Lo que sé de los Hombrecillos

Por Javier Bocadulce

Juan José Millás tiene aspecto de hombre serio, pero sus ojos le delatan: navega en sus pupilas la balsa de la ingenuidad, la ensoñación de lo extraordinario, lo surreal e incluso lo pícaro; y es algo que transmite en sus obras, reposadas, elegantes, sin florituras de salón, envueltas en un halo de misterio que evoca la inocencia de la infancia.

Estos son sus rasgos definitorios, hasta que un buen o mal día, según quién lo valore, decide disfrazarse con colorines de guerra y, para ello, no dudará en sobrepasar la frontera del buen gusto. Algún fervoroso seguidor suyo se llevará las manos a la cabeza, preguntándose qué troll se ha zampado a Millás. Este es el nuevo Millás, al menos el de "Lo que sé de los hombrecillos"...

En esta fantasiosa novela corta, Millás desembarca sin rodeos desde la primera página con un mundo de diminutas réplicas humanas, del tamaño de insectos, pero de hábitos aberrantes, por cuanto la moral les trae sin cuidado; algo que los clasifica dentro del ámbito animal, hacinadas en el bolsillo de la bata del humano protagonista, del que huyen al notar él un movimiento raro. Se enterará el humano - profesor universitario - de que, sin saber cómo ni cuándo, los hombrecillos fabricaron una réplica suya exacta en tamaño diminuto, con la que se comunicará telepáticamente y con la que compartirá sin posible oposición, casi de manera continua - pues está fabricado el clon con pequeñas porciones suyas (órganos y cerebro) - sensaciones, emociones, hábitos y acciones- la mayoría, actividades sexuales-, lujuriosas, viciosas y criminales.

Es, pues, un relato alegórico y experimental, incómodo y en ocasiones abyecto, que explora en clave sexual el mito de la duplicidad; cómo el hombre acaba siendo esclavo de sí mismo, de su parte oscura, a veces desconocida para él, u ocultada a la sociedad aunque, como él se cuestiona, ¿el resto de la gente normal tendrá dobles diablillos? Tal vez, pues si algo une o unifica al ser humano, es la hipocresía, ese velo tras el que escondemos nuestro hombrecillo particular.

En cualquier caso, se nos muestra que los hombrecillos forman parte de una sociedad extraña, en la que nada los distingue a unos de otros, y todos comparten las sensaciones de cada individuo como propias; pero, en cambio, son ajenos al hombrecillo que enfanga la vida del protagonista humano, digamos que ellos son naturales - de naturaleza incierta, más o menos real, más o menos ficticia - en contraposición a la artificiosidad del hombrecillo replicante del profesor universitario; quizás sea ello un homenaje velado a la ficción científica en la que se ponen de manifiesto los peligros de la indefinición de los límites morales al progreso, aunque en esta novela corta no se argumenten los motivos de la existencia de los hombrecillos, si bien la réplica del protagonista sí es el resultado de una manipulación artificial. A su manera, como éste último en su escasa relación con el resto de seres humanos que le rodean, el hombrecillo replicado es igualmente un intruso en el mundo irreal del resto de hombrecillos.

Se trata, así, de una obra terriblemente provocadora en el sentido de que, como lector y como humano ves descubiertas tus debilidades, en la convencida premisa que incide en que el ser humano es corruptible ante el poder, como bien patente queda en obras como "El hombre invisible", o incluso en esta obrita, en la que las maldades se rodean de una impunidad garantizada.

"Lo que sé de los hombrecillos" plantea, en un tono procaz y a mansalva, la dicotomía que envuelve nuestras vidas, esas existencias que se nos antojan insulsas, y nos enfrenta a la consecución de nuestros más infames deseos, ésos en los que ciframos una felicidad imposible pero excitante, haciéndonos ver que en la rutina despreciada suele hallarse el solaz de una vida plena.


Comentarios (1)



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Linkener
#1

....que interesante. ya tengo algo que leer que me voy de viaje y me seduce la idea.


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