Tempus Vesanicum

Por Javier Bocadulce

El doctor K.Gaos - nombre evocador, que anticipa el tono burlesco de la narración - es un misántropo que ampara su rechazo al ser humano en un trauma infantil, relacionado con la ridícula muerte de su padre siendo el doctor muy niño; un hecho que abochornó la senda del crecimiento del joven, expuesto a la continua burla de sus semejantes, y que le hizo reaccionar apartándose del contacto con otros seres humanos, seres a los que empezó a considerar, en su amplia mayoría, como entes zafios y mediocres, en clara desventaja si los comparaba con los méritos que él mismo se arrogaba; teniendo un especial desprecio por sus propios alumnos y, no en menor medida, un odio enconado hacia sus compañeros de profesión, científicos a los que tenía por bazofia intelectual, envidiosa de los méritos del propio Gaos.

La casualidad pone en manos del doctor la traducción de unos pergaminos griegos, cuyos originales se suponen ocultos bajo las ruinas de un campamento romano, cerca del Danubio. Este hecho aporta los pequeños datos necesarios para que Gaos pueda terminar la construcción de su máquina del tiempo. Resuelve viajar a la época y el lugar donde se supone se hallan los manuscritos, de modo que nadie más que él cuente con la posibilidad de acceder a tan valiosa información.

Los gallegos suelen ser buenos escritores, muy imaginativos, fantasiosos, adorables con ese toque celta tan encantador. Carneiro no es una excepción, y goza de un excelente sentido del humor y de lo lúdico; lo escancia a trompicones a través de un mar de florituras lingüísticas que nos dejan ver a un escritor con mucho oficio.

Por momentos, Tempus Vesanicum se convierte en una auténtica comedia de enredo, llena de enrevesamientos como apoyo para el especial gracejo de Carneiro, que así consigue que los errores de los personajes en las actitudes que les son propias por su profesión, por arte de birlibirloque, concluyan con éxito en lo que se espera de ellos. Hay un uso muy acertado al hacer coincidir la casualidad con los efectos sobrenaturales esperados por mentes crédulas y supersticiosas, en beneficio del tono jocoso tras el que se esconden los muchos conocimientos históricos y el buen arte como narrador que esgrime Carneiro; un uso excelente que recuerda mucho las habilidades mostradas por ese gran conocedor del mundo griego que es Javier Negrete, sobretodo en cómo sabe aplicar esos conocimientos a lo que la novela precisa.

Con un estilo desenfadado, Carneiro desarrolla los personajes cuidando con mimo cada detalle que ahonde en la semblanza de vicios y virtudes. Esa abundancia de datos consolida unos personajes bastante profundos; una discrepancia aparente con la exposición de una comicidad continuada, un alejamiento de la seriedad que, sin embargo, no deja de exhibir un gran bagaje histórico por parte de Carneiro. Este se complace en mostrar una burlesca comparativa entre las ínfulas de honor militar y la patética realidad que define a los pervertidos legionarios. Desmitifica la seriedad y la solemnidad de los pueblos del mundo clásico y sus hábitos, como el oráculo; o haciendo irrisión de la parte más sufrida y profesional de la milicia romana, la legión, representada en la novela por un grupo de ineptos salvajes con suerte, al mando de un centurión - para más chufla- llamado Reburro; la supuesta sabiduría del senador asaltado, con su pedantería de imposible literato...todo ello bajo la batuta que enreda los hilos del tiempo por parte de la soberbia de Gaos y sus incomprensibles errores de bulto; una máquina del tiempo a la que afectan los coscorrones de tal manera que...bueno, es mejor que lo leáis.

Los soldados romanos, en acción contra los no menos salvajes bárbaros, aparecen como incrustados en virtuales viñetas de una aventura de Astérix y Obélix con toques de Mortadelo y Filemón. Las miserias, las cobardías, a veces se esconden tras las apariencias más heroicas. Guerra de apariencias, como sucede a la misma novela de Carneiro. A pesar de algún que otro fallo ortográfico - tal vez, fallos de edición -, y alguno gramatical; y que el obstinado empeño en parecer hilarante lleve a Carneiro a diseñar algunas conversaciones un tanto forzadas y casi pueriles...a pesar de eso y de que la portada del libro es un auténtico atentado al buen gusto, Tempus Vesanicum es un ejemplo de calidad irreverente absolutamente deliciosa. Realmente, me ha sorprendido. Estimo que estamos ante una auténtica joya que no debería pasar desapercibida.


Comentarios (1)



     

Carneiro
#1

Muchas gracias por el análisis, Javier.
Levanta el ánimo y hasta dan ganas de escribir más cosas ;-)


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