Los Visigordos

Por Javier Bocadulce

A José Antonio Ramírez Lozano se le nota una pasión frenética por el lenguaje. Lo amasa con sumo cuidado y lo reviste de una sencillez exquisita, para que sus lectores comprueben en su prosa que es un poeta de pro, un insigne artesano de la ficción amable con tintes surrealistas; un rotundo esgrimidor de la palabra justa para engranar cada pensamiento, por inverosímil que parezca, con el siguiente; y todo ello, con un humor chispeante e inteligente, cercano a las creaciones esperpénticas de Valle-Inclán, con un toque sarcástico quevedesco, que denotan un amor por la literatura que, no en vano, le ha llevado a vestirse con un currículum apretado de premios en el mundillo de la poesía.

En la obrita que nos ocupa, de apenas 120 páginas, realiza un repaso mordaz a las inciertas vidas de inexistentes reyes, no godos, sino "visigordos", con un planteamiento humorístico que, en su origen, allá por el año 1999, publicado en Málaga, con ilustraciones de Enrique Díez, aparecía en forma versificada; y que, en la edición que manejo, a cargo de la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, prescinde de los dibujos, pero "duplica" en cierto sentido las historias, clonándolas en prosa; de tal manera que podemos disfrutar de unas surrealistas historias que jamás existieron para la Historia oficial - como es obvio - de unos personajes como Anatacleto el Calvo, la infanta doña Enzía, Tatulfo I el Aspirino, o Cachirulfo II el Uñaco, por decir algunos nombrecillos extravagantes que aparecen en el libro; a los que les suceden cosas desaforadas, que sólo podrían figurar en la imaginación de un genio de lo pequeño, pero excelso, como es Lozano. Y que serían el reverso patético-cómico-amable-absurdo-imaginario de aquella aburrida serie de reyes "godos" que, para muchas generaciones anteriores, fueran sinónimo de indigestión mental. Una retahíla, en fin, extraña , que a mí me recuerdan las excéntricas filiaciones, dispuestas en árboles genealógicos, de los vecinos de mi pueblo que mi madre suelta, en conversaciones con alguien más o menos relacionado con el mismo, al aludir a algún paisano del que perdieran la pista. Un maremágnum que parece convertirse en un idioma que no hay quien controle.


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