Ficha Achilles and the Tortoise (Aquiles y la Tortuga)


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Críticas de Achilles and the Tortoise (Aquiles y la Tortuga) (1)




Mad Warrior

  • 2 Jan 2021

8



El artista inicia una carrera, y la fama lleva una parte del camino hecho, por ello obtiene más ventaja que el artista, quien jamás podrá alcanzarla en ese intenso y eterno recorrido.
El arte de este modo siempre se le acaba escapando, y la carrera es tremendamente agotadora y extensa, como para perder la vida en ella...

Paradojas como las que Zenón de Elea planteó hace ya siglos y que el sr. Takeshi Kitano aplica en este, su 14.º largometraje. El aclamado director nipón inició, con ¨Kids Return¨, una etapa de introspección y profundidad a partir de sufrir un revés en su vida en forma de accidente de moto, quedando medio cojo y con parte del rostro paralizado; su cine nunca volvió a ser igual, aunque el mayor cambio lo daría tras su exitosa revisión de ¨Zatoichi¨, realizando una serie de obras de cariz semiautobiográfico y metalingüístico: una auténtica Trilogía de la Autorreflexión que no muchos fans han sabido encajar.
Surrealista, socarrona, expiatoria, ¨Takeshis¨ no dejó a nadie indiferente, a la que siguió ¨Kantoku Banzai!¨, irregular y delirante monumento al egocentrismo, igual de divertida pero sin el encanto de la anterior; después de su colaboración en el proyecto ¨Chacun son Cinéma¨, Kitano decide cerrar este tríptico cinematográfico sirviéndose de la gran paradoja griega de ¨aquiles y la tortuga¨, expuesta literalmente al principio del film en dibujos animados. Si algo diferencia esta película de las anteriores es que decide colocar en el epicentro de la reflexión el arte de la pintura, al cual se aficionó (más aún) durante la recuperación de su accidente.

La historia de ¨Aquiles y la Tortuga¨ se dividide en tres actos sobre las distintas edades de Machisu, comenzando en su plena niñez, cuando disfruta de una existencia acomodada junto a su padre, dueño de una fábrica de seda e interesado en el arte, y su joven madrastra; en esta primera etapa del viaje Kitano nos impregna con un halo tierno de obra clásica que en la distancia puede recordarnos a Hiroshi Shimizu o Mikio Naruse, aunque con el toque siempre distintivo de su director. Machisu niño está lleno de pasión, pasión por pintar el mundo que le rodea, y esa pasión es tal que Kitano llena de colores vivos los cuadros, creando un curioso contraste con los colores mates de la realidad.
No tarda en aparecer la cara más amarga cuando la existencia del niño se tuerce con la quiebra de la compañía del padre; desde ahora estará marcada por la insatisfacción y la negación, negación de un mundo que impide aflorar al exterior su verdadero talento (su cruel tío es la perfecta encarnación). Además el sufrimiento, el egoísmo y la muerte siempre rondarán a aquellos cercanos a Machisu (comenzando con sus padres y Matazo, el pobre discapacitado también amante de la pintura). Esta primera parte que guarda no pocas semejanzas con ¨El Verano de Kikujiro¨ (aunque con la diferencia de que Masao, pese a todo, sí lograba alcanzar la felicidad) se disuelve en una elipsis hacia otra etapa vital.

Etapa que es quizás la más importante: cuando Machisu ya es un hombre adulto y ha aprendido a mimetizarse con el universo gris que le rodea, trabajando, caminando y socializando en silencio, mientras continúa manteniendo viva en su interior la llama de su obsesión con la pintura. Con este personaje nos quedamos mucho tiempo y somos testigos de su cambio radical: él dibuja a través de su alma según siente el mundo, pero su arte no es comprendida y ese ansiado y esperado éxito se le sigue escapando de las manos; ahora la figura de su tío es reemplazada por un exasperante crítico de arte que desprecia sus pinturas y le insta a buscar nuevos caminos.
El discurso de Kitano es tajante: si nos dejamos influir por lo exterior confundimos y pervertimos nuestro arte, y así empezará la propia negación interior de lo que en un día creímos. Atisbos de ácido humor y entrañable locura llegan con ese grupo de chicos que sólo quiere experimentar y romper los pilares de la gris sociedad en la cual están atrapados (un tramo más emparentado con el estilo delirante de Sion Sono). Y así seguiremos los pasos de un Machisu padre, casado y que va madurando físicamente pero sin abandonar la pasión de su niñez, la cual, a partir de aquí, abrirá el sendero para conducir a éste a su inevitable autodestrucción...

Si de algo es capaz el artífice de ¨Hana-bi¨ es de sumergirnos en lo más profundo de la psicología de su film y de sus personajes y lograr que nos identifiquemos con ellos; cualquier joven aficionado al arte (del tipo que sea) comprenderá sin mucho esfuerzo la inquietud que mueve a Machisu, de la cual se alimenta y por la cual respira.
Llegando a un tercer acto más conciso esta inquietud, ahora compartida con Sachiko, se ha transformado en un monstruo imparable que devora su alma, y esta alma, que poco a poco ha ido absorbiendo todo el rechazo del exterior (dado por el mismo crítico de arte), sólo puede plasmar su propio caos.
Cada cuadro que pinta es un demonio interior más; se conjugan así los miedos más horribles del artista. Kitano apuesta por un humor negro y corrosivo, pero a su modo de entender, pues su exposición es violenta, amarga y alcanza cotas de desasosiego poco antes vistas en su cine (más aún cuando hemos de acompañar a su álter-ego descendiendo a sus infiernos y dispuesto a perder la propia vida por crear algo que merezca la pena llamarse ¨arte¨).

El buen hombre, que se mete a conciencia en su personaje, resulta tan triste y patético de ver como pintoresco, al igual que esa pobre Kanako Higuchi; les acompañan la guapa Mariko Tsutsui y otros habituales del nipón como Akira Nakao, Masato Ibu, Ren Osugi y Susumu Terajima en una corta aparición.
Reiko Yoshioka y Yurei Yanagi (siempre un gran trasunto de Kitano) encarnan al Machisu niño y adolescente. A efectos técnicos el film es excelente, un deleite para los sentidos (aunque se echa en falta la tremenda música de Joe Hisaishi); en la parte personal puede arañar el corazón y quebrar los huesos de aquellos que se vean reflejados en el protagonista (como le ocurrió a un servidor). Y el efecto último es lírico, chocante y demoledor.

Kitano vuelve a traspasar los límites de su cine íntimo y metalingüístico, y con más acierto que en sus obras previas.
Nunca más volvería a hacerlo; es el final de otra etapa...



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