Cuando Acecha la Maldad" (2023) – final explicado y análisis del horror rural argentino

La película Cuando Acecha la Maldad (2023) explora un tipo de horror rural y visceral poco habitual en el cine de posesiones. Con una atmósfera sofocante y un desarrollo que rehúye de explicaciones cómodas, el director Demián Rugna sumerge al espectador en un relato donde la violencia y lo sobrenatural se confunden. Advertencia: este análisis contiene spoilers relevantes.

Un contexto de superstición y aislamiento

En una Argentina marcada por la precariedad y el abandono estatal, los hermanos Pedro (Ezequiel Rodríguez) y Jimi (Demián Salomón) encuentran a un vecino cuya casa esconde un caso extremo de posesión demoníaca. Aquí, los “podridos” no son simples víctimas: son portadores activos de una corrupción sobrenatural que puede propagarse con facilidad si no se eliminan mediante un procedimiento preciso.

La narrativa establece desde el inicio que este mundo ya conoce el mal y ha creado reglas para contenerlo, aunque estas apenas logran frenar su avance. No hay sacerdotes salvadores ni héroes providenciales, solo personas comunes intentando sobrevivir.

La tensión crece hasta un punto sin retorno

Tras intentar resolver la situación por sus propios medios, Pedro y Jimi provocan una cadena de muertes y desapariciones. Su huida los lleva a una escuela donde el peligro se manifiesta en forma de niños extrañamente quietos y obedientes a una fuerza invisible. Esa secuencia, perturbadora por su calma artificial, condensa la esencia del film: el mal es paciente, calculador y capaz de usar la inocencia como máscara.

A partir de ese momento, la película no busca un clímax liberador, sino un descenso imparable hacia el desastre.

Un desenlace donde la oscuridad vence

En el tramo final, la confrontación en la escuela termina en tragedia. No hay victoria posible. Pedro presencia cómo el mal no solo sobrevive, sino que adquiere una nueva forma para seguir extendiéndose. La película rompe con la expectativa habitual de que al menos uno de los protagonistas consiga escapar del horror.

Esta derrota no es súbita: Rugna la construye a través de pequeñas señales, como el comportamiento errático de Jair, el hijo autista de Pedro, y el rastro de violencia que deja a su paso el ente demoníaco.

El secreto revelado sobre Jair

La escena más perturbadora llega cuando Pedro, intentando retomar la normalidad, prepara helado de manzana para su hijo. En apariencia, es un gesto tierno. Sin embargo, Jair expulsa un mechón de cabello y un collar que pertenecieron a su abuela, dejando claro que ya ha cometido un acto atroz.

La profecía de una vidente —que advirtió sobre un demonio infiltrándose en la mente del joven— cobra aquí todo su sentido. La mirada que se cruzan padre e hijo no es de amor, sino de reconocimiento: Pedro sabe que su hijo ha sido tomado.

Un cierre sin consuelo

Cuando Acecha la Maldad no ofrece redención ni catarsis. Su última imagen no es la de una batalla ganada, sino la confirmación de que el mal se ha enquistado en el núcleo más íntimo de los protagonistas. El film subraya que, a veces, no hay escapatoria posible, y que la amenaza puede habitar en los lugares —y las personas— más cercanas.

Con una producción modesta pero efectiva, Rugna consigue que el desenlace resuene más allá del susto inmediato, dejando una sensación de inquietud persistente, como si algo hubiera cruzado con nosotros la puerta del cine.

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