Exit 8 es una de esas películas que parten de una idea brillante y terminan demostrando, sin quererlo, que no todas las ideas brillantes dan para un largometraje. El problema no es el concepto: un pasillo infinito, anomalías mínimas, reglas simples y castigo constante....
El problema es que la película no sabe qué hacer con él más allá de repetirlo. Y repetirlo. Y repetirlo otra vez.
La adaptación del videojuego es literal hasta el punto de resultar perezosa. Lo que en el juego funciona porque el jugador participa, observa y decide, en cine se convierte en una sucesión de paseos por un pasillo idéntico que no generan tensión, sino desgaste. El espectador no juega, no interviene, no arriesga: solo espera a que “pase algo”. Y casi nunca pasa nada. O, peor aún, pasa algo tan mínimo que ni inquieta ni sorprende.
La película intenta vender terror psicológico, pero se queda en un limbo extraño: no da miedo, no incomoda de verdad y tampoco construye un misterio sólido. Abusa del silencio, de los planos largos y de una atmósfera pretendidamente opresiva que nunca termina de cuajar. Todo está colocado donde toca, pero sin alma. Como si alguien hubiera seguido un manual de “cómo hacer cine inquietante” sin preguntarse si había algo que contar.
El simbolismo, por su parte, es el comodín perfecto. El pasillo es la rutina, la ansiedad, el sistema, la vida moderna, el burnout… o lo que haga falta para justificar que no haya un discurso claro. No es que la película sea abierta a la interpretación, es que es vaga. Si una metáfora sirve para explicarlo todo, al final no explica nada.
El protagonista es otro síntoma del problema: no tiene pasado, no tiene conflicto y no tiene arco. No evoluciona, no aprende, no cambia. No es un personaje, es un soporte humano para mover la cámara de un punto A a un punto B. Y sin un mínimo de implicación emocional, el viaje se vuelve mecánico y frío.
Lo peor de Exit 8 no es que sea mala, sino que es inofensiva. No provoca rechazo, pero tampoco deja huella. Es una película que se ve sin dolor y se olvida sin esfuerzo. Incluso su final ambiguo, que pretende ser inquietante, suena más a falta de ideas que a valentía narrativa: no cierra porque nunca ha abierto nada de verdad.
En resumen, Exit 8 es cine correcto hasta el aburrimiento. Una experiencia que parece profunda, pero no se moja; que amenaza con ponerse interesante, pero nunca da el paso. No fracasa estrepitosamente, pero tampoco acierta. Y en un género que vive de incomodar, de arriesgar y de dejar poso, quedarse en el “ni fu ni fa” es casi el peor resultado posible.
getba
#1
parece de esas peliculas que tienes la sensacion de que va a ser regulera y que al final...... sale regulera jjj
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