El Circo de la Familia Pilo

Por Javier Bocadulce

A veces la vida de uno puede parecer, por instantes, una porquería; pero es mucho peor que te acabe pareciendo que saboreas, literalmente, esa materia. Es lo que sucede a Jamie, conserje de un selecto club de caballeros adinerados, y que comparte piso con un grupo de solteros, alguno de los cuales vive inmerso en el caótico mundo de las drogas. Una noche, un suceso inesperado lleva a Jamie a conocer los entresijos de un verdadero infierno: tiene el desgraciado premio de convertirse en testigo de una de las crueles y extravagantes andanzas de unos extraños payasos que forman una familia de psicópatas. A partir de aquí, si Jamie había considerado que su vida era un conglomerado de situaciones deprimentes, encontrará pocos motivos para seguir viviendo. Tanto él como Steve, uno de sus compañeros de piso, son drogados y secuestrados por los amenazantes payasos. De pronto, Will Elliott nos los presenta como si fueran unos auténticos niños disfrutando en una especie de circo glorioso. Pero todo es ilusorio.

Según reza la contraportada de "El circo de la familia Pilo", Will Elliott ha jugado con fuego para escribirlo. Como auténtico enfermo de esquizofrenia, Will optó por la "genial" idea de experimentar con la resistencia de su propia psique, al prescindir tanto de la ingesta de su dosis de medicamentos como de alimento alguno durante varias jornadas, encerrado en su domicilio; enclaustramiento que utilizó para escribir la presente novela. Cada cual se inspira como puede, debió de pensar Will. Aquí, el riesgo mereció la pena: aborda la descripción de un circo de enajenados, que sobrevive a escondidas del mundo real, sumergido en una especie de inframundo al estilo de las ambientaciones sugeridas por Lovecraft, y que se nutre de desgraciados - sólo aquéllos en los que se adivina alguna cualidad perversa, complejo irascible o frustración acongojante - a los que transforma en salvajes irracionales bajo el aspecto de payasos que adquieren una personalidad ajena a la propia, tras maquillarse con un extraño polvillo que, a la vez, sirve como salario para los trabajadores de tan sugerente circo.

El maquillaje se convierte, pues, en un símbolo. No es sólo el medio que conduce a un cambio de apariencia. Jamie, tras untarse el afeite blanquecino en la cara, se convierte en J.J., un individuo procaz, altanero, cruel, irresponsable, loco...pero también patético y cobarde. Todos tenemos en mente la estrambótica figura del llamado payaso "tonto" que acompaña tradicionalmente al considerado prudente o "listo". Estos tópicos estimulan igualmente la visión de este irregular circo: Gonko, el jefe, es ladino, desconfiado, perverso...digamos que, en esta alegoría del mundo de la esquizofrenia, se identificaría con el pequeño reducto calculador de la demencia. Le acompañan otros payasos: Goshy es un espécimen extraño, pues no habla, ni razona, es como un muñeco violento de gestos robóticos que emite sonidos irritantes; y Doopy es el hermano de Goshy, machacante en sus expresiones y repetitivo como un dolor.

Personalmente, el mundo de los payasos nunca me atrajo; es más: llegué a sentir cierta aversión, siendo muy pequeño, al humor estereotipado, enrarecido, aparentemente escabechado de talento, que sugerían los chistes simplones dedicados a la risa floja de los niños de muy corta edad. Pero tal vez fuera algo más, creo que me aterrorizaba no saber si había un rostro bajo la máscara; o quizás temiera cosas horribles ocultas tras la falsa sonrisa pintada.

Como en una enfermedad que se agrava por momentos, Jamie, conforme usa con mayor frecuencia el maquillaje - una vez que es enrolado como payaso por Gonko y sus secuaces - va mostrando una oscuridad más abyecta, de la que no queda más que una pequeña sombra como recuerdo, al amanecer de cada día, lo que ocasiona en él una gran agonía al comprender las maldades cometidas por su otro yo. De hecho, se llega a producir una auténtica disociación entre Jamie y J.J. disgregándose en personas diferentes, al igual que en el proceso de la misma esquizofrenia

La brutalidad desproporcionada de los actos de los payasos es algo insano, injustificado y como una especie de juego del que no obtienen más que una satisfacción demente; no entienden de remordimientos, porque son irreflexivos en distintos grados. Pero Will Elliott nos da a entender que, incluso en un mundo tan aparentemente perdido para la esperanza, siempre queda un resquicio de confianza. Aquí lo representa un payaso, Winston, el más viejo de todos ellos, que se ha estado embadurnando con un polvillo inocuo procedente del mundo real, y ha sobrevivido peligrosamente con el engaño entre multitud de asesinos. Será una especie de Pepito Grillo para Jamie, su conexión con el mundo real.

Hay algunos guiños al mundo de Lovecraft que sirven para justificar las lecturas de Will Elliott. El circo aparece ambientado en un mundo surrealista, creado por personajes expulsados miles años atrás del mundo real; seres reptilianos que dieron origen a la caterva de monstruos que se describen en la novela, de la que forman la cabeza dictatorial dos hermanos gemelos, centenarios y completamente opuestos: Kurt y Georges Pilo.

Magos excéntricos, acróbatas huraños y pendencieros, payasos enloquecidos, monstruos bonachones...todos ellos existen en este demencial circo gracias a lo que ellos denominan "los primos", los visitantes de las actuaciones,- el público, vamos - personajes que deambulan entre las casetas como zombies, embrutecidos, poseídos por una voluntad ajena que los minimiza como personas. Es curioso cómo Elliott ha conseguido el efecto del patetismo recurriendo a la descripción de los gestos ridículos que exhiben los payasos en sus llantos injustificados, y en sus muecas, tan tópicas en su difícil y aprendido oficio; y que así describe situaciones que nos acercan a una alegoría gigantesca de lo que puede significar el padecimiento de una enfermedad como la esquizofrenia, y que Will conoce de primera mano; con una historia en la que, como "los primos", caemos rendidos los lectores, apabullados por tanto talento escanciado, quizás, haciendo un simple "click" en la corteza cerebral.

Hay ciertos fallos, finalmente, adjudicables al traductor; pocos, pero contundentes. Véanse un par de ejemplos: "andase", por "anduviese"/ "desandaran", por "desanduvieran" .

No se puede argumentar que sea una novela puramente de terror, sobre todo por la ambientación grotesca que mueve más a la ironía y a la risa bastarda; pero sí existe una tensión que acorrala las emociones del lector cuando casi puede entender y sentir los sufrimientos que agobian a cualquiera de estos enfermos, tan bien expresados por Elliott. Al mismo tiempo, la brutalidad de las acciones elevada a una potencia descomunal, se sugiere más bestial si las consideramos en el contexto de "normalidad" que se les atribuye.

En definitiva, una novela ciertamente recomendable para paladares sensibles.


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