La historia de “Éxtasis” y sus deseos peligrosos

La película Éxtasis (Éxtasis, 1995) dirigida por Mariano Barroso, explora los límites entre ambición, engaño y vacío emocional. Protagonizada por Javier Bardem como Rober, junto a Federico Luppi, Silvia Munt y Daniel Guzmán, la cinta se adentra en un deseo extremo de elevarse por encima del mundo que les tocó vivir.

Tres jóvenes cansados de su vida marginal —Rober, Max y Ona— planean robar a sus propias familias para huir, alcanzar éxito y riqueza. El padre de Max es Daniel, un director teatral muy respetado, casado con la excéntrica actriz Lola. Rober suplanta la identidad de Max, introduciéndose en la vida lujosa del mundo de Daniel y Lola. Esa suplantación desencadena conflictos de identidad, demonios internos y una relación ambigua con Daniel.

Conflictos y engaños

Desde el primer acto, Rober se desvive por encarnar el papel de hijo digno, y los demás personajes reaccionan frente al espejismo que él proyecta. La dinámica entre Rober y Daniel se convierte en un choque entre dos soledades: uno vacío, el otro sobrecargado. En paralelo hay tensiones amorosas (con Ona y Lola), traiciones y un trasfondo teatral ligado a *La vida es sueño*, que sirve de contrapunto simbólico.
Poco a poco, Rober debe mantener el engaño frente a Lola y Daniel, mientras Max sufre las consecuencias del robo original. Quienes apostaban por una huida triunfal descubren que la identidad no se roba sin dejar huellas.

Final explicado de “Éxtasis”: ¿quién desaparece dentro del otro?

En el tramo final, el plan de huida se desmorona: Max queda al descubierto, y Daniel confronta a Rober en un garaje. Rober pone todas sus cartas: se revela la suplantación. En esa escena de intensidad máxima, Daniel le exige explicaciones, y el enfrentamiento entre mentor y impostor llega al clímax.

El desenlace no da certezas completas: Rober no consigue consumar su huida triunfal ni conservar su máscara impune. Daniel queda marcado por la traición, pero también sorprendido por el espejo humano que tenía delante. Rober vuelve al abismo emocional del que pretendía escapar. Esa ambigüedad es la victoria dramática del filme: no hay redención fácil, ni castigo moral convencional.

Entre máscaras y espejos

El desenlace resuena como una reflexión sobre la identidad: el ladrón que sueña con ser hijo legítimo, el padre que no reconoce lo que tiene delante. Rober y Daniel son dos caras de una misma crisis existencial. Esa simetría invita a pensar qué es realmente “ser alguien”.

El uso de las drogas —el título lo sugiere— aparece en momentos clave: es símbolo de éxtasis, pero también de fuga. Lo que los personajes anhelan no es solo riqueza, sino sentirse vivos. Esa búsqueda desesperada los lleva a disfrazarse unos a otros, y al final ninguno sale indemne.

Reflexión final

Éxtasis no propone un final «resuelto», sino un espejo de las contradicciones humanas. No es solo la historia de un robo o un engaño, es una fábula sobre cómo algunos mueren al intentar reinventarse por fuera, sin curar lo que llevan dentro.

La película concluye sin que el impostor triunfe plenamente ni el padre alcance paz; quedan los escombros de una ambición injusta y el eco de una identidad rota. No importa que hayas querido cambiar tu vida: el vacío te persigue. Como si ese “éxtasis” fuera un vortex del alma que no te deja regresar.

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