Principito debe morir

Por Javier Bocadulce

De entrada, una aparente simpleza nos sale al paso. Un título suficientemente explícito, que incita a nuestros engranajes cerebrales a ponerse en movimiento, y a suponer que algo abyecto pueda suceder en la narración. La palabra “Principito”, hayamos o no leído la obra corta de Saint-Exupéry, evoca, en su forma de diminutivo, dulzura e ingenuidad. El término “debe”, forma verbal que comporta obligación, nos pone en guardia. Hay una imposición tiránica de un criterio, en claro contraste con la imagen del pequeño personaje. Y, finalmente, la palabra más definitiva, el verbo “morir”, aplicado a un ser infantil, nos conmueve y llena de morbosa curiosidad.



Y es que, sin haber abierto aún el libro, bajo el título nos encontramos ya con la ofrenda, por contraposición con lo dicho anteriormente, de una magnífica portada, que nos muestra a Principito, enfundado en un traje de astronauta, pero claramente reconocible, “cabalgando” sobre un asteroide, de camino hacia la Tierra – aunque no lo precise; pues, como averiguaremos en la novela, posee la facultad de la teletransportación – huyendo de un terrible peligro, y descuidando – ¡ah!, también él comete errores. Pero no deja de ser un niño...- la tutela encomendada sobre “la Rosa”, algo mucho más trascendental de lo que él mismo pueda imaginar.



Yendo al meollo, en el planeta Núcleo se respira mercurio. En el planeta Núcleo viven Principito y su madre, Sara Connor – sí, Sara Connor...-. También viven allí los Walkers exiliados, revolucionarios del planeta Tierra que se rebelaron contra el tiránico Gobernador. Y en el planeta Núcleo habita “la Rosa”, de la que cuida fervorosa y cándidamente el Elegido: el Principito.



En “El Principito” de Saint- Exupéry encontrábamos una oda a la ingenuidad, la nobleza, la belleza, la sensibilidad, lo natural...todo ello ligado a una figura infantil. Ahora bien, para lograrlo, su autor tuvo que utilizar símbolos y abstracciones. Una mente adulta que conserve casi intacto el espíritu inocente de sus primeros años sobre la tierra, al acceder a esa historia, podría plantearse dudas razonables. Y de esa idea, precisamente, surge “Principito debe morir”.



En la obra de Saint-Exupéry se ponían en valor las ideas nobles frente a lo oscuro del pensamiento adulto. El propio Principito hacía hincapié en lo extraños que son los mayores. Pero ese componente negativo aparecerá desarrollado hasta límites insospechados en “Principito debe morir”. Asistiremos a esa ebullición, en un juego de crueldades que desentrañan la realidad más feroz.



Partiendo de las incógnitas exhibidas por “El Principito”, - el origen y fundamento del amor del protagonista por la Rosa; el viaje de Principito a través del espacio a los distintos planetas de su alrededor, hasta llegar a la Tierra; el hecho de que sea un extraterrestre, en lo que abunda Elia Barceló, autora del prólogo en “Principito debe morir”- Carmen Moreno ha elaborado una novela corta llena de acción, suspense, ciencia ficción, fantasía, terror, sin dejar de apoyarse, en cierta medida, en la novela de Saint-Exupéry. De ahí que convierta en personajes fundamentales al propio Exupéry, jugando con su nombre – aquí será Suxpéry, un líder revolucionario con una más que reprobable conducta a la hora de utilizar e instruir a sus correligionarios en las pertinentes misiones; sería algo así como “el malo de la peli”, aunque en esta novela las culpas pueden repartirse como buenos hermanos...- y a León Walker, amigo real del propio autor de “El Principito”, que en la novelita desempeñará el papel de doctor, compañero de estudios del propio Suxpéry, con quien rivalizará continuamente al no contemplar con buenos ojos su actitud lejana a la ética. Al propio tiempo, Carmen Moreno da buenas muestras de su pasión por la ciencia ficción, introduciendo guiños que harán las delicias del lector avezado, pues no pasan desapercibidos. Como el hecho de que la madre del Principito se llame Sara Connor y tenga la capacidad de teletransportarse, igual que su hijo.




Carmen Moreno nos desvelará -bueno, en realidad es algo que inventa para nosotros, para nuestro deleite, partiendo de las incógnitas planteadas por la sencillez de la obra de Saint-Exupéry – la importancia trascendental de “la Rosa”, y por qué ha de cuidarla Principito. Convertirá al niño en un espectador activo, alguien que no sólo observará compungido la actitud beligerante, cruel y aberrante de los adultos, sino que habrá de sufrirla, convirtiéndose en víctima, esclavo y juguete de sus intereses. Tendrá que escapar de su planeta, utilizando ese don que le es casi exclusivo, el de la teletransportación, buscando en sus orígenes una explicación a ese mundo adulto que desbarata sus ilusiones. Se encontrará de bruces ante una sociedad corrupta, en la que se libra una pugna feroz por el control de la manipulación genética y científica. Ante aberraciones que le harán temblar como una hoja. Conocerá la crueldad de los terribles monos Timothy – genial creación de la mente perversa de Carmen Moreno -, unos productos de laboratorio, engendros surgidos de la imbricación de hombres y gorilas, para ser utilizados como una fuerza policial opresora. Viajará en el tiempo y aprenderá a desconfiar de buenos y malos, porque- como él dice- los adultos son muy extraños.



Ante nosotros desfila una obra compleja, pese a su aparente sencillez. Apenas 180 páginas que dan para mucho. Vueltas y revueltas. Se hace complicado, en ocasiones, seguir la trama. No obstante, es una novela que hará las delicias del buen aficionado a la ciencia ficción, que no le haga ascos al género de terror y que, incluso, disfrute de los diálogos cómicos y de sugerencias surrealistas. Una narración llena de claves ocultas, muy críptica, que no renuncia a imágenes de violencia explícita, de una crueldad inesperada.




¿Cómo ha llegado Carmen Moreno a crear esta novela? Quizás habría que preguntarse cómo a nadie se le había ocurrido esto antes. Sólo una persona adulta que difícilmente prescinda de sus lazos infantiles; alguien enamorado de la ciencia ficción, de la fantasía y el misterio, para quien preguntarse como si fuera un niño sobre los porqués de lo que le rodea...sólo una persona así se vería incluso “forzada” a plantearse los misterios del Principito, desde su atalaya adulta, pero con ojos de niño. Una tarea descomunal, como se observa en el producto aquí reseñado. Imagino que se habrá visto sometida, en un tira y afloja, por un vaivén emocional entre niña y adulta, para poder desarrollar con éxito un texto como éste, plagado de connotaciones sociales que ponen en entredicho la fiabilidad de la especie humana.



La calificación lógica que le habría otorgado habría sido un 9. Pero...y no porque el relato no lo merezca...le bajo la nota debido a ciertas incorrecciones ortográficas y gramaticales que deslucen mínimamente el trabajo en su conjunto. No obstante, mi sensación objetiva sobre la novela la encumbra a la categoría de excelente.



Personalmente, me queda una duda...El elefante que la boa se tragó, y que sólo puede ver Principito...¿lo ve porque sólo una mente limpia e ingenua está capacitada para ello? ¿O porque, como extraterrestre que es, tal vez disponga de rayos X en los ojos?


Comentarios (1)



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Creo recordad aue una vez hablé con la autora y me hizo referencia al moralismo del Principito original, y que por eso debía morir. ¿Me estaba tomando el pelo? ¿O el libro contiene alguna crítica implícita en ese sentido?


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