La intensidad del thriller gallego Quien a hierro mata (Quien a hierro mata, 2019), dirigido por Paco Plaza, lleva al espectador a un viaje oscuro donde las cuentas pendientes y el peso del pasado arrastran a todos sus personajes. Con un reparto en el que destacan Luis Tosar y María Vázquez, la película se mueve entre la brutalidad del narcotráfico gallego y la intimidad asfixiante de una residencia de ancianos. El resultado es un relato donde la venganza se confunde con la justicia y donde la familia se convierte en una trampa letal.
Un anciano que nunca deja de mandar
Antonio Padín, histórico capo de la droga, logra salir de prisión gracias a su enfermedad degenerativa y se interna voluntariamente en una residencia. Allí conoce a Mario, jefe de enfermeros, que pronto establece una relación de confianza con el anciano. Pero lo que parece una rutina de cuidados se revela como un proceso meticuloso: Mario no solo lo atiende, también comienza a envenenarlo lentamente, inyectándole heroína.
La paradoja es brutal: un hombre que destrozó miles de vidas con la droga recibe la misma sustancia como castigo. La película sugiere que Mario es más que un enfermero: es la sombra del pasado que Padín no puede esquivar.
Final explicado: el precio de la venganza
En el clímax, Mario confiesa a Padín que su hermano murió por una sobredosis y que él mismo lo ayudó a inyectarse. Desde entonces carga con la culpa y con un odio visceral hacia quienes, como Padín, hicieron fortuna a costa de tantas muertes. El anciano, cada vez más dependiente, se convierte en la víctima perfecta de su particular vendetta.
Cuando la redada contra los hijos de Padín fracasa, Toño muere en un accidente tras una persecución con Mario. Este manipula la escena para incriminarlo con una jeringuilla, cerrando el círculo de su plan. Mientras tanto, Padín agoniza en la residencia, víctima de las dosis que Mario le suministra.
El testamento que lo cambia todo
El giro más cruel llega tras la muerte de Padín: el notario revela que el capo ha dejado como heredero universal a Sergio, el hijo recién nacido de Mario. La herencia, envenenada, convierte al niño en el depositario de un imperio criminal. Mario queda atrapado en una paradoja imposible: intentaba vengar a su hermano, pero ahora debe cargar con la herencia maldita del hombre al que quiso destruir.
En paralelo, el Xepas ejecuta a Julia, la mujer de Mario, en una escena devastadora. Ella muere en el salón con el bebé en brazos, símbolo de inocencia frente al legado de sangre. Esa violencia final remata la idea de que nadie puede escapar a la sombra de Padín.
Un desenlace cargado de simbolismo
El título cobra pleno sentido: “Quien a hierro mata, a hierro muere”. Padín, que edificó su poder sobre la destrucción, acaba doblegado por la misma sustancia que convirtió en negocio. Y Mario, que buscaba justicia personal, termina atrapado en un destino aún más oscuro, marcado por la muerte de su mujer y el futuro incierto de su hijo.
Hay un eco de tragedia griega en esta conclusión: la venganza no libera, sino que perpetúa la cadena de dolor. Como si el guion quisiera recordarnos que en el mundo del narcotráfico nadie gana realmente, solo se heredan deudas y cicatrices.
Cierre: la herencia imposible de borrar
La película concluye con una amarga reflexión: el pasado nunca muere, solo cambia de manos. Mario quiso hacer justicia por lo que Padín representaba, pero terminó ligado para siempre a él a través de su hijo.
Es imposible no pensar en clásicos del cine negro, como "El padrino", donde la familia se convierte en una condena más que en un refugio. Aquí, la sangre y el hierro sellan un destino cruel en el que el precio de la venganza se paga con la inocencia de los que llegan al mundo sin culpa alguna.
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