Título mítico en la obra fordiana. Prolongación en varios aspectos de la dramática, tangible leyenda y prodigio narrativo de ¨Las uvas de la ira¨ (la magistral y encantadora fotografía; la Madre fordiana, aunque con menos fuerza interpretativa y específica que en aquella; el tono de nostálgico desamparo de los individuos dentro de la cohesión del núcleo familiar; la propia densidad de la historia...), narra a través del niño Roddy McDowall (prodigiosa interpretación), recordándolo como hombre, los tiempos de su infancia en el frondoso valle galés dónde la negrura de la imprescindible minería, motor de todo un pueblo, quema y ensombrece de tragedia el escultural verdor del valle, la armónica gravedad de la Vida. Es otra mirada de Ford hacia la tristeza de ver cómo el valle que fue verde ya no es valle, que el dinamismo ha dado paso al estancamiento, que la Vida ha dado paso al desarraigo contemplativo. Es una oda de Ford a los tiempos pasados.
Aguda, impresionante en su ámbito costumbrista, incomparable en su dirección artística (con la encantadora Maureen O´Hara a la cabeza), producen estupefacción las dotes narrativas de Ford para contar con una cámara y a partir de ahí, deslizarse e interaccionar todos los géneros cinematográficos que imaginarse puedan: la comedia pura y costumbrista; la tragedia; el melodrama; el drama intimista.
Una obra maestra irreductible de una espesura esplendorosa, brillante a todos los niveles y muy admirable en un muy concreto aspecto: la lección de ética y religión que el católico Ford ofrece con su mirada de hombre tranquilo. Tomen notas los beatos/as pues este film vale por más de un millón de misas o litúrgicas predicaciones al pie del cañón.
Dogmano
10
Título mítico en la obra fordiana. Prolongación en varios aspectos de la dramática, tangible leyenda y prodigio narrativo de ¨Las uvas de la ira¨ (la magistral y encantadora fotografía; la Madre fordiana, aunque con menos fuerza interpretativa y específica que en aquella; el tono de nostálgico desamparo de los individuos dentro de la cohesión del núcleo familiar; la propia densidad de la historia...), narra a través del niño Roddy McDowall (prodigiosa interpretación), recordándolo como hombre, los tiempos de su infancia en el frondoso valle galés dónde la negrura de la imprescindible minería, motor de todo un pueblo, quema y ensombrece de tragedia el escultural verdor del valle, la armónica gravedad de la Vida. Es otra mirada de Ford hacia la tristeza de ver cómo el valle que fue verde ya no es valle, que el dinamismo ha dado paso al estancamiento, que la Vida ha dado paso al desarraigo contemplativo. Es una oda de Ford a los tiempos pasados.
Aguda, impresionante en su ámbito costumbrista, incomparable en su dirección artística (con la encantadora Maureen O´Hara a la cabeza), producen estupefacción las dotes narrativas de Ford para contar con una cámara y a partir de ahí, deslizarse e interaccionar todos los géneros cinematográficos que imaginarse puedan: la comedia pura y costumbrista; la tragedia; el melodrama; el drama intimista.
Una obra maestra irreductible de una espesura esplendorosa, brillante a todos los niveles y muy admirable en un muy concreto aspecto: la lección de ética y religión que el católico Ford ofrece con su mirada de hombre tranquilo. Tomen notas los beatos/as pues este film vale por más de un millón de misas o litúrgicas predicaciones al pie del cañón.
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