“Megalopolis” es, sin lugar a dudas, la película más esperada de Francis Ford Coppola en décadas. Una obra que muchos vieron nacer como una quimera, evolucionar como un proyecto imposible y finalmente cobrar vida como un enorme monstruo cinematográfico. ¿El resultado? Un cóctel visual y narrativo que se tambalea entre la genialidad y el desastre, ofreciendo momentos de grandeza y de confusión a partes iguales.
El problema central de “Megalopolis” radica en su propia ambición. En su intento por fusionar la decadencia de la antigua Roma con un Nueva York futurista que parece salido de una pesadilla de Art Deco, Coppola parece más interesado en asombrarnos con sus metáforas que en construir una historia coherente. Adam Driver, en el papel del idealista Cesar Catilina, se mueve como un pez fuera del agua, encarnando a un personaje que, aunque apasionado, resulta tan difícil de entender como el mismísimo guion.
Coppola nos presenta un mosaico de personajes que no logran brillar a pesar de un elenco de peso. Giancarlo Esposito, Shia LaBeouf, Aubrey Plaza y Nathalie Emmanuel luchan por encontrar su espacio en un relato que cambia de tono como si estuviera decidiendo qué género ser: ¿es un thriller político, un romance shakespeariano o un espectáculo de circo futurista? En última instancia, no logra ser ninguno de los tres.
Eso sí, “Megalopolis” no carece de momentos dignos de aplauso. Los decorados —mezcla de neón, mármol y cúpulas colosales— son un festín visual que remite a la opulencia de “Blade Runner” cruzado con la teatralidad de “Caligula”. Y cuando la historia se permite desacelerar, logramos vislumbrar la nostalgia y la esperanza que Coppola intenta transmitir: un grito de guerra por la utopía en un mundo que parece condenado a repetirse.
Sin embargo, la narrativa se desploma bajo el peso de sus propias pretensiones. La película se siente como una ópera inacabada, con personajes atrapados en diálogos grandilocuentes que buscan significado donde sólo hay ecos vacíos. En su afán por abarcarlo todo —el amor, el poder, la decadencia, la redención—, “Megalopolis” termina sin decir nada claro. Como un genio que sueña con cambiar el mundo, pero no sabe por dónde empezar.
Al final, “Megalopolis” se queda en tierra de nadie: ni lo suficientemente mala para ser un desastre fascinante, ni lo suficientemente buena para ser la gran obra maestra que Coppola deseaba. Una oda a la ambición que, paradójicamente, termina siendo víctima de la suya propia. ¿Vale la pena verla? Sí, pero sólo si aceptas el caos con el que viene.
Fin de semana del 22 al 24 de Agosto
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HoMeR_SiMpSoN
#1
Quiso ser muy ambicioso, y le salió el tiro por la culata
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