complementa con una trama que rara vez se haya visto en el cine, al menos de una forma tan grotesca y sensible a los menos experimentados. De hecho esta producción desencadenaría sin quererlo tres remakes:

-Jigoku de Tatsumi Kumashiro (1979)

-Japanese Hell de Teruo Ishii (1999)

-Narok de Tanit Jitnukul, Sathit Praditsarn y Teekayu Thamnitayakul (2005)

Paralelamente puede que ese sea su principal problema, el talón de Aquiles del Infierno. El producto con marca Nakagawa no cuajó entre los japoneses. Y para sorpresa del estudio fueron los más jóvenes los auténticos acérrimos al film, aquellos a los que más les había gustado. Algo insólito teniendo en cuenta la época, el rumbo del cine de terror y la propia película. Por ello mismo lector me gustaría aconsejarte antes de nada, por si te han entrado ganas de verla, ¡alto! No es para todos los gustos, puede llegar a aburrir si el cine aún con influencia kabuki te molesta, o si los FX’s legendarios no se asemejan a los del mercenario Michael Bay. Son polos muy opuestos, lo sé, pero el miedo y pavor que dio en el año 1960 no se puede tratar ni igual siquiera, a lo que hemos sido acostumbrados en el siglo XXI. Agárralo con pinzas si quieres pero, sin lugar a dudas sigue siendo una joya y pionera para el cine de terror japonés e internacional.

8/10



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ragman

  • 3 Apr 2016

5


Extraño filme japonés que cambia drásticamente la trama para enfocarse en los infiernos del budismo de una manera surrealista pero la primer hora es un filme completamente distinto. Me pareció distinta y eso es bueno. No es innovadora pero si extraña para su época. La recomiendo a quienes disfruten de rarezas poco convencionales de la vieja escuela.



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bigladiesman

  • 6 Jul 2013

8


Jigoku significa, simplemente, ¨Infierno¨, y eso es lo que nos vamos a encontrar en esta peli: un retrato de los escabrosos dominios del Juez Enma, sus bestias y esos puñeteros guardianes oni, contado con todo el detalle que permitía la época. Uno de los mayores triunfos de la Shintohõ y el director Nobuo Nakagawa y su combinación entre folklore y proto-explotation.

Por medio de las trágicas desventuras de un estudiante universitario y su sociópata compañero de cuitas se nos va mostrando un atroz mosaico de la vida en el infierno, con los muy expertos en los subgéneros ¨yõkai¨ y ¨yūkei¨ (tipos de terror tradicional nipón) Shigeru Amachi, Yoichi Numata y Utako Mitsuya en un doble papel como dos chicas bastante inocentes. Por otro lado, un clan yakuza quiere acabar con ambos protagonistas, lo que le da un toque ¨noir¨ a la acción (jo, me estoy hartando a usar xenismos de esos).

Técnicamente se juega mucho con el color y la iluminación, y tanto las interpretaciones como el ambiente tienen mucho de teatral. La primera parte de la peli está en penumbra constante, acompañada de una fúnebre banda sonora a ritmo de cool jazz. Un ambiente óptimo para una acción llena de sexo, drogas y muerte. En suma: una recopilación de los pecados terrenales, que parece estar dirigida por el personaje de Numata: Tamura; una especie de versión sobrenatural del Lord Henry Wotton de ¨El retrato de Dorian Gray¨ que aparece cuando menos te lo esperas para arrastrarte al pecado, la inmoralidad, la corrupción y el mal rollo en general, y actuar como si fuera juez, jurado y verdugo de sus conocidos. Sublime interpretación y muy buena dirección de actores por parte de Nakagawa. Volviendo a aspectos más técnicos, los tonos rojos y azulados se combinan a la perfección con la oscuridad reinante en las claustrofóbicas escenas interiores, mientras el gris llena los exteriores. Salvo por unos pocos aspectos, este acto tiene muy poco de mitológico, fantástico o religioso: es un brutal retrato de ese pre-Milagro económico, aún sufriendo las consecuencias de la posguerra.

Tras mostrarnos este demoledor relato de una hora sobre el pecado y la muerte, pasamos al segundo acto: una instructiva excursión por el Hades budista, ¡Venga todos!: ¨Qué buenos sooooooooon los oni del Jigokuuuuuu, qué buenos soooooooon que nos llevan de excursión¨. Ejem... Bueno, bromas a parte, nos encontramos ante un espectáculo total a partir de aquí: surrealismo, montaje arriesgado, iluminación en luz verdosa (en el cine oriental se considera la iluminación verde como símbolo de ominosidad) música y efectos de sonido de acojone constante, atmosfera surrealista y buenos y muy atrevidos FX y maquillaje que aúnan los trucos de cámara con el gore más bestia de la época (visto con ojos actuales no es nada especial, pero hace 53 años, en los cines la gente debió echar la pota seguro) para crear un ambiente psicodélico y de pura pesadilla.

Los grandes defectos que le encuentro a la peli son tres. Uno, que una de las personas que fallece durante la acción tiene una muerte de lo más tonta y anticlimática (creo que el presupuesto empezaba a escasear) dos, que fuera un proyecto demasiado ambicioso para su propio bien (aunque nunca dejó de ser una peli de serie B) y tres, que a veces el guion es tan raro que se hace daño a si mismo cual Pokémon desorientado.

Es una película de pulso narrativo lento pero intenso, acojona mucho, deja con mal cuerpo y está muy conseguida en todos los aspectos. Queda recomendadísima, aunque no es para todo el mundo debido a su exagerada (pero buscada) teatralidad.



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Iced Guardian

  • 24 Apr 2011

1


Una de las peores películas que he visto en mi vida. Actuaciones lamentables, efectos especiales hechos por retrasados mentales y una historia dilapidada de la forma más vil y descarada. ¿Cómo demonios se puede hacer una pésima película cuando el argumento central son los infiernos budistas? Bueno, esta consigue que deseemos agonizar en alguno de ellos antes que terminar de verla. Sólo la recomiendo si quieres vivir el infierno en la tierra!



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