En la Ciudad de los Muertos

Por Javier Bocadulce

Ante nosotros tenemos una novela recién salida del horno, con un tema clásico, ubicada en un escenario inventado, dentro de nuestra época más reciente, sobre los noventa, y apoyada en un estilo y un marco góticos, mostrados en la propia ambientación: nieblas antinaturales, en una población alejada de Budapest - entorno de tópicos mágicos y lúgubres -, y desconocida para la gente, Mirosczavá; nos presenta un castillo solitario, de aspecto sombrío, decrépito, rodeado de elementos definidos por el abandono y la muerte, que acompaña a sus protagonistas: Andrea, que deja Budapest junto a su hijo, queriendo apartarse del dolor que le produjo la muerte prematura de su marido en accidente de tráfico, responde a una extraña oferta de trabajo sugerida por el misterioso intermediario - Gábor - de un tipo sombrío que odia la luz del día: Janos Koltái, dueño de un castillo que alberga una soberbia biblioteca, cuya catalogación encarga a Andrea, y para lo cual, habrá ésta de trasladarse a tan siniestro lugar, junto a su hijo.

Abundan las descripciones en las que se siembra una adjetivación sombría, que denota oscuridad, misterio y muerte; e incluso las connotaciones físicas, como guiños a los tópicos de las características habituales en personajes-tipo de novela de terror decimonónica, muy reconocibles culturalmente en sus "alter ego" del cine de terror de principios y mediados del siglo XX.

Es una novela escrita de forma muy respetuosa con los clichés de la clásica novela vampírica, con deliciosas y medidas insinuaciones que en el devenir de la historia, el aficionado del género paladeará al constatar su confirmación páginas después. El protagonista principal es, asimismo, descrito siguiendo el tópico de elegante perversidad que caracteriza al vampiro clásico, adornado asimismo por una brutalidad animal; un personaje que se demora en sus gestos y acciones, como si el tiempo, ese tirano de la modernidad, no fuera con él.

Una novela que transmite muy bien las sensaciones de los personajes, tanto emocionales - miedo, perversión, angustia o pánico -, como físicas - frío, temblor, cansancio...-, un auténtico homenaje al género tal como era en sus orígenes, llevado con un acierto, tanto de estilo como argumental, que confirman a su autor como un genuino representante del mismo, tanto en nuestro país como en el extranjero, donde, sin duda, dará que hablar.

Quizás, en opinión de algunos, la obsesión compulsiva del autor por plasmar lo lúgubre con una persistente adjetivación oscura resulte atosigante, pero se me antoja un ingrediente indispensable en la recreación de una ambientación singularmente opresiva; un mérito añadido es que, partiendo de un tema tan manido, sin muchas posibles variantes, esta novela haya logrado alzarse con tantísima calidad entre la maraña de lo previsible.

Por poner un ligero "pero", manifiesta el relato una sensación de acusada prisa en los momentos finales, como si el autor hubiera tenido pánico al pinchazo final.


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