Ficha Los Nuevos Centuriones


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Críticas de Los Nuevos Centuriones (1)




Mad Warrior

  • 8 Aug 2022

7



El oficial que tanto tiempo llevaba ejerciendo la profesión, observando las calles desde dentro y ya conociendo de memoria su anatomía, se encuentra en el balcón de su humilde y mohoso domicilio, y echa un último vistazo desde arriba a una ciudad cuya inmensidad ahora parece engullirle...

Esta secuencia y el monólogo posterior, además de estar bellamente filmados e interpretados, tienen un significado crucial en esta historia que nos conduce al mismísimo corazón de las tinieblas de Los Angeles a comienzos de los 70; es un viaje en círculos y a veces sin retorno a través de un reino oscuro y de monstruos donde el desafío está no en distinguir alguna luz entre sus rincones, sino en proporcionarla, para que otros la vean. El hábil artesano Richard Fleischer, de regreso a EE.UU. tras su interesante pero poco exitoso ¨thriller¨ ¨Terror Ciego¨, adapta la primera obra de Joseph Wambaugh, publicada cuando aún era detective de la policía.
¨The New Centurions¨ ya evidencia la destreza de este gran autor a la hora de brindar un realismo crudo con respecto a la existencia cotidiana y los procederes policiales que pocas veces se había encontrado en las páginas de novelas anteriores; Stirling Silliphant es sin duda el hombre perfecto para transmitir esa autenticidad que despide la prosa del de Pennsylvania, desnuda de poesía y directa en sus conclusiones como un jarro de agua fría, si bien el argumento tomará sus propios senderos (debido a que George C. Scott lidera el reparto, algo que tendrá que arreglar Robert Towne).

Wambaugh situaba la acción en los 60 siguiendo la carrera en el cuerpo de tres tipos, compañeros de graduación y amigos, Gus, Sergio y Roy, carrera convulsa, de aprendizaje, superación y desgracias por medio de la cual evolucionarán, cada uno por su lado, con sus propios problemas y traumas, hasta encontrarse entre la violencia de los disturbios del vecindario de Watts (que duraron una semana entre agentes y ciudadanos negros, el peor registrado en la Historia de la ciudad). Aquí se inicia la película presentando a los jóvenes cadetes como una fuerza imparable, pero esto dura hasta que nos desplazamos a las calles.
Pues al igual que el autor, Silliphant se centra en desnudar a esos guardianes de la ley, señalando las virtudes y los defectos de la profesión, dotando a la narrativa de una objetividad completa y a los diálogos, como siempre ha hecho, de una musicalidad veraz y directa; podríamos decir que el portentoso guionista crea un auténtico neorrealismo callejero trasladado a pantalla por Fleischer y el operador Ralph Woolsey de forma amarga, áspera y sucia. Sin embargo en la película Gus y Sergio quedan relegados a un segundo plano para centrarse en Roy, a quien se le empareja con Kilvinski en lugar de con Whitey (también muy desdibujado).

Esto no impide al cineasta desaprovechar la oportunidad de ofrecer, en la línea ¨lumetiana¨, un acertado retrato de un momento y una época concretas en la Historia de la sociedad norteamericana (las secuelas de la Guerra de Vietnam, la inmigración ilegal, el aumento de criminalidad y tráfico de drogas, la presidencia Nixon...) y a su vez de índole universal; despojados de las formas acartonadas y absurdamente implacables de los policías cinematográficos, estos hombres son sólo individuos corrientes llevados por vocación que tiemblan, dudan, bromean, aprenden, cometen adulterio, se emborrachan, se pelean y son heridos o asesinados...
Al contrario que otros títulos del género (la posterior ¨San Francisco, Ciudad Desnuda¨, por ejemplo, donde también se radiografían sin tapujos los zurcidos del tapete callejero), éste se mueve sin un hilo conductor, sino como un fresco urbano de multiperspectivas, donde toman importancia la voz de agentes, ciudadanos y criminales, y a ninguno de ellos, cosa a veces difícil, se les mitifica, condena o victimiza; todos gozan de su momento, siempre memorable, para expresarse y mostrarse tal como son y piensan. El guión también desarrolla dos clases de transmisiones individuales, una por parte de Kilvinski y la otra a través de Dorothy, esposa de Roy.

La primera tiene que ver con la enseñanza del maestro al alumno; el solemne personaje de C. Scott instruye a su joven acompañante con sus propias leyes y planteando siempre una ética objetiva sobre su profesión, que éste último (más empático y accesible que en la novela) comprende por su devoción al trabajo. Transmisión que se rompe con la jubilación del veterano y la posterior tragedia a la cual se entrega debido al vacío que le lleva el haberse instalado al otro lado del marco social, donde ni media ni opera, sólo observa impotente.
La segunda tiene que ver con la quiebra de la vida íntima y del hogar cuando se introducen los valores ciegos policiales y la violencia del cargo; Jane Alexander expresa bien lo que debe significar el desamparo y el miedo de la mujer de un policía, desde una relación matrimonial preciosa hasta una ruptura seca, toda una evolución que lleva al abismo al ahora veterano Roy. Le concede el guión una tregua encarnada en una enfermera negra (Lorrie) hasta llegar el epílogo que, como en el libro, vuelve a unir a los protagonistas por culpa de la brutalidad que hierve en la nocturnidad de las calles...

Pero Fleischer prefiere ser más amargo que Wambaugh y no conceder al agente ninguna salida ni salvación posible...porque los últimos instantes, como los que se desenvuelven a lo largo de las diversificadas secuencias de acción, son de una intensa visceralidad, demostrando el cineasta, como lleva haciendo desde aquellos ¨noir¨ de principios de su carrera, el talento que posee para arrastrarnos a las tripas de la violencia de manera incómoda, sin concesiones ni florituras estéticas. Una lástima que a partir de la segunda mitad la película parece perder fuerza y volverse irregular (la ausencia de Scott es muy culpable de ello) y que los personajes de Gus y Sergio (bien interpretados por Scott Wilson y Erik Estrada, por cierto) no estén provistos del tratamiento, rico en detalles, del que sí gozan en el libro.
Los tres se unen en la calle, sí, pero parece que sus actos son inútiles por completo, una ley incapaz de sofocar el crimen siempre presente. En lugar de vivir apaciblemente esa posiblemente nueva existencia junto a Lorrie, a la que se había entregado con total conocimiento de causa sobre lo que era estar solo, unas balas se cruzan en su camino de la manera más fortuita e inesperada posible.
Sin ni siquiera poder articular las palabras adecuadas acerca sobre sus verdaderos sentimientos, el protagonista, algo un tanto insólito, perece en los brazos de sus amigos.

Fleischer nos dispara, literalmente, a las tripas; no hay esperanza, ni redención, ni resurrección, ni suerte.
Sólo una muerte dolorosa bajo el Sol angelino de la mañana con la ciudad de testigo mudo...



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